HUMANIDAD Y COSMOS es un programa que trata de traerle a usted eso que siempre se preguntó y nunca tuvo la oportunidad de escuchar… Hechos históricos ocultados, fenómenos insólitos, creencias, mitos y leyendas, arqueología proscripta, seres extraños, energías prohibidas, noticias curiosas, científicos censurados, el misterio de los objetos voladores no identificados, profecías y vaticinios, sociedades secretas, ecología, enigmas y soluciones para vivir física y espiritualmente sanos.


lunes, 14 de abril de 2014

EL DISCURSO DEL JEFE SEATTLE, EL PRIMER ECOLOGISTA

Cuando el gobierno de los Estados Unidos llegó a la costa noroeste del Pacífico, en lo que se conocía como el Territorio de Washington hicieron un tratado en 1855 con los indígenas que cedieron la mayor parte de su terreno a los recién llegados. El Jefe Seattle, el Gran Jefe de los Duwamish, reconocido por su sabiduría y su prudencia, pronunció en esa ocasión un discurso ante Isaac Ingalls Stephens, gobernador del Territorio de Washington. Discurso que, incluso hoy, casi 160 años después, nos asombra y admira. (Este documento se publicó, por primera vez, en 1887, tras 32 años de su pronunciamiento).

Busto del Jefe Seattle en la
ciudad que lleva su nombre.
Aunque quizás nunca lleguemos a saber con exactitud lo que dijo el Jefe Seattle, es muy posible que él haya sido tan elocuente como aparece representado en las diversas versiones que circulan. El discurso de Seattle presenta una particular visión del mundo y una manera de entender la naturaleza.

El jefe Seattle nació alrededor de 1786 en Blake Island, Washington, y murió el 7 de junio de 1866, en la reserva suquamish de Port Madison, Washington. Su padre, Schweabe, fue el líder de la tribu suquamish, y su madre fue Scholitza, que era la hija de un jefe de los duwamish. Su lengua materna era el lushootseed meridional.

Seattle, de joven, se ganó su reputación como líder y guerrero, emboscando y derrotando a grupos de enemigos invasores que venían desde Green River en las faldas de la cadena montañosa Cascade, y atacando a los chemakum y a los s´klallam, tribus que vivían en la Península Olímpica. Siendo todavía un joven jefe, se destacó por su coraje, osadía y liderazgo, consiguiendo el control de seis de las tribus locales. Era muy alto para ser un nativo de Puget Sound, midiendo casi 182 cm (6 pies) de altura. También era un conocido orador, y su voz se dice que llegaba hasta media milla o más de distancia cuando se dirigía a una audiencia.

Mapa de tribus del noroeste, en Washington,
Estados Unidos.
Se casó tomando dos esposas de la aldea de Tola'ltu justo al este de Duwamish Head  en Elliot Bay (ahora parte del oeste de la ciudad de Seattle que lleva su nombre). Su primera esposa Ladalia, murió al dar a luz a su primera hija. El cacique tuvo tres varones y cuatro mujeres con su segunda esposa Olahl. De ellos, la más famosa es la princesa Angeline (1820-1896), también conocida como Kikisoblu, la hija mayor de Seattle. Tras la muerte de uno de sus hijos, el cacique se refugió y bautizó en la iglesia católica, probablemente en 1848 en una misión cerca de Olympia, Washington. Toda su prole también fue bautizada y creció con fe, y su conversión marcó su aparición como un líder que buscaba la cooperación con los nuevos colonos americanos. 

Las tribus rivales, en su momento lo vieron como, «un cobarde y un traidor» por haber llevado a cabo las negociaciones del tratado y cedido las tierras indias al hombre blanco. Lo cierto es que el jefe Seattle fue puesto en una posición donde tuvo que hacer elecciones muy difíciles y de no firmarse el tratado, las tribus indígenas de la región hubieran sido exterminadas. Los salishianos aceptaron el trato del presidente Franklin Pierce, pero no los penutianos, que entraron en guerra con los colonos blancos de la región en 1855. La guerra entre los colonos estadounidenses y los indígenas duró hasta 1858, año en que los penutianos fueron derrotados y forzados a mudarse a reservas indígenas.

