Esta etnia indígena
sudamericana habita en la región fronteriza entre Brasil, Venezuela y Guyana. Hasta 1907 accedían al interior del planeta
por una red de túneles después de caminar unos 15 días, pero, por no guardar el
secreto fueron castigados por los gigantes que habitan en su interior.
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El Territorio Indígena Raposa-Serra do Sol, hogar de los macuxíes en el estado brasileño de Roraima. |
En
Brasil el Territorio Indígena Raposa-Serra do Sol (en el estado de Roraima) fue
reconocido por el presidente Lula Da Silva en 2005, y lo habitan más de 19.000 indígenas de cinco etnias de
los pueblos Macuxi, Wapixana, Taurepang, Patamona e Ingarikó, distribuidos en
149 comunidades. La dimensión de este territorio de influencia macuxí puede
ser estimada en torno a los 30 mil a 40 mil km2.
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Ubicación del Territorio Indígena Raposa-Serra do Sol, en Roraima, Brasil. Aquí viven la mayoría de los macuxíes. |
Los macuxíes en su
mayor parte viven en la reserva llamada Raposa-Serra do Sol (Tierra del Zorro y
la Montaña del Sol) al norte de Brasil, en la frontera con Venezuela y Guyana.
Es una región espectacularmente bella de montañas, selvas tropicales, sabana,
ríos y cascadas. Ocupa un territorio de cerca de 1,7 millones de hectáreas y allí
los indígenas conservan sus lenguajes y costumbres, a pesar de haber mantenido
contacto con foráneos desde hace más de dos siglos. Muchas comunidades
dirigen sus propios programas educativos y sanitarios, y han creado varias
organizaciones para defender sus derechos y ayudarles a desarrollar sus
proyectos.
La lengua macuxí
El
idioma macushí, makushí, makuxi o macuxí pertenece a la familia de idiomas
caribes. Se habla ante todo en Brasil,
con algunos hablantes en Venezuela y Guyana. El idioma más parecido es el
pemón en Venezuela que es considerado un dialecto del macushí.
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Niños macuxíes en Uiramua, territorio indígena de Raposa-Serra do Sol, Brasil. |
Se
calcula que la lengua makushi o macuxí la hablan menos de 25.000 personas en la frontera de Brasil, Guyana y
Venezuela. El número de macuxíes en Venezuela no está definido porque el
censo de 1992 los incluyó en el grupo pemón. Tal vez cuenta con 600 miembros, estando la lengua
amenazada. La lengua makushi se habla en la frontera sudoccidental de Guayana,
en veinte asentamientos. El grupo étnico consta de 7.750 miembros en 50 aldeas, estando la lengua potencialmente
amenazada. En el noroeste de Brasil actualmente los aborígenes macuxíes habitan en su mayoría en el estado de
brasileño de Roraima sumando allí 11.598
personas en total y su lengua aún es hablada con fluidez, en más de veinte
Tierras Indígenas, entre las cuales destaca Terra Indígena Raposa/Serra do Sol.
Tradiciones de los
macuxíes
Una
aldea Macuxi es un conjunto de chozas construidas alrededor de un patio
central. Se agrupan por familias y
cuando una joven y un muchacho se casan, luego del casamiento, el matrimonio
pasa a vivir en la casa de la familia de la joven.
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Imagen de tres macuxíes tocando una melodía. |
Entre
sus tradiciones, los macuxíes hablan de
un lugar donde seres vivos habitan en las profundidades de nuestro planeta,
un lugar que las culturas y las civilizaciones antiguas de otros continentes sabían
que existía, y que nunca tuvieron contacto con los macuxíes.
Según
sus leyendas, hablan de una entrada al mundo subterráneo. Hasta el año de 1907, los macuxíes entraban a una especie de caverna, y
viajaban de 13 a 15 días hasta que alcanzaban el interior. Finalmente, en el
otro lado del mundo, eran recibidos por los Gigantes, hombres que tienen
alrededor de 3 a 4 metros de altura.
Según
los Macuxíes se les dio la tarea de vigilar el exterior de la entrada y evitar que los extraños entren en el “Mundo
interior”. Un día de 1907 dejaron
entrar a tres ingleses que jamás volvieron y luego los gigantes castigaron a
los macuxíes impidiéndoles el acceso.
