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martes, 26 de abril de 2016

SE CUMPLEN 30 AÑOS DE LA CATÁSTROFE DE CHERNOBYL, EL MAYOR ACCIDENTE NUCLEAR DE LA HISTORIA

El 26 de abril de 1986 el reactor número cuatro de la central nuclear de Chernóbil explotó y dejó escapar una radiactividad que permanecerá durante siglos. Se calcularon más de 200.000 muertos. Con flores, velas y lágrimas, Ucrania conmemora el 30 aniversario de la explosión en un reactor de la planta de Chernóbil, el peor desastre nuclear de la historia.

Foto tomada a la central nuclear de
Chernóbil, pocas horas después de
la explosión. Los vapores se
elevan liberando radiación.
Ese día de madrugada, los inexpertos responsables del cuarto reactor realizaban un simulacro para probar su capacidad de resistencia en un corte ficticio de suministro eléctrico. Pero provocaron un aumento súbito de la potencia, que ya no pudieron controlar. La explosión levantó la tapa del reactor, que rompió el techo de la central.

La decisión de evacuar a la población de la zona no llegó hasta 36 horas después de explotar el reactor. Las autoridades soviéticas evacuaron a 129.000 personas que vivían en 2.600 kilómetros cuadrados en un radio de 30 kilómetros. Es la zona de aislamiento o de exclusión, que desde entonces se declaró cerrada y muerta.

El 26 de abril se provocó el accidente más grave en la historia de la industria nuclear civil. Han pasado tres décadas, pero todavía no se conocen en profundidad las secuelas.

Como si fuera una ironía del destino, en ucraniano, el nombre Chernóbyl, proviene de "cherno, chorni o chorno" que significa "negro" y "byl" es "hierba amarga". Muy probablemente es un nombre dado hace cientos de años por la abundancia en el lugar de hierbas de hojas oscuras que son muy amargas y producen dolores estomacales. La hierba no es otra que la Artemisia absinthium, más conocida como ajenjo. El nombre de Chernóbil aparece citado por primera vez en 1193, en referencia a un coto de caza.

Las primeras víctimas: los bomberos
Los operarios y los bomberos trataron de impedir el escape de radiactividad. Cerca de 600 personas lucharon para combatir los incendios, y quedaron expuestos así a unas dosis de radiación desorbitadas. Dos personas murieron inmediatamente, a causa de la explosión, y otras 28 murieron en los cuatro meses siguientes, a causa del síndrome de irradiación aguda. Los afectados sufrían náuseas, vómitos y diarrea, además de pérdida de leucocitos y de daños en la médula ósea que les dificultaban producir glóbulos rojos.

Chernóbil: cementerio de vehículos soviéticos
usados en las tareas de descontaminación
de la central nuclear.
La viuda de uno de los bomberos, decía en «Voces de Chernóbil», escrito por la premio Nobel de Literatura Svetlana Alexievich, que su marido «empezó a cambiar: cada día veía a una persona completamente distinta. Las quemaduras fueron aflorando, en la boca, la lengua, las mejillas. Al principio eran pequeñas heridas, pero luego se hicieron más grandes. Empezaron a caerse por capas, como una película blancuzca. (...) Cuando lo agarraba para levantarlo, se me quedaban trozos de su piel en las manos...». Al menos otras 134 personas sufrieron este síndrome, pero lograron sobrevivir. Eso sí, con la huella de la radiación en forma de quemaduras en la piel y cataratas en los ojos.

En el reactor 4, el calor era tan intenso que el combustible nuclear se fundió y derritió el armazón de hormigón que protegía la parte inferior. Como resultado de las reacciones, se formó una especie de lava volcánica extremadamente radiactiva que seguía liberando material contaminado. Las autoridades soviéticas trataron de enterrar el núcleo, vertiendo 5.000 toneladas de arena, grava y arcilla con la ayuda de helicópteros, pero con ello también aislaron el corazón ardiente de la central y ralentizaron su enfriamiento.

Infografía de lo sucedido en Chernóbil. 
Clic para aumentarla.
La catástrofe se desencadenó a la una y 23 minutos de la madrugada del día 26 de abril. En menos de un minuto, dos explosiones se sucedieron con un intervalo de escasos segundos. El edificio que albergaba el reactor quedó derruido, se declaró un voraz incendio y el material radiactivo empezó a escapar a la atmósfera.

Víctor Zajárchenko, de 74 años, era entonces el jefe de la unidad de bomberos enviada a apagar las llamas. «No era la primera vez que teníamos que extinguir un fuego en la central, pero lo que no pude imaginar es que esa vez se trataba del propio reactor», comentó en Kiev tras recibir una nueva condecoración. «En lugar de los 15 días que duraba cada turno estuve 45 en Chernóbil», aseguró.

Un piano de cola se descompone lentamente
en medio de una sala de conciertos
en Chernóbil.
Zajárchenko no quiere hablar de sus enfermedades y evita pronunciar la palabra cáncer, pero ha tenido que pasar por varias intervenciones quirúrgicas, la última en la sección de neurocirugía de uno de los hospitales de la capital ucraniana. La primera operación que le practicaron fue en las glándulas tiroides.