El Tratado de Paz
El Territorio de Washington fue establecido en 1853 (los primeros en explorar Washington fueron los españoles en la década de 1750 y reivindicaron la zona para la corona española. En 1775 los españoles publicaron un mapa de la costa noroeste de los actuales Estados Unidos. En 1789 los españoles fundaron un fuerte al norte, en la isla de Nutka, en la actual Columbia Británica. La expedición española de Alejandro Malaspina que dio la vuelta al mundo a bordo de las naves Atrevida y Descubierta visitó y cartografió la región costera de Washington en 1791. Posteriormente, los británicos usurparían la región donde actualmente se localiza el estado de Washington).

Ubicación del estado de Washington.
La región era disputada entre los estadounidenses y los británicos entre las décadas de 1810  y 1846. En 1819, España se ve obligada a ceder a los Estados Unidos el enorme territorio de Oregón por el Tratado de Adams-Onís. En 1846, el Tratado de Oregón establece que todas las tierras al sur del paralelo 49 pasarían al control de Estados Unidos —a excepción de la isla de Vancouver y hacia el norte serían británicas. En 1848 se creó el Territorio de Oregón y hasta 1859, Washington formó parte del mismo. En 1859 se crea el estado de Oregón y también en ese año el territorio de Washington, que fue nombrado en homenaje a George Washington.

El Jefe Leschi se opuso al
Acuerdo de Point Elliott y
fue ejecutado.
El gobierno de Estados Unidos comenzó la tarea de firmar tratados con las tribus del área para adquirir sus tierras. Los suquamish cedieron la mayor parte de su terreno a los Estados Unidos cuando firmaron el Acuerdo de Point Elliott el 22 de enero de 1855. Aunque los pueblos salish del Puget Sound no estaban generalmente organizados más allá del nivel de aldeas individuales, los Suquamish tenían un lugar central en Puget Sound y dos miembros de los Suquamish terminaron siendo reconocidos en toda la región como grandes líderes. Uno fue Kitsap (hermano del padre de Seattle), que lideró una coalición de las tribus del Puget Sound contra los Cowichan de la isla de Vancouver alrededor de 1825. Otro fue Seattle o Seathl, hijo de Schweabe, que era un buen orador y pacifista durante la turbulenta época de mediados del siglo XIX. Aunque ambos Kitsap y Seathl o See-ahth eran a menudo llamados "Jefe", esta es una atribución dada por los angloparlantes; tal denominación no era usada por los propios Indios del Puget Sound.

El Jefe Owhi también se opuso
al tratado y fue eliminado.
El Tratado de Point Elliott fue un tratado entre el gobierno de Estados Unidos y varias tribus aborígenes de la región del estrecho de Puget en el entonces recientemente formado Territorio de Washington. Los firmantes del Tratado de Point Elliott incluían al Jefe Seattle y al Gobernador Territorial y Comisionado de Asuntos Indígenas para los Territorios de Washington, Isaac Stevens. Representantes de los Suquamish, Skagit, Snohomish, Duwamish, Lummi, Swinomish y otras tribus también lo firmaron. El tratado establecía las reservas de Port Madison, Tulalip, Swinomish, y Lummi.

Las tribus Klickitat, Spokane, Palus, Walla-Walla, Yakama, Kamialk, Nisqually y Puyallup fueron consideradas “hostiles” por oponerse a vivir en reservaciones. El Jefe Leschi (1808-1858) de la tribu de los Nisqually y su hermano Quiemuth se opusieron al Tratado de Point Elliott, ambos fueron ejecutados. Otros caciques como Coquilton, Owhi, y 24 otros jefes indígenas de la región fueron linchados o fusilados. El 11 de noviembre de 1889, Washington pasó a ser el 42º estado de los Estados Unidos.

Difusión del discurso del Jefe Seattle
El jefe Seattle o Seathl, dio un discurso según la versión más común el 11 de marzo de 1854 (un año antes de la firma del Acuerdo de Point Elliott), el cual fue mencionado por el Dr. Henry A. Smith (1830-1915) en el periódico Seattle Sunday Star el 29 de octubre de 1887. Es comúnmente conocida como Respuesta del Jefe Seattle debido a que era un discurso que contestaba al gobernador territorial Isaac Ingalls Stevens (1818-1862). Aunque no hay duda de que el jefe Seattle dio la charla, se pone en duda la exactitud del relato de Smith. Y aun más lo son los posteriores relatos que derivan del de Smith.