Viaje al mundo
subterráneo
Según
la tradición oral del pueblo Macuxi, para ingresar hay que ir hasta una caverna
oculta por la selva y los que entran en la misteriosa cavidad, durante tres días, solamente descienden por
escaleras gigantes, donde cada escalón mide alrededor de 82 centímetros de
altura.
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Un macuxi en 1994 techando con ramas de buriti, en Raposa-Serra do Sol, Brasil. |
Cuando
el gran viento que recorría el enorme túnel empezaba a soplar hacia afuera,
(tenía ritmos de cinco días hacia afuera y otros tanto hacia adentro) podían
comenzar a descender las escaleras, y
las escaleras terminaban al tercer día (contaban los días con el estómago y los
períodos de sueño, lo que resulta sumamente exacto). Allí dejaban también las antorchas
hechas con palos embebidos en brea de afloramientos petrolíferos cercanos, y
continuaban su viaje “dentro” de la Tierra, iluminado por luces que simplemente
estaban colocadas allí, grande como una sandía y claras como una lámpara
eléctrica.
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El viaje hacia el mundo interior según los macuxíes les llevaba entre 13 y 15 días. |
Cada
vez andaban más rápido, puesto que iban llevando menos peso e iban perdiendo el
peso corporal pasados cuatro o cinco días.
Atravesaban cinco lugares que estaban muy bien delimitados, en medio de unas
cavidades enormes, cuyo techo no era posible ver. Allí habían -en una de las
salas- cuatro luces como soles, imposible mirarlos, pero que seguramente no era
tan altas como el sol. En ese sector crecían algunos árboles de buenos frutos,
como cajúes, nogales, mangos y plátanos, y plantas más pequeñas se encuentran luego
de caminar seis o siete días. Por la descripción comparativa con ciertos lugares
de la zona macuxí, esa sala tendría unos diez kilómetros cuadrados de
superficie “transitable” y vegetada, y otros sectores inaccesibles y muy
peligrosos, con piedra hirviendo, así como unos arroyos de azogue o mercurio.
Luego de estas cinco grandes cavidades, en un punto situado más allá de medio
camino, debían tomarse de las paredes, y con cuidado impulsarse porque
“volaban”.
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Macuxíes brasileños con vestimentas tradicionales en el año 1996. |
Cuanto
más lejos los exploradores del pueblo Macuxi se desplazaba dentro de las
cavidades, áreas más grandes de vegetación observaban. Las tradiciones orales macuxíes
continúan y dicen que después de pasar por estas cámaras gigantes, habiendo
transcurrido la mitad del viaje, tienen
que moverse con cuidado ya que el misterioso “aire” puede hacer que las
personas “vuelen o floten” por los alrededores.
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Para llegar al mundo subterráneo el viaje comenzaba con el descenso durante tres días por unas escaleras cuyos escalones eran de 82 centímetros cada uno. |
El
viento que había comenzado a soplar hacia afuera, no era obstáculo al iniciar
el descenso, pero si lo intentaban al
revés, la violencia del remolino les podía arrastrar al abismal túnel, y el
cadáver -golpeado mil veces- no se detendría hasta un día de marcha, cueva adentro.
Respetando este ciclo, iniciando la marcha con viento en contra (que era a
favor de su seguridad) bajaban tres días por escaleras; y luego de dos días de
marcha por un túnel angosto, ya sin escaleras, el viento volvía hacia adentro,
de modo que cuidaban los pasos desde el día de la partida, para no dejar arena
removida o guijarros sueltos que luego se estrellarían en sus espaldas. Aún con
viento a favor -ya en el séptimo u octavo día de marcha-, llegaban a la zona
“donde todo vuela”, es decir al medio de la costra del planeta (el medio de la
masa, magnéticamente hablando, que no es el centro geométrico de la Tierra,
sino cualquier punto en medio del espesor de la corteza).
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Año 1911, foto de dos mujeres macuxíes. |
A
veces el viento era muy fuerte, y en vez de tomarse de las paredes para
impulsarse, debían hacerlo para frenarse y no ser golpeados. Generalmente duraba desde poco menos de un
día hasta día y medio, la travesía sin gravedad. Algunas veces debieron aferrarse
a las salientes pétreas o a hierros que habían “desde antes” clavados en la
roca, y esperar dos días a que amainara el viento. Luego seguían el camino
caracterizado por arroyos con aguas muy frías que atravesaban la caverna, y
entraban a una especie de gran tazón, mayor que los anteriores, donde habían
unas cosas brillantes, de forma similar a los panales de abejas, de unos diez
metros de diámetro, situados sobre un vástago, como un tronco de árbol, a una
altura imprecisable por la memoria de los ancianos macuxíes.