El accidente tuvo su origen en un experimento con el que se pretendía comprobar si, en el caso de un corte total del fluido eléctrico, la inercia de la turbina del generador principal podría ser suficiente para alimentar los sistemas de seguridad, control y refrigeración del reactor hasta la puesta en funcionamiento de los generadores de emergencia.

Una joven coloca flores en el monumento
a los Héroes de Chernóbil.
Pero una caída repentina del nivel de potencia, por razones hasta hoy no del todo esclarecidas, hizo que el reactor se desbocase. La potencia osciló bruscamente en un primer momento y después se disparó. La falta de refrigeración agravó el problema e hizo que la temperatura en el núcleo del reactor empezara a elevarse. El jefe de turno apretó el botón de parada del reactor, pero las barras de grafito que sirven para moderar la reacción en cadena se quedaron bloqueadas. Fue entonces cuando se produjeron las explosiones.

El 27 de abril, cuando el reactor aún estaba ardiendo y estaba abierto al exterior, la nube radiactiva soltaba su carga mortal sobre Alemania Oriental. El 30 de abril llegaba al norte de Italia, y el 5 de mayo, los vientos provenientes del Sur llevaban el aire contaminado hasta Gran Bretaña, esquivando así a España y a Portugal. Pero, a medida que pasaban los días, los incendios y la actividad del núcleo del reactor 4 seguían elevando ingentes cantidades de material radiactivo hasta la atmósfera, con lo que el viento pudo seguir formando nubes contaminadas que dispersaron el material aún más.

Foto del reactor número 4 de Chérnóbil luego
de la explosión, obsérvense los escombros.
Dentro de estas nubes, había un cóctel de muchas partículas radiactivas distintas, cada una de ellas con unas propiedades concretas y distinto poder tóxico. Todas ellas se caracterizaban por tener una vida media determinada, un parámetro que mide el tiempo que una partícula radiactiva tarda en degradarse como parte de su proceso natural de descomposición. Así, había partículas que se degradaban y dejaban de ser peligrosas en cuestión de segundos, pero había otras capaces de aguantar décadas. Entre las más duraderas, había isótopos (átomos que se diferencian en el número de neutrones de sus núcleos) de Cesio (el isótopo 137), de Estroncio (el 90), de Iridio (el 131) y de Plutonio (los 239 y 240).

Se extiende la plaga radiactiva
Todas estas partículas que fueron arrastradas por el viento llegaron al suelo en algún momento. Se depositaron sobre las hojas de las plantas, en los edificios y en los vehículos, y en otras ocasiones descendieron junto a la lluvia, que las sumergió en el suelo, donde las raíces, los microorganismos y los animales entraron en contacto con ellas. La parte más peligrosa quedó en los alrededores de Chernóbil, donde las partículas más pesadas, grandes y dañinas, quedaron desperdigadas en lo que hoy en día es una zona de exclusión de 30 kilómetros. Más allá de esta zona, Ucrania, Bielorrusia y Rusia sufrieron la acumulación de depósitos altamente activos. En total, una región de más de 150.000 kilómetros cuadrados, en la que vivían 5 millones de personas, quedó contaminada.

Foto de la planta nuclear de Chernóbil,
pocos días después del accidente.
La explosión inicial del reactor mató a al menos 30 personas y expuso a millones más a un nivel de radiación peligroso. Para tratar de contrarrestar la contaminación, las autoridades enviaron a 600.000 liquidadores, militares y civiles encargados de limpiar el reactor y los alrededores. Además, se evacuó a unas 116.000 personas solo en 1986, a las que se sumarían otras 230.000 en años sucesivos. Solo en Ucrania se sacrificaron a cerca de 14.000 cabezas de ganado posiblemente contaminado y se prohibió el consumo de agua del Dniéper en Kiev, pero la población rural no dejó de consumir verduras ni leche contaminada.

De acuerdo con el informe de 2007 de la UNSCEAR, en los primeros veinte días tras el accidente, murió un número desconocido de ejemplares de las especies más sensibles a la radiación: mamíferos, aves, árboles, anfibios, reptiles, crustáceos e insectos. Los niveles de radiación en aquel momento en las cercanías de la central nuclear eran capaces de dañar el ADN y las proteínas de las células, produciendo mutaciones, enfermedades y, en ocasiones, la muerte.

Un soldado acomoda fotos de las víctimas de
Chernóbil en el 30 aniversario de la tragedia.
Fue en este momento, cuando partículas muy radiactivas (con alto poder específico) procedentes de la central hicieron un daño masivo en la zona del «bosque rojo», donde los pinos murieron apenas tres semanas después del accidente, en una zona de cuatro o cinco kilómetros cuadrados. Fueron precisamente las agujas muertas de los pinos, que adquirían un tono rojizo, las que le dieron nombre al bosque. También se registraron daños menores en una zona de 120 kilómetros cuadrados.