Mapa actual de Puget Sound, las
tierras donde vivió el Jefe Seattle.
El discurso era en respuesta a una carta enviada por el decimocuarto presidente de los Estados Unidos, el demócrata Franklin Pierce (1804-1869), con una oferta al jefe Seattle, de la tribu Suwamish, para comprarle los territorios del noroeste de los Estados Unidos que hoy forman el Estado de Washington. Pese a que se sabe que Smith acudió a escuchar la alocución, este no hablaba el idioma lushootseed del jefe Seattle, y hay cierta incertidumbre acerca de qué cantidad fue acaso traducido, incluso al Chinook, en ese momento. Smith entendía parcialmente el idioma Chinook, y luego lo tradujo al inglés. Ciertamente, se sabe que el Jefe Seattle era muy elocuente y se hacía escuchar, posiblemente la versión de Smith capturó muchos de los conceptos y las palabras presentes en el discurso de Seattle.

Smith era un admirador de Seathl o Si'ahl (lo describió diciendo: "El viejo Jefe Seattle fue el indio más grande que jamás haya visto y, por lejos, el de aspecto más noble... Cuando se erguía para hablar en el Consejo o para dar recomendaciones, todos los ojos se volvían hacia él, y de sus labios surgían sonoras y elocuentes sentencias pronunciadas con voz de tonos profundos... Su magnífica estampa era tan noble como la de los más cultivados jefes militares en comando de las fuerzas de un continente.").

Henry A. Smith en 1890, un admirador
del cacique Seattle, fue el que
transcribió por primera vez su discurso.
Aunque la fidelidad exacta del contenido del discurso está en duda por tantas traducciones, testigos contemporáneos están de acuerdo en que tuvo aproximadamente media hora de duración, y que, durante todo el tiempo, el jefe Seattle, un hombre alto, tenía una mano en la pequeñísima cabeza del gobernador Stevens. Miembros del Museo Suquamish determinaron, luego de consultar ancianos de su tribu en 1982, que la versión de Smith es el mejor recuento del discurso de Seathl. En 1891, Frederick James Grant reimprimió el discurso publicado por Smith en un libro sobre la Historia de Seattle.

William Arrowsmith (1924-1992), profesor de literatura clásica en la Universidad de Texas, decidió tomar la versión del Dr. Smith y reeditarla, usando el lenguaje y modo de hablar más común de las tribus de la región en la época de Seathl. Conversando con ancianos tradicionales de estas tribus, Arrowsmith pudo desarrollar un sentido de la sintaxis que usaron. Editó una segunda versión del discurso de Seattle en lenguaje contemporáneo en los años 1960. Se conoció oficialmente el 22 de abril de 1970 en la Universidad de Texas, en Austin durante la primera celebración del “Día de la Tierra”.

Ted Perry, el autor de la
tercera versión del discurso
del Jefe Seattle.
Las palabras de Seattle volvieron a ser famosas otra vez cuando una tercera versión comenzó a circular por la década de 1980. Esta última versión de Ted Perry, profesor de teatro, cine y dramaturgo en la Universidad de Texas y amigo de Arrowsmith, mejoró el discurso original de Seattle para la película Home de 1972 sobre ecología y contaminación. Perry era guionista de la Southern Baptist Radio and Television Commission, (Comisión de Radio y Televisión Bautista del Sur), una empresa de la Convención Bautista del Sur, la mayor iglesia protestante de los Estados Unidos. Para hacer Home (Hogar), le pide permiso a Arrowsmith de usar su pieza como base de su guión y procede a escribir lo que hoy conocemos como "La carta del jefe Seattle".

Poco después, la revista Environmental Action publicó la versión bautista del discurso en su número del 11 de noviembre de 1972. Ya ahora no era un discurso del Jefe Seathl sino una carta que envió al Presidente Pierce.

