Durante los
primeros años de la colonización española, se fundó la ciudad de Nuestra Señora
de Talavera de Esteco, en la provincia de Salta, actual noroeste argentino,
ciudad que, un día 13 de setiembre de 1692 fue tragada por la tierra en un gran
terremoto y nunca más se volvió a saber de ella. Murieron miles de personas.
La primera ciudad de Esteco fue fundada en 1566 por un grupo de españoles amotinados. |
La ciudad de Esteco tuvo varios traslados, en el último asentamiento,
desapareció para siempre. En 1566 un grupo de españoles fundaron la ciudad de Esteco
Vieja o Esteco Viejo. Estaban liderados por Jerónimo de Olguín, Diego de Heredia y Juan de
Barzocanas que se habían amotinado contra el conquistador Francisco
de Aguirre entonces gobernador del Tucumán y fundaron una villa
en la que era entonces la ribera oriental del Río Salado del
Norte. Tal población fue llamada inicialmente Cáceres, pero al haber
sido edificada irregularmente recién fue fundada con acta oficial por Diego Pacheco el 15 de agosto de 1567
con el nombre de Nuestra Señora de Talavera. La ubicación de este primer
asentamiento se encuentra unos tres kilómetros al este de la localidad de El
Vencido, en el departamento Anta.
La antigua Nuestra Señora de Talavera, situada en la
zona de llanura chaqueña transicional con las Sierras Subandinas poseía una
reducida población europea (aunque dominante militar, económica y
políticamente) y una mayoría de población amerindia (se supone que tonocotés, lules
y matarás, bajo régimen de encomienda), tal población amerindia estaba
compuesta en gran parte por mujeres (lo que en poco tiempo habría provocado un
fuerte mestizaje), las mujeres eran obligadas a cultivar y cosechar algodón así
como a tejerlo en telares. El abandono
en 1609 de este primer asiento se debió al decaimiento de la ruta comercial por
el río Salado luego de la fundación de Madrid de las Juntas y también a los
conflictos creados por la explotación del trabajo indígena, sobre todo sobre un
canal de riego que exigía permanentes reparaciones. Aunque en 1609 la casi
totalidad de la población emigró hacia Talavera de Madrid, quedaron unos pocos
habitantes en una estancia que mantuvo el nombre de Esteco El Viejo y en sus
proximidades los rancheríos de Culicas y Yatasto.
En la Relación de las provincias de Tucumán
escrita hacia 1580 por Pedro Sotelo y
Narváez, éste dice lo siguiente:
Esta ciudad
está a cincuenta leguas de Santiago del
Estero, el río Salado (...) arriba, camino que se acostumbra ahora para
[comunicarse] con el Perú. Tendrá cuarenta vecinos [españoles] encomenderos de
indios; está en los llanos; tiene el [mismo] temple y temporales que Santiago,
y dase en ella lo mismo que en Santiago. Servirán a estos vecinos de esta
ciudad seis a siete mil indios toconotes y lules; los lules están [en las]
riberas de este río y aguadas que ellos hacen. Es gente labradora: viven y
vivían como en Santiago, aunque siembran a temporal (no según riego sino,
principalmente por lluvias). Vístense todos de algodón y lana que los
encomenderos les dan, y ellos siembran y cogen miel, cera, grana, pez [resina]
y lo demás que en Santiago.
En 1592 Juan Ramírez de
Velazco, gobernador de Tucumán (fundador de las ciudades de La Rioja en 1591 y Jujuy en 1593),
fundó una nueva población en la confluencia de los ríos Pasaje y río Piedras,
llamándole por esto Madrid de Las Juntas, ubicándose sus ruinas en el actual departamento Metán.