Los habitantes de la ciudad de Prípiat, situada a poco más de dos kilómetros al norte de la planta atómica, fueron los primeros en enterarse que algo grave había sucedido. Allí precisamente vivían los trabajadores de la central nuclear de Chernóbil y en la oscuridad de la noche pudieron ver perfectamente el resplandor del incendio. El reactor había empezado a escupir a la atmósfera abundante material radiactivo. La dirección comunista trató de fingir normalidad y ocultar lo sucedido. De ahí que la decisión de evacuar Prípiat no se adoptase hasta el mediodía del día 27. En ese momento, la gente llevaba ya expuesta a la radiación casi 36 horas. Hacia las dos de la tarde, llegaron tres trenes de pasajeros y más de 1.200 autobuses. Los casi 50.000 habitantes fueron desalojados en poco más de tres horas, portando consigo sólo lo que llevaban puesto. La fuga radiactiva no pudo ser detenida hasta diez días después.

La ciudad de Prípiat situada a unos dos
kilómetros al norte de la planta atómica quedó
convertida en una ciudad fantasma.
Chernóbil se puede considerar el último genocidio de los muchos que perpetró la antigua URSS en su desdichada existencia. Los jerarcas comunistas empezaron a construir centrales nucleares, sin contar con la preparación, y sobre todo, sin implementarles las numerosas medidas de seguridad de las que si contaban  las centrales nucleares del mundo libre occidental. Contaban con que si algo salía mal, la férrea censura y la dictadura comunista acallarían cualquier accidente. Incluso estuvieron a punto de que nadie se enterara de esta catástrofe, lo que ocurre es que los sensores de radiación de Suecia, a miles de kilómetros de Chernóbil, saltaron en alarma y detectaron la enorme nube radioactiva  que se extendía por media Europa, Ante esto los comunistas no tuvieron más remedio que reconocer ante el mundo entero que la debacle se había producido.

Cuando el reactor número 4 hizo explosión, liberó una cantidad de radiación 200 veces superior a las de las bombas de Hiroshima y Nagasaki. En ese momento, 200.000 militares y 400.000 civiles de todas las repúblicas soviéticas se dirigieron a Chernóbil para luchar contra un enemigo al que la humanidad no se había enfrentado antes: la radiación. Fueron los llamados liquidadores, que con un traje que apenas cubría las necesidades básicas de seguridad, expusieron sus vidas para descontaminar y evitar el cataclismo nuclear. Muchos de esos hombres han muerto ya, el resto están enfermos. Su legado: una estructura de 35 metros de altura llamada «El Sarcófago», que cubre el cráter del reactor y que evita que haya fugas radiactivas del interior. (La fecha de caducidad del Sarcófago fue en enero del 2014).

La ciudad de Prípiat y la central
nuclear de Chernóbil al fondo.
La decisión más drástica fue evacuar y delimitar una zona de 30 kilómetros. Una zona que se vallaría, se militarizaría y, por qué no decirlo, se olvidaría. Una región entera que se la conoce como zona de exclusión, zona de alienación o la zona muerta.

La zona contaminada se extiende a través de 150.000 kilómetros cuadrados e incluye unos 200 centros de población, entre ellos el pueblecito de Chernóbil, enclavado a 12 kilómetros al sureste de la central y del que ésta tomó el nombre. De toda el área tuvieron que ser evacuadas casi 120.000 personas en los días siguientes. Pero lo cierto es que en los territorios contaminados hay hoy día cinco millones de habitantes. El mayor impacto radiactivo se lo llevó la vecina Bielorrusia y la región rusa de Briansk. La nube tóxica llegó también a una gran parte de Europa. Suecia fue la primera en dar la voz de alarma, dos días después del accidente.

Así quedó el parque de diversiones de la
ciudad ucraniana de Prípiat, que tenía
50 mil habitantes.
Hubo aparición de cáncer de tiroides entre los niños que estuvieron expuestos a la radiación en 1986. De acuerdo con el informe de 2008 de la UNSCEAR, aparecieron 6.848 casos de cáncer de tiroides entre personas menores de 18 años en el momento del accidente, aunque otros estudios incrementan esta cifra. Entre todos estos, los informes de Naciones Unidas solo dan cuenta de 15 muertes asociadas al cáncer. Sin embargo, la organización ecologista Greenpeace, entre otras, denunció en el pasado que las cifras de víctimas del accidente de Chernóbil eran muy superiores, y las situaban en torno a las 140.000 muertes en los 15 años posteriores a la explosión del reactor 4. Al mismo tiempo, la Organización Mundial de la Salud (OMS) alertó sobre el riesgo de que se produjeran 4.000 nuevas muertes en los próximos años a causa del cáncer.

El verdadero alcance de Chernóbil
La ausencia de estudios o de resultados concluyentes sobre el alcance de la catástrofe de Chernóbil no es prueba de que la fuga de los productos radiactivos no aumentaran la incidencia de cáncer u otras enfermedades, o de que produjera miles de muertes: es prueba de que los científicos no han llegado a un acuerdo ni han podido demostrar que así fuera. Tal como destacan algunos investigadores, en gran parte la controversia se debe a la complejidad de medir el alcance de los efectos perjudiciales a largo plazo en poblaciones expuestas a múltiples factores de riesgo, sin contar con las consideraciones políticas de partidarios y detractores de la energía nuclear.

