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viernes, 11 de marzo de 2016

FUKUSHIMA, CINCO AÑOS DESPUÉS DE LA CATÁSTROFE

El terremoto y el posterior tsunami dejaron 18.500 muertos o desaparecidos y causó un accidente nuclear cuyos efectos siguen siendo visibles. Los altos niveles de radiación hacen que seis municipios sean todavía inhabitables. Más de 600 chicos padecen los efectos de la radioactividad. A finales de diciembre de 2015 se detectaron 16 nuevos casos confirmados en Koriyama, una ciudad 50 kilómetros al sur de la central nuclear de Fukushima. Estos enfermos tenían edades comprendidas entre los seis y los 18 años cuando sucedió la tragedia de la central nuclear.

Homenaje de los operarios que trabajan en
la reconstrucción a las víctimas de Fukushima
al cumplirse el quinto aniversario.
Ya han pasado cinco años del tsunami de Japón y el accidente nuclear de Fukushima, el peor junto al de Chernóbil en 1986. El viernes 11 de marzo de 2011, a las 14.46 (hora local), un potente terremoto sacudió a la costa nororiental nipona. El seísmo, de magnitud 9 en la escala de Richter, tuvo su epicentro en el Océano Pacífico, a 70 kilómetros al este de la Península de Oshika, en la prefectura de Miyagi. Su hipocentro se situó a 30 kilómetros de profundidad en el mar, donde chocan las placas del Pacífico y Norteamérica en una de las zonas con mayor actividad sísmica del planeta. Con una duración de unos seis minutos, fue el terremoto más potente que ha sufrido Japón y el cuarto del mundo desde 1900, tras los de Chile en 1960 (9,5), Alaska en 1964 (9,2) y el Índico en 2004 (9,1). Unos cuarenta minutos después del seísmo, vino el devastador tsunami, cuyas olas llegaron a alcanzar en algunos puntos los 20 metros de altura y en otros lugares hasta 40 metros.

Además de arrasar cientos de kilómetros del litoral, destruir y dañar más de un millón de casas y cientos de miles de vehículos, golpeó a la central nuclear de Fukushima 1, donde se fundieron total o parcialmente tres de sus seis reactores al quedarse sin electricidad y averiarse sus sistemas de refrigeración. Desde la explosión en la central ucraniana de Chernóbil, se trata del accidente nuclear más grave porque sus fugas radiactivas obligaron a evacuar a 80.000 vecinos que vivían en un radio de 20 kilómetros alrededor de la planta atómica. Alojados todavía muchos de ellos en refugios temporales, los evacuados nucleares no podrán regresar a sus hogares durante décadas, o quizás jamás en su vida, debido a la elevada radiación en torno a la central.

El Emperador Akihito de Japón
y la emperatriz Michiko hacen
una reverencia al público
presente en el homenaje a
las víctimas, en el Teatro
Nacional de Tokio.
Durante la ceremonia oficial, en el Teatro Nacional de Tokio, el emperador Akihito expresó su profundo pésame a los allegados de los fallecidos, y recordó con dolor a “todas aquellas personas que aún no han podido regresar a sus hogares” tras ser evacuadas hace un lustro por los efectos del tsunami o del accidente nuclear.

Por su parte, el primer ministro Shinzo Abe reconoció que persisten los efectos del desastre pero señaló que “poco a poco, se avanza en la recuperación de las zonas afectadas”. Abe añadió que el Gobierno “seguirá haciendo esfuerzos por apoyar a las comunidades locales, y para lograr la reconstrucción de la economía” de estas áreas.

En las prefecturas de Iwate, Miyagi y Fukushima quedan además 59.000 personas que viven todavía en casas temporales y se calcula que un total de 170.000 siguen desplazadas.

El primer ministro Shinzo Abe hace una
reverencia al emperador y la emperatriz,
sentados a la derecha, en el homenaje
a las víctimas.
Algunos pueblos en el borde del perímetro de seguridad, como Miyakoji o Naraha, han sido ya reabiertos a sus residentes al bajar la radiación. Por miedo, de momento son pocos los vecinos que se han atrevido a regresar. Según informa la agencia Reuters, de los más de 8.000 habitantes de Naraha, solo han vuelto 440, que además deben llevar consigo un dosímetro en todo momento para comprobar la radiactividad. Salvo la escasa vida que se observa en estas localidades, donde ya funcionan algunos restaurantes, gasolineras y oficinas de correos, el resto de la «zona muerta» de Fukushima sigue siendo un desolador escenario de pueblos fantasma. Carcomidas por la maleza y el paso del tiempo, allí aguantan las casas que sus habitantes dejaron a la carrera para huir de las fugas radiactivas de la central.