David Swinson Maynard era amigo
de Seattle y convenció a los
habitantes blancos para que
rebauticen a su pueblo con el
nombre de Seattle.
Pero fue la publicación de un artículo titulado The Decidedly Unforked Message of Chief Seattle en la revista Passages de Northwest Airlines que hizo famosa la versión bautista, con una nota de que la "carta" era una "Adaptación de las observaciones de Seattle tomando como base una traducción al inglés por William Arrowsmith".

Seathl, See-ahth o Si’ahl tuvo amistad con el pionero y doctor David Swinson "Doc" Maynard (1808-1873) que se asentó en Seattle cuando aún era un pequeño poblado llamado Duwamps. Es considerado uno de los padres fundadores de la actual ciudad de Seattle. Era un defensor de los derechos de los aborígenes (al menos en lo relacionado con los otros colonos) y un constante partidario de Seattle. Maynard convenció al resto de los colonos de bautizar con el nombre de Seattle al pueblo donde vivían.

LA CARTA DEL JEFE SEATTLE (Tercera versión)
El gran Jefe de Washington nos envió un mensaje diciendo que deseaba comprar nuestra Tierra. El Gran Jefe también nos envió palabras de amistad y de buena voluntad. Es una señal amistosa por su parte, pues sabemos que no necesita nuestra amistad.

Pero vamos a considerar su oferta, porque sabemos que si no se la vendemos, quizá el hombre blanco venga con sus armas y se apodere de nuestra Tierra. ¿Quién puede comprar o vender el Cielo o el calor de la Tierra?

No podemos imaginar esto si nosotros no somos dueños del frescor del aire, ni del brillo del agua. ¿Cómo él podría comprárnosla? Trataremos de tomar una decisión.

Según lo que el Gran Jefe Seattle diga, el Gran Jefe en Washington puede dejarlo, del mismo modo que nuestro hermano blanco en el transcurso de las estaciones puede dejarlo.

Foto del Jefe Seattle, en la
década de 1860, cuando
rondaba los ochenta
años de edad.
Mis palabras son como las estrellas, nunca se extinguen. Cada parte de esta tierra es sagrada para mi pueblo, cada brillante aguja de un abeto, cada playa de arena, cada niebla en el oscuro bosque, cada claro del bosque, cada insecto que zumba es sagrado, para el pensar y el sentir de mi pueblo. La savia que sube por los árboles, trae el recuerdo del Piel Roja.

Los muertos de los blancos olvidan la Tierra en que nacieron, cuando desaparecen para vagar por las estrellas. Nuestros muertos nunca olvidan esta maravillosa Tierra, pues es la madre del Piel Roja. Nosotros somos una parte de la Tierra, y ella es una parte de nosotros. Las olorosas flores son nuestras hermanas, el ciervo, el caballo, la gran águila, son nuestros hermanos. Las rocosas alturas, las suaves praderas, el cuerpo ardoroso del potro y del hombre, todos pertenecen a la misma familia.

Por eso cuando el Gran Jefe de Washington, nos envió el recado de que quería comprar nuestra Tierra, exigía demasiado de nosotros. El Gran Jefe nos comunicaba que quería darnos un lugar, donde pudiéramos vivir cómodamente. Él sería nuestro padre, y nosotros seríamos sus hijos. ¿Pero, será posible esto alguna vez? Dios ama a vuestro pueblo, y ha abandonado a sus hijos rojos.

Él ha enviado máquinas para ayudar al hombre blanco en su trabajo, y construye para él grandes pueblos. Él hace que vuestra gente cada vez sea más poderosa, día tras día. Pronto invadiréis la Tierra, como ríos que se desbordan desde las gargantas montañosas, por una inesperada lluvia.

El monte Rainier, en el estado de Washington.
Mi pueblo es como una corriente desbordada, pero sin retorno. No, nosotros somos de razas diferentes. Nuestros hijos no juegan juntos, y nuestros ancianos no cuentan las mismas historias. Dios os es favorable, y nosotros estamos como huérfanos.

Meditaremos sobre vuestra oferta de comprarnos la Tierra. No será fácil, porque esta Tierra es sagrada para nosotros. Nos sentimos alegres en este bosque. No sé por qué, pero nuestra forma de vivir es diferente de la vuestra.

El agua cristalina, que brilla en arroyos y ríos, no es sólo agua, sino la sangre de nuestros antepasados. Si os vendemos nuestra Tierra, habéis de saber que es sagrada, y que vuestros hijos aprendan que es sagrada, y que todos los pasajeros reflejos en las claras aguas son los acontecimientos y tradiciones que refiere mi pueblo.