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La tribu de los macuxíes durante la celebración de sus juegos tribales. |
Los
viajeros iban recobrando el peso, pero no llegaban a recobrarlo totalmente,
porque aparecían en “la tierra del otro
lado”, donde todo es un poco más liviano, el sol es rojo y siempre es de día,
sin noche, ni estrellas ni luna. Allí permanecían unos días, disfrutando de
unas playas cercanas, volviéndose más jóvenes.
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Un niño macuxí regresa de pescar. |
Continuando
su viaje, ellos alcanzarían un lugar dentro de la Tierra, donde los Gigantes
vivían. Allí, los exploradores macuxi comían la comida de los gigantes, como
las manzanas del tamaño de cabezas
humanas, uvas del tamaño de un puño humano, y deliciosos peces gigantescos que fueron
capturados por los gigantes y dados a los Macuxíes como regalos.
La
carne de estos peces no se descomponía hasta dos o tres meses de haber sido
pescados. Con esa preciosa carga, además de mucha energía corporal, los macuxíes volvían acompañados de
algunos gigantes del mundo interior que les ayudaban con el enorme peso que
traían. El viaje de vuelta se iniciaba con viento a favor, para volver a
tenerlo a favor también en la última etapa, al subir los tres últimos días por
las escaleras, cuyos últimos restos existen actualmente.
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Niños macuxies en una de sus celebraciones. |
Después
de abastecerse con comida ofrecida por los gigantes, los exploradores Macuxíes volverían “a casa” al mundo “exterior”,
ayudados por los gigantes del mundo interior hasta la mitad del recorrido.
Según
cuentan los macuxíes, al menos una vez por año hacían este viaje al mundo
interior, pero un día aparecieron en las
tierras de los macuxíes tres exploradores británicos que llegaron al Amazonas
en busca de oro y diamantes. Cuando
llegaron los ingleses, había lo suficiente como para conformar a su reina y a
muchos ambiciosos que se enriquecieron luego, explotando a los nativos, pero
uno de aquellos indígenas “autorizados a ir al interior de la Tierra”, cometió
la terrible imprudencia de violar la consigna de secreto, e indicó el lugar de
entrada a los extranjeros. Uno de ellos envió una carta a Su Majestad,
repitiéndole una narración como ésta, con algunos detalles más. En las arenas
de las playas interiores, abunda el diamante, al igual que en algunos enormes
bloques carboníferos de mineral de serpentina, de antiguos calderos volcánicos,
que hoy son, justamente, esos túneles hacia el interior del mundo.
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Los gigantes que habitan en el interior de la Tierra reprendieron a los macuxíes por revelar el secreto y les prohibieron para siempre el ingreso al mundo interior. |
Los
tres hombres ambiciosos entraron a la caverna, pero no regresaron jamás. En vez
de ello, transcurrido cerca de un mes desde que los británicos ingresaron a la
caverna, salieron los gigantes,
reprendieron a los macuxíes y les prohibieron para siempre el ingreso al
interior.
Luego
de dos años de angustia y pobreza, algunos macuxíes decidieron intentar un
nuevo contacto con los gigantes, a pesar de la prohibición. Viajaron esperanzados durante dos días,
pero llegaron a un punto del camino donde el viento venía de otra caverna que
ellos no conocían. El camino original estaba derrumbado. Algunos volvieron
inmediatamente, pero otros decidieron seguir el nuevo y desconocido túnel.
Varios meses después, uno de ellos regresó y dijo al resto que podían entrar;
los gigantes les autorizaban, pero sería para no volver nunca afuera, porque
otros ingleses irían al territorio y les dañarían. Algunos se negaron a partir,
porque el lugar asignado para habitar era una de aquellas grandes cavidades.
Otros aceptaron irse al mundo interior y no regresaron jamás.