Protegidos con trajes especiales, unos 7.000 operarios trabajan mientras tanto en su interior para descontaminar y desmantelar la planta de Fukushima 1. Una ola gigante de más de 15 metros inundó la central y la dejó sin electricidad, los núcleos de los reactores 1, 2 y 3 se fundieron por el aumento de las temperaturas al fallar los sistemas de refrigeración. En su interior, la radiactividad es tan alta que ningún ser humano puede entrar en ellos porque moriría en poco tiempo. Tampoco ninguna máquina, ya que los robots que han sido enviados para inspeccionar y grabar el terreno se han estropeado al cabo de un rato.

El Primer ministro Shinzo Abe
ante el altar por el 5°
aniversario del desastre.
Sigue apostando a la energía
nuclear con 46 reactores en
funcionamiento y tres más
que se están construyendo.
Pertrechados con máscaras antigás y trajes especiales, una legión de kamikazes lucha contra un enemigo que ni se ve ni se siente: la radiactividad. Sus trabajos, que costarán 2,1 billones de yenes (16.832 millones de euros), durarán al menos cuatro décadas y se enfrentan al reto, hasta ahora insólito, de retirar el material radiactivo fundido de los reactores. Como todavía no se ha inventado la tecnología adecuada para ello, lo único que pueden hacer los empleados de Tepco, la empresa eléctrica que gestiona la siniestrada central, es mantener sus reactores fríos y sellados para que no siga escapando la radiación.

Para ello, cada día se bombean en su interior 300 toneladas de agua subterránea, que mantiene la temperatura entre 16 y 30 grados. El problema es que esta agua se contamina y ha de ser almacenada en tanques para filtrarle después sus partículas tóxicas. En enormes depósitos con capacidad para 1.000 toneladas de agua, que se llenan en tres días, la central almacena ya casi un millón de toneladas y Tepco tendrá que seguir instalando más tanques. Para evitar fugas de agua radiactiva como las detectadas en los últimos años, que empañaron aún más su maltrecha reputación, la compañía ha aumentado los controles en los depósitos y levantado un muro de contención frente al mar. Además, concluyó en febrero una barrera subterránea de hielo para impedir que el agua radiactiva se filtre al subsuelo y acabe en el Océano Pacífico.

Condenados por el desastre nuclear
Cinco años después del accidente, tres antiguos altos directivos de la compañía acaban de ser imputados por negligencia con resultado de muerte y lesiones. Se trata de Tsunehisa Katsumata, que tiene 75 años y era entonces el presidente de la eléctrica Tepco, y dos de sus vicepresidentes, Sakea Muto, de 65 años, e Ichiro Takekuro, de 69. El motivo es que, desde 2009, un grupo de expertos había advertido de que un tsunami de hasta 15 metros podía golpear la planta, como así ocurrió finalmente. Contraviniendo las normas, la compañía tardó varios meses en informar de la fusión de los reactores, según acaba de reconocer.

Operarios de la central nuclear de Fukushima.
Ya fueron imputados por negligencia tres
directivos de la compañía Tepco.
Aunque no está probado que las fugas radiactivas de Fukushima provocaran ninguna muerte de forma directa, durante la evacuación masiva de la zona fallecieron 44 enfermos y ancianos de un hospital cercano, que sucumbieron a las malas condiciones de su accidentado traslado. Otras 13 personas, entre las que había operarios de la central y soldados, resultaron heridas por las explosiones de hidrógeno que sufrieron los edificios de los reactores.

Al director de la planta, Masao Yoshida, que tenía 56 años y llevaba solo diez meses en el cargo en el momento del accidente, le fue diagnosticado un cáncer de esófago en noviembre de 2011 y falleció el 9 de julio de 2013. Según los médicos, su muerte no estuvo relacionada con el accidente de Fukushima, pero el Gobierno japonés reconoció en octubre del año pasado el primer caso de cáncer relacionado con la central y lo consideró un accidente laboral. Un trabajador, que se había dedicado a colocar cubiertas sobre los reactores dañados entre octubre de 2012 y diciembre de 2013, fue diagnosticado con leucemia a pesar de no haber cumplido aún los 40 años. Junto a él, otro operario demandó en verano a Tepco por haber enfermado de cáncer debido a un exceso de radiación en la planta.

Gráfico detallando el escape de
radiación de Fukushima.
Tras la catástrofe de Fukushima, se abrió el debate sobre la energía atómica en la sociedad nipona, una de las más pro-nucleares del mundo a pesar de haber sufrido las bombas de Hiroshima y Nagasaki en la Segunda Guerra Mundial. Así lo prueban los 54 reactores que sumaban sus 17 plantas nucleares, a los que hay que descontar los seis inutilizados de Fukushima 1.