El murmullo del agua es la voz de mis antepasados. Los ríos son nuestros hermanos, ellos apagan nuestra sed. Los ríos llevan nuestras canoas y alimentan a nuestros hijos.


Isaac Ingalls Stevens, el primer
gobernador del territorio de
Washington, con su uniforme
del Ejército del Norte durante
la guerra civil estadounidense.
Si vendiésemos nuestra tierra tenéis que acordaros, y enseñar a vuestros hijos que los ríos son nuestros hermanos -y los vuestros-, y que tendréis desde ahora que dar vuestros bienes a los ríos, así como a otros de vuestros hermanos.

El Piel Roja siempre se ha apartado del exigente hombre blanco, igual que la niebla matinal en los montes cede ante el sol naciente. Pero las cenizas de nuestros  antepasados, sus tumbas, son tierra santa, y por eso estas colinas, estos árboles, esta parte de la Tierra, nos es sagrada.

Sabemos que el hombre blanco no comprende nuestra manera de pensar. Para él una parte de la Tierra es igual a otra, pues él es un extraño que llega de noche y se apodera en la Tierra de lo que necesita.

La Tierra no es su hermana, sino su enemiga, y cuando la ha conquistado, cabalga de nuevo. Abandona la tumba de sus antepasados y no le importa. Él roba la Tierra de sus hijos, y no le importa nada. Él olvida las tumbas de sus padres, y los derechos de nacimiento de sus hijos. Trata a su madre, la Tierra, y a su hermano, el Cielo, como cosas que se pueden comprar y arrebatar, y que se pueden vender, como ovejas o perlas brillantes. Hambriento, se tragará la tierra, y no dejará nada, sólo un desierto.

No sé, pero nuestra forma de ser, es diferente de la vuestra. La vista de vuestras ciudades hace daño a los ojos del Piel Roja. Quizá porque el Piel Roja es un salvaje y no lo comprende. No hay silencio alguno en las ciudades de los blancos, no hay ningún lugar donde se pueda oír crecer las hojas en primavera y el zumbido de los insectos.



Kikisoblu, la hija mayor de
Seattle, fotografiada en 1896.
Pero quizá es porque yo sólo soy un salvaje, y no entiendo nada. La charlatanería sólo daña a nuestros oídos. ¿Qué es la vida si no se puede oír el grito solitario del pájaro chotacabras, o el croar de las ranas en el lago al anochecer? Yo soy un Piel Roja y no entiendo esto.

El indio puede sentir el suave susurro del viento, que sopla sobre la superficie del lago, y el soplo del viento limpio por la lluvia matinal, o cargado de la fragancia de los pinos.

El aire es de gran valor para el Piel Roja, pues todas las cosas participan del mismo aliento: el animal, el árbol, el hombre, todos participan del mismo aliento. El hombre blanco parece no considerar el aire que respira; a semejanza de un hombre que está muerto desde hace varios días y está embotado contra el hedor.

Pero si os vendemos nuestra Tierra no olvidéis que tenemos el aire en gran valor; que el aire comparte su espíritu con la vida entera. El viento dio a nuestros padres el primer aliento, y recibe el último hálito. Y el viento también insuflará a nuestros hijos la vida. Y si os vendiéramos nuestra Tierra, tendríais que cuidarla como un tesoro, como un lugar donde también el hombre blanco sepa que el viento sopla suavemente sobre las flores de la pradera.

Yo soy un salvaje, y es así como entiendo las cosas. He visto mil bisontes putrefactos, abandonados por el hombre blanco. Los mataron desde un convoy que pasaba.

Yo soy un salvaje y no puedo comprender cómo el caballo de hierro que echa humo, es más poderoso que el búfalo, al que sólo matamos para conservar la vida.

¿Qué es el hombre sin animales? Si todos los animales desapareciesen el hombre también moriría, por la gran soledad de su espíritu. Lo que les suceda a los animales, luego, también les sucede a los hombres. Todas las cosas están estrechamente unidas.
Lo que le acaece a la Tierra también les acaece a los hijos de la Tierra. Tenéis que  enseñar a vuestros hijos que el suelo que está bajo sus pies tiene las cenizas de nuestros antepasados.