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Guerrero macuxí con su pintura de guerra. |
La
creencia -o conocimiento- de los macuxíes, es que si respetan las pautas dadas
por los gigantes, luego de morir aquí afuera, nacerán entre ellos, allá
adentro. Cuentan que algunos macuxíes no
morían, sino que se transformaban o transfiguraban en casi-gigantes y se
quedaban en el interior. Esto requería principalmente, no tener hijos aquí
afuera.
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Es posible que las leyendas macuxíes sean reales y que en algún lugar en la selva amazónica exista una entrada al mundo interno. |
Para
los escépticos esto es solo una leyenda, pero para los que tienen capacidad de
razonamiento, no cabe ninguna duda que este
relato confirma que existe un mundo subterráneo donde podría existir una
civilización más avanzada que la nuestra. La existencia de seres gigantes que
habitan nuestro planeta es otro hecho presente en decenas de culturas antiguas
de todo el mundo. Sin duda los macuxíes los conocieron y afirman que habitan en
el interior del planeta.
Es
posible que las leyendas macuxíes sean reales y que en algún lugar en la selva amazónica exista una entrada a la Tierra
interna. Solo es cuestión de tiempo que se descubra.
Llegan los
invasores
Según
datos del Censo brasileño, más de 700
mil indígenas, de 215 grupos distintos, viven en Brasil, tanto en reservas
como en zonas urbanas. De ese total, 345 mil viven en aldeas.
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Dos guerreros macuxíes de Guyana. |
El
primer contacto histórico con los macuxíes del que se tiene información fue a
mediados del siglo XVIII, en una ocupación territorial estratégico-militar. La
región en que fueron localizados, era próxima a la frontera de Brasil con las
Guayanas, regiones con presencia de holandeses y españoles. Los portugueses
decidieron ocupar esos territorios para impedir el avance de otros países. En 1775 fue construido un fuerte en la
región de confluencia de los ríos Uraricoera y Tacutu, formadores del río
Branco, vía de acceso a los ríos Orinoco y Esequibo. Para que el fuerte de San
Joaquín se mantuviera seguro, se hizo un acuerdo de paz de los portugueses con
los aborígenes, tanto Macuxíes (eran una minoría) como con otras tribus.
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Macuxi con máscara tradicional ritual paishara, Brasil. |
En
1784 hay una noticia sobre dos de los principales grupos Macuxi: los Ananahy que llegaron a establecerse
cerca del fuerte trayendo a sus familias consigo y los Paraujamari en 1788, que
también llegaron para agruparse en las márgenes del río Negro cerca de
asentamientos portugueses.
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Jefe Macuxi de Río Branco, en 1907. |
Primero
fueron los colonizadores portugueses y los grandes ganaderos que ocuparon
enormes extensiones de Raposa Serra do Sol. Esclavizaron a los indígenas, hasta tal punto, que los marcaban con hierro ardiendo como al
ganado.
En el periodo del
Imperio del Brasil la explotación del caucho natural esclavizó a muchos de los
macuxíes en la extracción de la goma en la costa del río Branco.
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Dos niños macuxíes jugando en la arena. |
Luego,
la zona habitada por los macuxíes fue invadida
por buscadores de diamantes que explotaron el lugar desde 1912 tan intensamente
que casi no hay diamante, siendo poco o nada rentable su búsqueda.
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Indígena macuxí en una tarjeta postal cerca de 1903-1904. |
Poco
después llegaron los buscadores de oro –garimpeiros-, que incrementaron el
clima de violencia en Raposa Serra do Sol, introdujeron enfermedades, el alcohol, y
causaron enormes daños al medio ambiente.
Enturbiaron
los ríos con zarandas, resumidoras y mercurio, e intoxicaron los cerebros de los macuxíes que se quedaron “afuera”, con
caña, caipiriña y macoña (droga). También les enturbiaban las espaldas -con
látigos- y la raza, violando a sus mujeres.
En junio o julio de
1946 hubo un enorme derrumbe en el túnel, cayendo casi toda la escalera. Hoy
sólo quedan algunos escalones del inicio, y un enorme precipicio sin fin donde
el viento sopla con ritmos diferentes.
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Pequeños macuxíes fotografiados por el filólogo y etnógrafo alemán Theodor
Koch–Grünberg (1872–1924) en sus viajes
por el norte brasileño y sur de Venezuela.