Aunque el anterior Gobierno, de signo socialdemócrata, anunció el fin de la energía atómica en Japón tras la tragedia, el actual Ejecutivo conservador se ha propuesto volver a emplearla por un motivo muy sencillo: la economía. Desde que los reactores nucleares fueron apagados en 2011, cuando aportaban un tercio de la electricidad generada en el país, Japón se ha visto obligado a aumentar sus importaciones de petróleo y gas natural licuado porque, al apenas tener recursos naturales, el 90 por ciento de la energía que consume viene de fuera.

Se ha disparado el déficit comercial nipón
Como consecuencia, se ha disparado el déficit comercial nipón, que el Gobierno quiere reducir poniendo en marcha de nuevo las centrales nucleares. Tras superar las nuevas pruebas de seguridad aprobadas en 2013, más estrictas, el reactor número 1 de la central de Sendai, al suroeste de Japón en la isla de Kyushu, fue el primero en entrar en marcha en agosto del año pasado. También entre protestas de manifestantes anti-nucleares, en octubre se encendió el segundo.

Suelta de globos durante los actos celebrados
en Miyagi, conmemorando a las víctimas del
terremoto y posterior tsunami.
Mientras tanto, esperan a ser reconectados los otros 46 reactores que siguen detenidos desde marzo de 2011 para revisar su seguridad. Cinco de ellos serán desmantelados por haber superado ya los cuarenta años de vida, pero el resto aguarda su momento para ser encendidos de nuevo y otros tres están siendo construidos. Para 2030, el Gobierno del primer ministro Shinzo Abe se ha fijado como objetivo que la energía nuclear aporte entre el 20 y el 22 por ciento de la electricidad generada.

Con un coste de 235.000 millones de dólares (212.450 millones de euros), a tenor de los cálculos del Banco Mundial, el tsunami de Japón es el desastre natural más caro de la Historia. Y también el de mayor impacto geológico. Con ayuda de imágenes tomadas por satélite, la NASA comprobó que el temblor fue tan fuerte que desplazó unos 2,4 metros al este la isla de Honshu, la principal del archipiélago nipón. Además, alteró el eje de la Tierra unos 10 centímetros.

Cáncer en 600 niños
Naoya Kawakami es un sacerdote de la Iglesia Unida de Cristo de Japón que ha creado una ONG en Koriyama para dar apoyo económico y psicológico a las madres con hijos afectados por las secuelas de la catástrofe nuclear. Cinco años después del tsunami que arrasó la central de Fukushima, Kawakami ha documentado los casos de unos 600 niños que han sufrido y continúan padeciendo los espeluznantes efectos de la radiactividad: cáncer de tiroides, hemorragias nasales, dolores de cabeza, erupciones cutáneas, ojos hundidos, heces negras, etcétera.

Autoridades buscan radiactividad en los niños.
Las secuelas de la catástrofe continúan
en Fukushima.
Entre todas las ciudades de la prefectura de Fukushima, Koriyama alberga la mayor población de niños con cáncer de tiroides confirmado y de casos sospechosos, según los resultados del primer y segundo estudio oficial de seguimiento de la función tiroidea realizados en 2014 y 2015. Cada año la Universidad Médica de Fukushima estudia la incidencia de cáncer de tiroides en distintos municipios y, a finales del pasado mes de diciembre, se detectaron 16 nuevos casos confirmados en Koriyama, lo cual eleva a 115 la cifra total de niños afectados. Estos enfermos tenían edades comprendidas entre los seis y los 18 años cuando sucedió la catástrofe. Así lo comunicaron el pasado 15 de febrero la universidad y el propio Gobierno regional de la prefectura de Fukushima, en una conferencia pública convocada por el Comité de Estudio de Salud de la prefectura para presentar los resultados de los últimos análisis. Sin embargo, las autoridades rechazan un vínculo entre el accidente nuclear y la incidencia de cáncer. De hecho, Hokuto Hoshi, presidente del Comité, aseguró tras presentar los datos del informe que «en estos momentos es impensable relacionar la radiación con los casos de cáncer de tiroides».