Ciudad de Seattle.
Para que respeten la Tierra, contadles que la Tierra contiene las almas de nuestros  antepasados. Enseñad a vuestros hijos lo que nosotros enseñamos a los nuestros: que la Tierra es nuestra madre.

Lo que le acaece a la Tierra, les acaece también a los hijos de la Tierra. Cuando los hombres escupen a la Tierra, se están escupiendo a sí mismos. Pues nosotros sabemos que la Tierra no pertenece a los hombres, que el hombre pertenece a la Tierra. Eso lo sabemos muy bien, Todo está unido entre sí, como la sangre que une a una misma familia. Todo está unido.
El hombre no creó el tejido de la vida, sólo es una hilacha. Lo que hagáis a este tejido, os lo hacéis a vosotros mismos. No, el día y la noche no pueden vivir juntos.

Nuestros muertos siguen viviendo en los dulces ríos de la Tierra, y regresan de nuevo con el suave paso de la primavera, y su alma va con el viento, que sopla rizando la superficie del lago.

Consideramos la posibilidad de que el hombre blanco nos compre nuestra Tierra.

Pero mi pueblo pregunta: ¿qué es lo que quiere el hombre blanco? ¿Cómo se puede comprar el Cielo, o el calor de la Tierra, o la velocidad del antílope? ¿Cómo vamos a venderos esas cosas y cómo vais a poder comprarlas? ¿Es que, acaso, podréis hacer con la Tierra lo que queráis, sólo porque un Piel Roja firme un pedazo de papel y se lo dé al hombre blanco?

Si nosotros no poseemos el frescor del aire, ni el brillo del agua, ¿cómo vais a poder comprárnoslo? ¿Es que, acaso, podéis comprar los búfalos cuando ya habéis matado al último?


"Para el hombre blanco la 
tierra no es su hermana, 
sino su enemiga", dijo el
Jefe Seattle.
Consideraremos vuestra oferta. Sabemos que si no os la vendemos vendrá el hombre blanco y se apoderará de nuestra Tierra. Pero nosotros somos unos salvajes.

El hombre blanco que va en pos de la posesión del poder, ya se cree que es Dios, al que le pertenece la Tierra. ¿Cómo puede un hombre apoderarse de su madre?

Consideraremos vuestra oferta de comprar nuestra Tierra. El día y la noche no pueden vivir juntos. Consideraremos vuestra oferta de que vayamos a una reserva. Queremos vivir aparte y en paz. No importa dónde pasemos el resto de nuestros días.

Nuestros hijos verán a sus padres sumisos y vencidos. Nuestros guerreros estarán avergonzados. Después de la derrota pasarán sus días en la holganza, y envenenarán sus cuerpos con dulces comidas y dulces bebidas.

No importa dónde pasemos el resto de nuestros días. No quedan ya muchos. Sólo algunas horas, un par de inviernos, y no quedará ningún hijo de la gran estirpe que en otros tiempos vivió en esta Tierra, y que ahora en pequeños grupos viven dispersos por el bosque, para gemir sobre las tumbas de su pueblo, que en otros tiempo fue tan poderoso y lleno de esperanza como el vuestro.

Otra frase de Seattle: "Cuando los
hombres escupen a la tierra, se
están escupiendo a sí mismos".
Pero, ¿por qué consternarse por la desaparición de un pueblo? Los pueblos están constituidos por hombres. Es así. Los hombres aparecen y desaparecen como las olas del mar. Ni siquiera el hombre blanco, cuyo Dios camina a su lado, y habla con él, como el amigo con el amigo, puede librarse del común destino. Quizá seamos hermanos. Esperamos verlo.

Sólo sabemos una cosa -que quizá un día el hombre blanco también descubra-, y es que nuestro Dios, es el mismo Dios suyo, Vosotros, quizá, penséis que le poseéis -igual que tratáis de poseer nuestra Tierra-, pero no podéis. Es el Dios de todos los hombres, lo mismo de los Pieles Rojas que de los blancos. Aprecia mucho esta Tierra y el que atente contra ella significa que desprecia a su Creador.