Un grafiti de denuncia en una pared de Prípiat,
al fondo se observa la central de Chernóbil.
«30 años después del accidente vivimos con problemas graves de salud y seguimos comiendo productos contaminados», denunció al diario español ABC Svitlana Shmagailo, una habitante de una aldea próxima a Chernóbil que vivió el accidente cuando tenía 12 años, y que fue invitada el pasado 20 de abril a España por Greenpeace para denunciar «el abandono de los supervivientes de Chernóbil». «No hay ayudas sociales del gobierno, ni para liquidadores, ni para inválidos ni para habitantes», se lamentó.

Lejos de la escasez de víctimas reconocidas oficialmente, la familia de Shmagailo parece representar un escenario distinto: «Mi primo y mi madre murieron de cáncer, mi hermano tiene cáncer. Mi madrina y mi hijo tienen enfermedades inmunológicas y mi hermana y yo tenemos problemas de tiroides».

Una tienda abandonada en Prípiat.
Junto a los daños sobre la salud que oficialmente produjo la catástrofe, y junto a aquellos que quizás estén escondidos en las estadísticas, la UNSCEAR ha destacado otro tipo de daño poco tangible: el psicológico. Este afectó tanto a 300.000 personas que fueron desplazadas como a las 270.000 que se quedaron viviendo en la zona contaminada.

El accidente, y la vida en una zona contaminada y deprimida económicamente, junto a la incertidumbre y la desesperanza, provocaron un aumento no mesurable de casos de depresión, ansiedad y cambios en el alcoholismo y en el tabaquismo, según la UNSCEAR. En este sentido, Svitlana Shmagailo explicó que junto a los problemas económicos, que impiden a muchas personas marcharse a otros lugares o dejar de consumir comida contaminada, hay familias con problemas de alcohol, divorcios y peleas.

De catástrofe nuclear a reserva natural
Actualmente, viven en la zona de exclusión al menos 400 especies de vertebrados, 50 de ellas dentro de la lista roja europea de especies amenazadas. Allí se alimentan y viven raras especies como el águila de cola blanca o el águila moteada. Hay cientos de familias de castores y el caballo salvaje de Prezewalski, en peligro de extinción, ha logrado asentarse allí.

El caballo salvaje Prezewalski se multiplica en
la zona vedada, atrás la central de Chernóbil.
Sin actividades como la caza, la agricultura, la construcción de carreteras o la tala de árboles, la naturaleza parece florecer con fuerza, incluso a pesar de la radiactividad.

Lejos de todo problema humano, la zona de exclusión, a 30 kilómetros de la difunta central nuclear de Chernóbil, bulle de actividad. «Allí hemos tomado imágenes de tejones, lobos grises, mapaches, martas, comadrejas, zorros rojos, jabalíes, bisontes, ardillas rojas, ciervos...», explicó a través de correo electrónico James Beasley, un investigador de la Universidad de Georgia (Estados Unidos), que dirige una investigación cofinanciada por la National Geographic Society para estudiar los efectos a largo plazo de la radiación sobre los lobos grises y otros mamíferos.

En este sentido, varios estudios científicos han sorprendido al mostrar la abundancia y el aparente buen estado de salud de los animales que viven en la zona de exclusión, que lleva 30 años libre de la presencia humana. Junto a los árboles creciendo en ciudades, las manadas de caballos y de lobos se extienden por allí como si se tratara de un peculiar edén post-radiactivo. «Una vez que entras en la zona no tienes que viajar más de unos kilómetros para darte cuenta de que hay poblaciones muy abundantes con muchas especies viviendo ahí. Allá donde mires hay huellas de vida salvaje. No es una sensación que haya tenido en ningún otro lugar, con la excepción de otras grandes reservas naturales como el Parque Nacional de Yellowstone», dijo Beasley.

Alces habitan en los bosques que
rodean Chernóbil.
Aunque aún no hay muchos estudios sobre el estado de salud real de estos animales, Beasley no ha encontrado evidencias de enfermedades o mutaciones. «Por lo que he visto, al menos en mamíferos, parece que los beneficios de la ausencia de personas superan a los perjuicios de la radiación. (...) Con esto no quiero decir que la radiación sea buena para la vida salvaje. Sino que, para muchas especies, los efectos de la actividad humana son peores que la radiación».

Bacterias mutantes
El biólogo español Mario Xavier Ruiz González publicó un marzo de este año un artículo en la revista Scientific reports en el que presentaba a otro ser vivo que parece vivir mejor de lo previsto en Chernóbil: las bacterias. En concreto, encontraron a 20 tipos de bacterias que parecen haberse adaptado a vivir en ambientes sometidos a un nivel intermedio de radiación.

Bisontes fotografiados en la zona de
exclusión de 30 kilómetros alrededor
de Chernóbil.
«Los efectos de la radiación sobre los seres vivos pueden quedar fácilmente enmascarados. La mayoría de las mutaciones que sufren no son letales y pueden permanecer escondidas. Además, las células (las bacterias incluidas) tienen sistemas de reparación para defenderse de estos errores imprevistos», explicó el investigador, para aclarar cómo pueden los seres vivos medrar en ambientes azotados por la radiación.