La imagen fue publicada en 1911. |
En
1992 desembarcaron los grandes empresarios del agronegocio, que ocuparon
enormes extensiones donde plantaron arroz. Gran parte de la ocupación se
realizó en época muy reciente, cuando la demarcación de tierra indígena ya
había sido reconocida. Las agresiones y
los daños ambientales se han intensificado: 21 líderes indígenas asesinados, cientos de indígenas heridos
(incluidos mujeres y niños), comunidades enteras arrasadas y actos terroristas
como la utilización de bombas para
destruir las casas, hospitales y escuelas indígenas.
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Aborígenes Macuxíes y Uapixanas con el Tuixáua (cacique) Macuxi Ildefonso, año 1904. |
Para
colmo, el Gobierno del Estado de Roraima ha premiado a los
arroceros con la exención de impuestos y respalda su lucrativo negocio mediante
medidas legales que van contra los derechos indígenas. Ningún arrocero ha
pagado las multas por deterioro ambiental impuestas por el IBAMA
(Instituto Brasileño de Medio Ambiente). Tampoco hay nadie en prisión
por las agresiones a los indígenas.
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Niños de la tribu de los macuxis, de Roraima, alrededor de 1912. |
La
influencia del lobby de los agronegocios ha conseguido que el Supremo
Tribunal Federal de Brasil, máximo órgano judicial, haya suspendido la
operación de la Policía Federal para expulsar a los latifundistas, y haya
aceptado un recurso del gobierno de Roraima contra la
demarcación de la tierra indígena. El Supremo
Tribunal Federal en 2009, confirmó la propiedad de los indígenas y la retirada
de los intrusos no aborígenes.
Actualmente
en el territorio indígena de Raposa/Serra do Sol los macuxíes están conviviendo con pueblos vecinos, los Taurepang, los
Arekuna y los Kamarakoto, que también son hablantes de lenguas pertenecientes a
la familia caribe y muy próximos, social y culturalmente a los Macuxíes.
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Jóvenes macuxíes durante un día festivo. |
Después
de años de campañas dirigidas por el Consejo Indígena de Roraima (CIR),
Survival y muchas ONGs de Brasil y de otros lugares, Raposa-Serra do Sol fue reconocida legalmente por el presidente Luis
Inácio Lula da Silva el 15 de abril de 2005. Dicho reconocimiento supuso un
hito que se celebró con gran alegría, ya que el territorio había sido objeto de
una violenta y continuada campaña por parte de los ganaderos y colonos locales,
para evitar que los indígenas lo recuperasen. En las tres últimas décadas, más de 21 líderes indígenas fueron
asesinados y cientos de ellos resultaron heridos durante su incansable lucha para
recuperar su tierra ancestral.
Amenaza el sida a
las tribus macuxíes
El
riesgo más grave lo enfrentan los caripuna, macuxíes y suruí. Según una
investigación de la ONU, declaró el profesor de la Universidad de Brasilia, Victor Leonardi, en una entrevista con
el diario O Globo, señalando la necesidad de
tomar medidas de prevención urgentes revelando que tres comunidades indígenas pueden desaparecer: los caripuna de Amapá,
los macuxíes de Roraima y los suruí de Rondonia tienen un riesgo más acentuado.
Los caripuna tienen estrechos contactos comerciales y sexuales con
buscadores de oro, traficantes de animales, de droga etcétera, que actúan
ilegalmente en esta región fronteriza con la Guyana francesa y Surinam.
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La etnia de los macuxíes interpretando el parixara, una de sus danzas típicas. |
Leonardi
agregó que las mujeres macuxíes de
Roraima se han convertido en objetos sexuales de los hacendados e incluso se
prostituyen en las carreteras, mientras que los indios suruí se
convirtieron en adictos a la cocaína y otras drogas en casa de los comerciantes
de madera.
Pero
no solo los visitantes introducen la enfermedad en las tribus, según Leonardi. Los propios indígenas que salen a trabajar
en las ciudades o con los buscadores de oro se contagian con el virus de inmuno
deficiencia humana (VIH), que provoca el sida, en los prostíbulos y después
vuelven a vivir con sus familias.
De
acuerdo con Leonardi, el número de indígenas infectados con el VIH es mucho
mayor, ya que en varios casos la
enfermedad nunca es diagnosticada como tal, y muchas veces los aborígenes
mueren sin que se identifique la causa.