El marino Alonso Sánchez cruzó en medio de una
terrible tormenta el Océano Tenebroso en 1483 y descubrió unas tierras que hoy
se llaman América. Y tras permanecer unos meses, de allí volvió para morir en
brazos de Cristóbal Colón confiándole su descubrimiento.
Estatua en homenaje a Alonso Sánchez, en la ciudad de Huelva. |
Alonso era un hábil piloto, descubrió América sin querer, arrastrado su navío por los vientos al poco de
zarpar hacia las islas británicas, donde vendía los productos de su tierra de
Huelva, en Andalucía: aceite, vino, carnes saladas. No llegó nunca al norte porque
un fuerte temporal lo dejó en otra parte, no supo decir cuál. Tan sólo que
parecía el paraíso, que sus habitantes
iban desnudos y eran de naturaleza bondadosos. Lo acogieron tan bien que
pasó varios meses en la isla y la estancia no debió de ser mala porque,
continúa la leyenda, los indígenas hasta le ayudaron a calafatear la
embarcación.
Alonso Sánchez anotó la posición de las estrellas, las
corrientes, los vientos, las aves que les sobrevolaron cercana ya la costa. Lo que no pudo anticipar era un regreso de pesadilla en el que tendría que
luchar contra un mar desconocido y contra su propia memoria. La embarcación,
muy mermada, sufrió lo indecible y a partir de su llegada a Europa predominan
dos versiones, la primera, afirma que llegó a las Islas Canarias y la segunda a
las Islas Azores.
En la primera, cuando arribaron a Canarias sólo quedaban
vivos seis marineros de su tripulación. La leyenda deja incluso los nombres de los supervivientes en unas
coplas populares que recopiló fray Bernardino
de Ramos en 1573, casi un siglo después de tan enigmático viaje: Pero Fernández, Juan Bermúdez, Pero Francés, Franco Niño y Juan de Umbría. Según cuenta, atracaron exhaustos en la aldea de
San Sebastián de la Gomera, donde recibieron ayuda de sus vecinos. Un potentado local, Diego García, les dio
cobijo y los dejó en manos de un marino italiano que casualmente fondeaba en la
isla: Cristóbal Colón. Y dice más la leyenda: dice que el moribundo le
cedió sus escritos bajo la promesa de que los haría llegar a sus parientes en
Huelva.
El fraile dominico Bartolomé de las Casas (1484-1566) fue
uno de los autores más significativos que dio carta de naturaleza al personaje,
rebajando en parte, aunque sin pretenderlo, el mérito de Cristóbal Colón, cuyas
destrezas en el oficio de marino y probada intuición no parecían bastar a su
hazaña. El defensor de los indígenas registró un rumor muy difundido en la época
según el cual: “Díjose que una carabela o navío que había salido de un puerto
de España (no me acuerdo haber oído señalar el que fuese, aunque creo que del
reino de Portugal se decía) y que iba cargada de mercaderías para Flandes o
Inglaterra, o para los tratos que por aquellos tiempos se tenían, la cual,
corriendo terrible tormenta y arrebatada de la violencia e ímpetu della, vino
diz que a parar a estas islas y que aquesta fue la primera que las descubrió.
Que esto acaeciese así, algunos argumentos para mostrarlo hay (…)”.
Fray Bartolomé
de las Casas recoge el comentario apenas medio siglo después del supuesto viaje
y el cronista Juan López de Velasco
se hace eco en su ‘Geografía y descripción universal de las
Indias’, en 1574. Años más tarde, en 1639, la leyenda vuelve en boca
de Fernando Pizarro Orellana, en su
libro ‘Varones ilustres del nuevo Mundo’, quien le pone
nombre al desconocido y da forma al relato. El padre Gumilla, un jesuita que
desarrolló su misión en el Orinoco, cambiará La Gomera por la Madeira, y al
onubense lo convierte en vizcaíno. Garcilaso
de la Vega, por su parte, consideraba a Sánchez alguien histórico. En
sus ‘Comentarios Reales de los incas’, Garcilaso relataba
que el navío de Alonso Sánchez fue
arrastrado por una tormenta más allá de las Azores y cómo de allí volvió para
morir en brazos de Colón en 1484.
Éste le narró a Colón su
travesía y le dijo que navegando hacia
poniente desembarcaron en una isla que los nativos llamaban Quisqueia,
presumiblemente la isla de Haití también llamada de Santo Domingo, y que más al
oeste se encontraba una gran extensión de tierra firme según le dijeron los
nativos.
Concuerdan
todos en que Alonso Sánchez de Huelva
murió en la casa de Cristóbal Colón
después de entregar los documentos que le permitirían posteriormente arribar al
Nuevo Mundo. Muere Alonso Sánchez y es enterrado en una fosa común, su nombre
olvidado y su hazaña ignorada.
Curiosamente, después de fallecer Alonso Sánchez de
Huelva, en ese mismo año de 1484 Cristóbal Colón comienza su frenético
peregrinaje por las cortes europeas, comenzando por recurrir al Rey de
Portugal Juan ll, a quien trata de convencer para que financie una
expedición que iría en búsqueda de ciertas tierras desconocidas, que él dice
haber escuchado de su existencia a ciertos pescadores. El Rey portugués rechazó
el pedido ateniéndose a la recomendación de tres peritos consultados.
El 17 de Abril de 1492,
la reina Isabel firmó las capitulaciones en Santa Fe, adquiriendo
Colón, para sí y sus descendientes, el título de Almirante de las
islas y tierras firmes que descubriera, Virrey y Gobernador General
de ellas; con facultad de proponer candidatos para los cargos que fuesen
creados; recibiría el décimo de las riquezas que se encontraran. El resto es la
historia por todos conocida.
De
Alonso Sánchez nunca más volvió a saberse, salvo en Huelva, donde sus vecinos lo consideran ya para siempre el
descubridor de América y han dedicado, en su memoria, una calle, un instituto,
un parque, un barco de salvamento, un polideportivo y hasta una estatua en los
jardines del muelle.
Por Alberto Seoane
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