Manifestación en Tokio el 5 de marzo de 2016
contra la inacción del Gobierno en la
protección de los niños afectados por el
desastre nuclear.
A la conferencia del pasado 15 de febrero, asistieron unas 60 familias afectadas, pero, durante la conferencia, a las madres de Fukushima no se les permitió plantear ni una sola pregunta a los médicos; solamente gozaron de ese derecho los principales medios de comunicación de Japón afines al Gobierno. “¡El Gobierno y los medios japoneses nos ignoran y nos humillan!”, exclamó absolutamente indignada tras la conferencia Sachiko Sato, de 64 años, madre de cinco hijos y residente en Fukushima. Tras el accidente, Sachiko decidió evacuar a sus hijos, a excepción del mayor, de 25 años, a la prefectura de Yamagata, a 160 kilómetros de Fukushima. Hasta el 11 de marzo vivía en una granja orgánica autosuficiente de Kawamata, una zona de montaña a 40 kilómetros. Pero, debido al miedo a la radiactividad, la dejó y ahora dirige una ONG dedicada a personas con minusvalías psíquicas en la misma ciudad.

El pastor Naoya Kawakami atiende a varias
madres de Fukuyima en su Ong de Koriyama.
El desamparo de las madres de Fukushima es total, ya que las autoridades nunca han escuchado sus voces y oficialmente las consideran inexistentes o irrelevantes. El pastor Kawakami, empezó a dar apoyo a estas mujeres seis meses después de la catástrofe, en septiembre de 2011. «He llegado a escuchar a un alto cargo del Gobierno local recriminarle muy enfadado a una de estas mujeres con estas palabras: '¡A tu hijo le ha vencido la radiación porque tú, su madre, te preocupas demasiado!'». La ciudad de Koriyama es un importante centro de negocios de la región, con unos 340.000 habitantes en la actualidad. Además, es la ciudad japonesa con mayor incidencia de cáncer de tiroides.

Muere periodista que investigaba ocultamiento
Uno de los pocos periodistas japoneses que intentó investigar la verdad sobre los niños afectados por el desastre de Fukushima fue Maki Iwaji, de la cadena de televisión Asahi. Su trabajo, sin embargo, fue interrumpido tras su muerte, supuestamente por un sospechoso suicidio al inhalar humo de carbón en su casa. Maki fue el primer periodista de la televisión japonesa que consiguió emitir un vídeo de una entrevista con una madre cuyos hijos tenían cáncer de tiroides. Las madres de la ciudad de Koriyama, como Tokiko, recuerdan con cariño a Maki por su carácter cálido y sincero: «Era un periodista brillante, cálido, honesto y un hombre encantador. Estaba intentando identificar a un niño con cáncer de tiroides que entonces tenía seis años, hablando con la junta directiva de su colegio y visitando el propio centro escolar. Pero me dijo que los directivos del colegio negaron su existencia con la excusa de que 'No tenemos ningún niño que haya sido operado de amígdalas'». Muchas de las madres que acuden a la ONG del pastor Kawakami tienen empleos a tiempo parcial o son amas de casa. A diario van a comprar verduras, agua y arroz de fuera de Fukushima por miedo a la radiactividad, e invierten una cantidad enorme de energía para afrontar las críticas que lanzan contra ellas sus vecinos e incluso sus propias familias. Hay que tener en cuenta que las escuelas de Fukushima están empezando a consumir verduras y arroz de la región contaminada, con el eslogan de «Comamos comida local». Pero cuanto más intensamente se dedican las madres a defender a sus hijos, mayor presión y rechazo han de soportar, especialmente de sus maridos y parientes más cercanos. De hecho, la mayoría de estas mujeres confiesa que la relación de pareja con sus maridos ha empeorado y muchas se han divorciado.

Protesta antinuclear en Tokio contra la
reactivación de las centrales nucleares.
Ni el Gobierno ni la compañía Tepco, responsable de la central de Fukushima, ofrecen ningún tipo de indemnización a las mujeres que quieren marcharse de la zona, porque no existe ningún daño por radiactividad obvio y visible como en las poblaciones situadas en el círculo de 20 kilómetros de la planta accidentada. Las madres de Fukushima no tienen nada en lo que apoyarse, salvo la pequeña ayuda que les ofrecen los grupos de voluntarios como Kawakami. «Hoy en día", se lamenta el pastor, "no importa la cantidad de ruido que hagan estas pobres mujeres. Por mucho que griten 'a mi hijo le sangra la nariz', la gente las ignora, diciendo: '¿Y qué?'»

La familia Hirata visita los restos de lo que un
día fue su casa, arrasada el 11-M de 2011, en
Ukedo a unos 5 km de la central nuclear
de Daiichi en Fukushima.
Según un estudio presentado ayer, el impacto del desastre de 2011 recién ahora se está manifestando. Y no solo en los humanos. Altas concentraciones de radiaciones se detectaron también en las nuevas hojas de los árboles, mutaciones en los árboles y en las mariposas. Los efectos podrían impactar el ambiente durante siglos.

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JAPÓN UN AÑO DESPUÉS: EL TERREMOTO FUE PROVOCADO POR LA TECNOLOGÍA DEL HOMBRE

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