Entre otras cosas, se sabe que tanto plantas como microorganismos pueden favorecer la mutación de ciertos genes esenciales y relacionados con las condiciones desfavorables (estrés) que, en teoría, podrían dar lugar, con el paso de las generaciones, a plantas y bacterias más resistentes a la radiación.

180 personas siguen habitando en la zona radiactiva
Sigue la controversia en torno al número real de personas afectadas y la fuerte contaminación presente en el suelo mantiene la zona prácticamente cerrada, aunque no totalmente. Algunos usaron triquiñuelas para no hacer caso de las órdenes oficial de evacuación, o lograron volver poco después. Son 180 personas quienes viven de forma permanente en una decena de aldeas afectadas por la radiación. Allí vive un puñado de ancianos que no pudieron encontrar un lugar mejor.

Mapa de la radiación de Chernóbil en 1996,
diez años después de la tragedia. Hacer
clic en la imagen para ampliarla.
“Nos escondíamos, porque si te veían te obligaban a recoger e irte”, explica Valentina Kujárenko, de 77 años y vecina de Chernóbil, la pequeña capital comarcal que da nombre a la central, a 18 kilómetros de los seis reactores nucleares. El Gobierno de Ucrania cerró los dos últimos en el año 2000. Ella se quedó con su marido, fallecido en el 2008. “Tal vez nos habríamos ido si hubiesen dejado a nuestra familia unida. Pero a mi hermana y su marido les dieron un piso en Dniepropetrovsk; a mi madre, en Kremenchuk; a nosotros, en Cherkasi.

Iván Shamiánok, de 90 años de edad, es uno de los pocos ancianos que todavía viven en la zona cerrada en torno a la central y su salud aguanta. «El secreto de la longevidad está en vivir en el lugar en donde uno nació y creció», asegura.

Liquidadores dirigiéndose en autobús a la
central de Chernóbil para limpiar los
escombros, en abril de 1986. La mayoría
murieron pocos meses después.
La ONU hace tiempo que estableció el número de muertes directamente ligadas al escape de Chernóbil en poco más de medio centenar. Sin embargo, la Unión Chernóbil, asociación creada por los «liquidadores» habla de "decenas de miles" mientras que Greenpeace afirma en que la cantidad total de muertos por el accidente es superior a los 200.000, incluyendo a los habitantes de las zonas afectadas. Según fuentes oficiales, el número de discapacitados rondaría los 35.000, en Ucrania, Rusia y Bielorrusia, dato con el que tampoco están de acuerdo las ONG.

Ciudad fantasma
La ciudad más grande de la Zona era Prípiat, construida en 1970 para los trabajadores de la central y que llegó a albergar a 47.000 personas. En su hospital nació hace 33 años Vitali Otroshchenko, uno de los niños que evacuaron el día de la catástrofe con sus abuelas. Hoy Prípiat, típica ciudad soviética es una población fantasma. Está a menos de un kilómetro del reactor maldito y sus bulevares fueron lo primero que se contaminó tras la explosión.

Dispersión de las nubes radiactivas
de la planta nuclear de Chernóbil.
La plaza central, con el Palacio de Cultura, la piscina municipal y un hotel, siguen igual si no fuera porque los cristales de las ventanas han desaparecido y la naturaleza campa a sus anchas ante la ausencia de vida humana. El parque de atracciones, con su roñosa noria, el zigzagueante carrusel y los destartalados coches de choque, continúan en su sitio. Oxidados para siempre.

Vitali, que vive y trabaja como plomero en Kíev, viaja con frecuencia al pueblo de Párishiv, a unos diez kilómetros del reactor y dentro de la zona de exclusión. Allí le encontramos, porque ha venido a cuidar de su abuela, María Semeniuk, de 79 años, mientras su abuelo se encuentra en el hospital. “Aquí siempre hemos vivido bien. Tenemos un cerdo y doce gallinas con su gallo”, explica la mujer, que invita a té al periodista en la cocina de su modesta casa de madera.

Un helicóptero MI-8 se dirige al reactor 4
rociando las inmediaciones con químicos
para contrarrestar la radiación.
Dice Vitali que los trasladaron a un pueblo preparado especialmente para los evacuados, cerca de Kíev. “Mi padre trabajaba en la central, así que pudimos ir a otra, Yuzhnoukraínsk. Mis tres hermanos y mi hermana venimos aquí sólo de visita. El que decidió quedarse fue el abuelo. Mi abuela se habría ido ya para estar más cerca de nosotros”.

Les pregunto si han tenido problemas de salud. Respuesta rotunda: “Mire qué vieja soy”, dice ella entre sorbo y sorbo. “Nunca. Mi abuelo siempre ha estado en forma. Desde que se jubiló, normalmente se va de pesca, o a buscar setas”.

–Pero los bosques de aquí están contaminados.

–Hay lugares a los que no hay que ir. Pero en Kíev hay muchas industrias y seguro que está más sucio.