También los blancos desaparecerán, y quizá antes que otras estirpes. Continuad contaminando vuestro lecho y una noche moriréis en vuestra propia caída. Pero al desaparecer brillaréis por el fuego del poderoso Dios, que os trajo a esta Tierra, y que os destinó a dominar al Piel Roja en esta Tierra.

Este destino es para nosotros un enigma. Cuando todos los búfalos hayan muerto, los caballos salvajes hayan sido domados, y el rincón más secreto del bosque haya sido invadido por el ruido de muchos hombres, y la visión de las colinas esté manchada por los alambres parlantes, cuando desaparezca la espesura, y el águila se haya ido, esto significará decir adiós al veloz potro y a la caza.

El final de la vida -y el comienzo de la otra vida. Dios os concedió el dominio sobre estos animales, los bosques y los Pieles Rojas por un determinado motivo. Y es motivo es un enigma para nosotros.


Estrecho de Puget Sound, en el estado
de Washington, detrás el monte Rainier.
Quizá podríamos comprenderlo si supiésemos qué es lo que sueña el hombre blanco, qué ideales ofrece a los hijos en las largas noches invernales, y qué visiones arden en su imaginación, hacia las que tienden el día de mañana.

Pero nosotros somos salvajes, los sueños del hombre blanco nos están ocultos, y porque nos están ocultos nosotros vamos a seguir nuestro propio camino.

Pues, ante todo, nosotros estimamos el derecho que tiene cada ser humano a vivir tal como desea, aunque sea de modo muy diverso al de sus hermanos. No es mucho lo que nos une.

Consideraremos vuestra oferta. Si aceptamos es sólo por asegurarnos la reserva que habéis prometido. Quizá allí podamos acabar los pocos días que nos quedan viviendo a vuestra manera.

Cuando el último Piel Roja de esta Tierra desaparezca y su recuerdo sea solamente la sombra de una nube sobre la pradera, todavía estará vivo el espíritu de mis  antepasados en estas orillas y estos bosques.

Pues ellos amaban esta Tierra, como ama el recién nacido el latido del corazón de su madre. Si os llegáramos a vender nuestra Tierra, amadla, como nosotros la hemos amado. Cuidad de ella, como nosotros la cuidamos, y conservad el recuerdo de esta Tierra tal como os la entregamos.

Lápida del Jefe Seattle.
Y con todas vuestras fuerzas, vuestro espíritu y vuestro corazón, conservadla para vuestros hijos, y amadla, tal como Dios nos ama a todos. Pues hay algo que sabemos,
que Dios es el mismo Dios.

Esta Tierra es sagrada para Él. Ni siquiera el hombre blanco se puede librar del destino común.

Quizá somos hermanos. Esperamos verlo.
Aún el Hombre Blanco, cuyo Dios pasea con él y conversa con él de amigo a amigo, no puede estar exento del destino común. Quizá seamos hermanos, después de todo. Lo veremos. Sabemos algo que quizá el Hombre blanco algún día descubra; que nuestro Dios es su mismo Dios. Ahora pensáis que sois dueños de Él tal como deseáis ser dueños de nuestras tierras: pero no podéis serlo. El es Dios de la Humanidad y su compasión es igual para el Hombre Piel Roja que para el Hombre Blanco. Esta tierra es preciosa para Él, y causarle daño significa mostrar desprecio hacia su Creador.

Los Hombres Blancos también pasarán, tal vez antes que las demás tribus. Si contamináis vuestras camas, moriréis alguna noche sofocados por vuestros propios desperdicios. Pero aún en vuestra hora final os sentiréis iluminados por la idea de que Dios os trajo a estas tierras y os dio el dominio sobre ellas y sobre el Hombre de Piel Roja con algún propósito especial. Tal destino es un misterio para nosotros porque no comprendemos lo que será cuando los búfalos hayan sido exterminados, cuando los caballos salvajes hayan sido domados, cuando los recónditos rincones de los bosques exhalen el olor a muchos hombres y cuando la vista hacia las verdes colinas esté cerrada por un enjambre de alambres parlantes, ¿Dónde está el espeso bosque?. Desapareció. ¿Dónde está el águila? Desapareció. Así termina la vida y empieza el sobrevivir.

FIN

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