Talavera de
Madrid o Esteco Nueva
En 1609 las dos poblaciones antes citadas, por orden
del gobernador Alonso de Ribera y Zambrano
(1560-1617), fueron trasladadas y reunidas en una nueva ciudad que recibió
el nombre oficial de Talavera de Madrid (reuniéndose en esta denominación parte
de los nombres de las poblaciones precedentes), sin embargo predominó entre la
gente el nombre originario tal vez de origen tonocoté de Esteco (Esteco Nueva)
o Talavera del Esteco. Esta ciudad se ubicó en el sitio hoy conocido como Campo
Azul) también a orillas del río Salado, en una encrucijada que comunicaba el
Camino Real desde el Río de la Plata al Alto Perú y desde Chile al Paraguay. Tal ubicación y la bonanza en las
producciones de algodón e industrias textiles hizo que hacia fines del siglo
XVII sus pobladores (al menos los europeos) cobraran fama de opulentos,
llegando a tener la ciudad una riqueza casi legendaria. Estuvo esta ciudad
dotada de fortificaciones mandadas a construir por Alonso
Mercado y Villacorta, así como de un colegio y seminario fundado
por el obispo Juan Fernando de Trejo y Sanabria.
Alonso de Ribera y Zambrano (1560-1617), ordenó unir dos poblaciones y nació la ciudad de Esteco que sería destruida por la naturaleza. |
En cuanto al número de sus habitantes, se ha llegado a
suponer que en el citado siglo XVII
rondaba en los 40.000 habitantes, pero tal cifra parece muy exagerada.
Según cuenta la tradición
oral, Los habitantes de Esteco estaban orgullosos de su
ciudad y de la riqueza que habían acumulado. Usaban un lujo desmedido y en todo revelaban ostentación y derroche.
Eran soberbios y petulantes.
Si se les caía un objeto cualquiera, aunque
fuese un pañuelo o un sombrero, y aún dinero, no se inclinaban siquiera para
mirarlos, mucho menos para levantarlos. Sólo vivían para la vanidad, la
holganza y el placer. Eran, además,
mezquinos e insolentes con los pobres, y despiadados con los esclavos.
Llega un peregrino
Sabiendo que allí se blasfemaba, se pecaba y se
descreía del mismo Dios, un día llegó un extraño peregrino vestido con una
pobre túnica de franciscano. Entró
caminando por la calle principal, con un cayado, llamando de casa en casa
pidiendo caridad. Los estequeños se mofaron de él y le cerraron las puertas en
la cara.
Un peregrino entró en Esteco por la calle principal, días antes del terremoto. |
Siguió andando el santo varón hasta llegar al extremo
de la población y ya en las afueras, golpeó la puerta de una de las pocas casas
humildes del lugar, siendo atendido por una sencilla mujer que vivía con su
marido y su pequeño hijo. Fue la única
en todo Esteco que lo hizo pasar, matando la única gallina de que disponían
para compartirla en la cena con el fraile.
El hombre santo regresó a la ciudad y desde el púlpito de su iglesia
advirtió a los pobladores sobre los graves pecados en que estaban incurriendo. El misionero predicó la necesidad de volver
a las costumbres sencillas y puras, de practicar la caridad, de ser humildes y
generosos. Pero aquellos, enceguecidos por su ateísmo y su maldad, se
volvieron a reír de él como lo habían hecho anteriormente de otros sacerdotes,
tirándole objetos y haciendo mofa de sus palabras. Entonces, el santo varón volvió a hablar para
advertir que Dios estaba enfadado y que un terremoto arrasaría la ciudad. Las
risotadas fueron tales que la mofa fue general y la palabra terremoto se mezcló a
los chistes más atrevidos. Pedían, por ej., en las tiendas, cintas de color “terremoto”.
La ira de Dios destruye la pecaminosa ciudad de Esteco, en Salta, el 13 de setiembre de 1692. |
Aquella noche el misionero fue a la casa del humilde
matrimonio y les indicó que en la
madrugada debían abandonar la ciudad con él porque Dios la iba a destruir. Les
dijo también que ellos serían salvados por su caridad pero que bajo ningún
motivo mirasen hacia atrás para ver lo que ocurría. Bien recordaba el santo lo
acontecido en Tierra Santa más de tres mil años atrás, cuando el Señor arrasó
Sodoma y Gomorra.