Una escuela abandonada del pueblo
de Smersk, cerca de Chernobyl.
Antes de hacer los más de cien kilómetros que separan Kíev de Chernóbil, en la capital ucraniana el diario La Vanguardia se entrevista con el profesor Valeri Teréshchenko, que dirige los estudios científicos sobre Chernóbil en el Instituto de Endocrinología de la Academia de Ciencias de Ucrania. “Tras el accidente se expulsaron a la atmósfera elementos radiactivos. Pero sobre todo, yodo radiactivo, que sólo lo absorben las células de la glándula de la tiroides. Hoy todas las organizaciones internacionales reconocen que la catástrofe de Chernóbil provocó un aumento de los cánceres de tiroides”, asegura el profesor. “Pero aún no hay pruebas de que la radiactividad provocase otras enfermedades”. Desde 1996, el instituto monitoriza a 13.243 ucranianos que en el momento de la tragedia tenían menos de 18 años, además de 2.825 que se encontraban a punto de nacer. “El yodo radiactivo actúa sólo durante los dos primeros meses, luego pierde sus efectos, y afecta más a los niños de 0 a 5 años”, explica Víctor Shpak, jefe del centro de datos sobre Chernóbil y responsable del proyecto.

“En los años noventa, de las personas que controlamos sólo desarrollaron cáncer de tiroides 64. Pero ahora se dan mil casos cada año”, informa Teréshchenko, quien apunta que su estudio se refiere a la población general, y no a los liquidadores que se expusieron a la radiación en los años siguientes.

Monumento en memoria de los fallecidos por
el escape de radiación, ubicado a pocos
metros de la planta de energía 

nuclear de Chernóbil.
La ONU cree que en los primeros años la radiactividad mató a 4.000 personas por cánceres y otras enfermedades. Organizaciones ecologistas como Greenpeace elevan las estimaciones a 270.000 cánceres y 96.000 muertes.

La radiactividad de Chernóbil asustó un poco a Alexánder Zubko cuando en el 2010 le propusieron ir a trabajar a la zona de aislamiento. “Pero ahora me encanta estar aquí. Ya sabe lo que dicen: ‘Si te da miedo el lobo, no vayas al bosque’. Pero yo me formé para esto. Y podría trabajar aquí hasta la jubilación”.

De 37 años, es uno de los bomberos de la brigada antiincendios de Chernóbil, instalada en Párishiv. “No hay nada que temer, si se observan las normas de la zona. Hay un comedor en el que nos dan alimentos limpios. Claro que hay sitios muy contaminados. No se puede excavar donde hay chatarra... Te empieza a doler la cabeza”. Zubko trabaja 15 días seguidos y otros 15 descansa, cuando se va a Shpola, una ciudad de la provincia de Cherkasy, a 380 kilómetros de distancia, donde vive su mujer.

El bosque rojo, la zona prohibida
que rodea a Chernóbil.
Los trabajadores de la zona de exclusión (en torno a 2.000) no pueden permanecer más de 20 días seguidos aquí. La mayoría van y vienen en tren desde la ciudad de Slavútich, que tras el accidente cumple las funciones de Prípiat, pero situada fuera de la zona de radiactividad.

“Fuera de aquí, la norma de la naturaleza es de 10 micro-roentgen por hora. La radiación segura es de 30”, explica Antón Yujíbenko, dosímetro en mano, encargado por la administración de la zona de acompañar a La Vanguardia.

Markévich llegó a esta tierra tras la Segunda Guerra Mundial, mucho antes de que la radiactividad se convirtiera en el vecino más importante de Chernóbil. “La vida no era fácil, pero lejos de la ciudad se podía cultivar un huerto, ir de pesca y no morirse de hambre”, dice en su casa de Chernóbil, junto a un piano que hace años tocaba su segunda mujer. Aquí estudió, se hizo un hombre, se casó y tenía un trabajo que llenaba su vida como profesor. Así que no se quería ir. “Tras las vacaciones escolares, algunos profesores se quedaron en Odessa, donde habían llevado a los niños. Pero otros decidimos volver. Yo tenía un amigo policía, que me prestó un uniforme y una gorra para pasar el control”.

Máscaras de gas abandonadas en los
alrededores de Chernóbil.
Yusefa Ivanovav, de 91 años, es una de los únicos cuatro habitantes que quedan vivos en Poliske (a mediados de los años 80 tenía 12.000). Asegura que no se marchó «porque aquí nacieron y murieron todos mis antepasados. Yo también crecí aquí ¿Acaso no tengo el mismo derecho? De alguna manera, Poliske me pertenece», subraya con vehemencia. Nunca la asustó la radiación. «¿Por qué iba a hacerlo? No muerde (ríe con ganas). No la puedo ver, ni oler, ni sentir».

Pero este enemigo invisible sigue causando estragos. «El 90% de los habitantes del distrito de Ivankiv tiene el estatus de víctimas de las consecuencias del accidente nuclear», explica la doctora Oksana Kandun, directora del hospital local. «La tasa de mortalidad de las personas en edad de trabajar ha aumentado 10 veces en comparación con los años anteriores a la catástrofe y la discapacidad de la población infantil es causada en el 30% por defectos de nacimiento».