La familia obedeció al extraño fraile. A la
madrugada del 13 de setiembre de 1692 un terremoto que hoy se calcula de magnitud 7,0
grados en la escala de Richter asoló a esta ciudad muriendo miles en el sismo.
El pequeño grupo, dice la leyenda, salió por el camino que lleva a la ciudad de Salta. Un trueno ensordecedor
anunció la catástrofe. La tierra se estremeció en un pavoroso terremoto, se abrieron grietas inmensas y lenguas de
fuego brotaban por todas partes. La ciudad y sus gentes se hundieron en esos
abismos ardientes. En
ese momento el peregrino alzó su voz para recordar al matrimonio que no mirase
hacia atrás, oyera lo que oyera. La mujer
caritativa marchó un rato oyendo a sus espaldas el fragor del terremoto y los alaridos
de la gente, pero no pudo más y volvió la cabeza, aterrada y curiosa. En el
acto se transformó en una mole de piedra
que conserva la forma de una mujer que lleva un niño en brazos. Los campesinos
la ven a distancia, y la reconocen en una formación rocosa.
Lo poco que quedó de la ciudad está señalizado con un cartel. |
En el presente existe una pequeña localidad del Chaco
salteño (departamento de
Anta, cerca de los límites con las provincias de Santiago
del Estero y Chaco), a
la vera de la RN 16
y de un ramal del Ferrocarril General Belgrano. La nueva Nuestra Señora de Talavera con la primera Nuestra Señora de
Talavera sólo tiene en común el nombre.
Por otra parte, en el departamento de Metán, precisamente
a unos 14 km al noreste de la ciudad nueva de Metán existe
una estación de tren abandonada que recibe el nombre de Esteco: también con la
antigua población sólo posee de común el nombre.
Ricardo Molinari y Manuel
Castilla han dedicado sendas elegías a la desaparecida ciudad
de Esteco. La copla admonitoria recuerda a los que perseveran en el mal: "No sigas ese camino / no seas
orgulloso y terco / no te vayas a perder / como la ciudad de Esteco."
NO SIGAS ESE CAMINO
No sigas ese camino
no
seas orgulloso y terco
no te vayas a perder
como la ciudad de Esteco
no te vayas a perder
como la ciudad de Esteco
¿Dónde están, ciudad maldita,
tu orgullo y tu vanidad,
tu soberbia y ceguedad,
tu lujo que a Dios irrita?
tu soberbia y ceguedad,
tu lujo que a Dios irrita?
¿Dónde está, que no hallo escrita
la historia de tu destino?
Sólo sé de un peregrino
que te decía a tus puertas:
- ¡Despierta, ciudad, despierta,
no
sigas ese camino!
Y orgullosa, envanecida,
en los placeres pensando,
en las riquezas nadando
y en el pecado sumida,
en las riquezas nadando
y en el pecado sumida,
a Dios no diste cabida
dentro de tu duro pecho
pero en tus puertas un eco
noche y día resonaba,
que suplicándote estaba:
-no
seas orgulloso y terco.
Y nada quisiste oír,
nada quisiste escuchar,
y el plazo te iba a llegar,
la hora se iba a cumplir
y el plazo te iba a llegar,
la hora se iba a cumplir
en que debías morir
en el lecho del placer,
sin que puedas merecer
el santo perdón de Dios,
pues nadie escuchó la voz:
-¡No
te vayas a perder!
La tierra se conmovió
y aquel pueblo libertino,
que no creyó en el divino
y santo poder de Dios,
que no creyó en el divino
y santo poder de Dios,
en polvo se convirtió.
Cumplióse el alto decreto,
y se reveló el secreto
que Dios tuvo en sus arcano.
¡No viváis, pueblos cristianos,
Como
la ciudad de Esteco!
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