Interior de la planta nuclear de Chernóbil.
Se observa material fundido altamente
radiactivo mezclado con hormigón,
conocido como "pata de elefante".
Para Kandun, el panorama es alarmante, especialmente si se cumplen los estudios que afirman que el ADN de las células germinales que transmiten la información genética fue dañado por la radiactividad. Lo que sugiere que las secuelas de Chernóbil podrían perdurar durante varias generaciones. «Convivimos con una sensación de riesgo constante».

En Orane, una aldea perteneciente a Ivankiv, con 500 habitantes, vive Vladimir Snidco, que con solo 12 años ya acumula cinco veranos en San Sebastián y dos operaciones de estómago. Es un niño rubio, sin brío, anémico. Fanático del Athletic de Bilbao, sueña con ser camionero «para viajar lejos de Ucrania». El historial médico de su familia no es muy alentador: su madre nació el año de la catástrofe y ahora tiene en su mejilla derecha una protuberancia del tamaño de un huevo, su tío y su abuelo fallecieron recientemente de cáncer de tiroides y su padre y sus dos hermanos sufren enfermedades relacionadas con el corazón. Ninguno tiene empleo. Subsisten con las hortalizas que cultivan, los animales de corral y el único ingreso económico que entra en casa es la pensión de la octogenaria abuela, Hanna.


Los liquidadores de Chernóbil,
miles de héroes anónimos.
Cabe recordar que en el reactor N° 4 en abril de 1986 los niveles de radiación en el edificio del reactor eran de 20.000 roentgens por hora. Una dosis letal es de alrededor de 100 roentgens por hora, por lo que en algunas zonas, los trabajadores que no tenían protección adecuada recibieron dosis mortales en menos de un minuto. Aún así, en periodos máximos de dos minutos más de 3.000 personas, sobre todo soldados, realizaron la mortal tarea. El gobierno soviético ofreció permutar los dos años de servicio militar obligatorio por dos minutos trabajando en el reactor. Muchos soldados aceptaron.

Protegidos, por llamarlo de alguna manera, con improvisadas corazas de plomo, como si de guerreros medievales se tratase, y que pesaban unos 30 kg, cada grupo de liquidadores, llamado irónicamente de «Bio-robots» salía a la azotea y arrojaba uno o dos bloques o paladas de restos contaminados al fondo del reactor. A día de hoy, el 50% de ese grupo particular de liquidadores, ha fallecido y, el resto, presentan en casi la totalidad de los casos, daños irreversibles.

Los liquidadores ofrendaron sus vidas y
evitaron que el desastre fuera mucho mayor.
 
Por el aniversario del desastre, Greenpeace ha recopilado informes de Naciones Unidas y de la Organización Mundial de la Salud, publicados con anterioridad. Desde 1986 habrían muerto entre 50 y 100 mil liquidadores, pero además se espera que hasta el año 2065 se diagnostiquen 50 mil nuevos casos de cáncer y que para ese mismo año, otras dieciséis mil personas mueran por enfermedades relacionadas con el desastre. En total, entre heridos, evacuados, enfermos de leucemia, cáncer y en general el calvario que la gente continúa en vida hacen un total de diez millones de personas. Las cifras no dejan lugar a duda: Chernóbil fue un auténtico infierno creado por el hombre.

El Sarcófago
A unos cientos de metros de la central nuclear clausurada, un grupo de personas se encarga del proyecto más delicado del país: sustituir el 'sarcófago' del reactor donde se produjo la explosión (el número 4) por una nueva cubierta.

Vista aérea del nuevo sarcófago que se
está construyendo en Chernóbil.
Lo llaman el arco. Pesa más de 30.000 toneladas y se alza hacia el cielo con la ayuda de 650.000 tornillos. La estructura supera en tamaño a un estadio de fútbol. Entre los ingredientes de esta nueva 'costra' para tapar la mayor herida nuclear del planeta prima el acero. Tiene una altura similar a la de un edificio de 30 pisos: la Estatua de la Libertad podría resguardarse bajo su techo sin mojarse. Pero en este caso se trata de preservar a los que están fuera del poderoso veneno que hay dentro.

Para proteger a los trabajadores, el arco ha sido levantado a 180 metros del reactor averiado, que tras aquella noche de 1986 estuvo ardiendo durante 10 días. Unos rieles de teflón servirán para mover la cúpula hasta tapar por completo la 'zona cero'.

El nuevo sarcófago que durará hasta el 2065
cuando sea colocado el año que viene.
El viejo sarcófago fue construido siete meses después del accidente. En los últimos años la estructura se ha ido deteriorando, por lo que se tomó la decisión de construir uno nuevo que permitirá mantener de manera más segura las sustancias radiactivas o tóxicas atrapadas en el interior. El problema es que habrá que retirar parte de la vieja estructura, y nadie sabe bien qué está pasando ahí dentro.

El viejo recubrimiento se construyó deprisa y corriendo en los días posteriores a la catástrofe y el nuevo, que empezó a ser levantado en 2010, está todavía sin terminar. Tendrá un coste previsto de más de 2.000 millones de euros y en su financiación participan la Unión Europea, Estados Unidos y distintos organismos internacionales. Sin embargo, faltan todavía aportaciones para cerrar la cifra.

En el fondo la planta de energía nuclear de
Chernóbil y al lado el nuevo sarcófago visto
desde la ciudad de Prípiat. Es tan grande
como un estadio de fútbol.
La explosión contaminó un área de 50.000 kilómetros cuadrados en Ucrania. A partir del día siguiente desde helicópteros se lanzaron 5.000 toneladas de arena, boro y plomo. Después se cubrió con hormigón y otros materiales.

Sobre la nueva cubierta los obreros se mueven como liliputienses intentando dominar al gigante. Son más de 1.000 contratados del consorcio internacional Novarka, encargado del proyecto. El montaje de estructuras concluirá en noviembre próximo, tras lo cual se podrá instalar el nuevo 'sarcófago' sobre el reactor, explica Yulia Marusich, especialista integrada en la plantilla de Chernóbil. Toda el área de construcción fue descontaminada exhaustivamente antes de comenzar, para evitar riesgos al personal. Incluso se sustituyó el suelo por otra superficie. Pero el peligro es una mala hierba imposible de arrancar. "La radiación ahí es unas 20 veces superior a la de Kiev", afirma Marusich.

Para llegar hasta esta zona tan peligrosa hace falta recorrer pasillos de 600 metros por todo el interior de la central. Antes, en la puerta, el periodista recibe un dosímetro y tiene que firmar un papel en el que se compromete, entre otras cosas, a no tocar el suelo y a no pulsar ningún botón. De esto último se encargan los 1.500 trabajadores que se ocupan del programa de desmantelamiento de la planta. En 2015 comenzó la segunda fase: desconexión total de la central nuclear y almacenamiento del combustible radiactivo y otros materiales altamente tóxicos.

Petro Poroshenko, presidente de Ucrania se
santigua tras colocar unas flores el 22 de
abril en el memorial levantado en la
capital, Kiev en recuerdo de las víctimas.
En Chernóbil existe un monumento al operario Valery Jodemchuk, situado en un rincón oscuro cerca de la zona de refrigeración, recuerda lo ocurrido en aquella fecha, a la 1.23 de la madrugada. Jodemchuk murió de manera instantánea en la explosión. Su cuerpo jamás se encontró y se cree que está entre las ruinas del reactor.

En 1991 se produjo un incendio en una turbina del reactor 2 durante unos trabajos de reparación. Y en 2013, parte del techo cayó sobre la sala de turbinas debido al peso de la nieve. Chernóbil sigue siendo un lugar peligroso, donde a la entrada y la salida uno es sometido a un riguroso examen de radiación. Así será hasta 2065, señala Anton Pobor, del Departamento de Relaciones Internacionales de la central. Todos los trabajadores hablan de esa fecha en primera persona, como si el tiempo dentro se detuviese y fuesen ellos mismos los que, a finales de este siglo, van a cortar la cinta del parque de estudios y experimentos técnicos que el nuevo gobierno ucraniano quiere construir en aquel lugar.

Liquidadores de Chernóbil, héroes y
víctimas de la radiación.
Los problemas de Ucrania, ahora envuelta en una guerra en el este que todavía arroja víctimas, han complicado el 'borrado' de la central. De hecho Kiev no tuvo nunca recursos financieros propios para la construcción del nuevo sarcófago. El Fondo internacional de Protección de Chernóbil, gestionado por el Banco Europeo para la Reconstrucción y el Desarrollo, fue creado en 1997 por los países del G7 para encarrilar el 'sellado' de la central. Según el Ministerio de Ecología de Ucrania, inicialmente se preveía gastar 800 millones de euros en estas obras, pero el coste ha aumentado en más de 615 millones.

En 2017 comenzará a operar este segundo 'sarcófago', y en 2023 se espera completar la destrucción de la vieja estructura, la tarea más delicada de todo el proyecto pues implica trabajar en el interior del reactor. Preguntada por los riesgos, Marusich no puede evitar encoger los hombros: "Se llevará a cabo con la menor implicación posible del ser humano". Cuando todo haya acabado, cientos de personas de los alrededores se quedarán sin trabajo. El gigante nuclear que les estropeó la vida hoy les sigue dando de comer.

Un ucraniano enciende velas en el
monumento a los héroes de Chernóbil.
Junto al reactor y el nuevo sarcófago que se construye desde hace cinco años la radiación aumenta a 40 o 50 microroentgen por hora. “Aquí la radiación es menor, porque tras el accidente toda la tierra se apartó y se asfaltó de nuevo. Pero en los bordes del camino, es mucho mayor”. Los dos lados de las carreteras están sembrados con señales de “Peligro”, con un símbolo nuclear. Nos acercamos a la cuneta y el dosímetro comienza a pitar hasta alcanzar los 90 microroentgen a la hora. En la central, el fondo radiactivo permitido es de 140.

En Moscú, mientras tanto, en el cementerio de Mítino, casi un millar de personas acudieron para depositar flores en las tumbas de los «liquidadores» enviados a Chernóbil para extinguir el incendio y sellar el reactor. Allí hay también hay un monumento conmemorativo así como una treintena de tumbas de aquellos heroicos bomberos, muchas de ellas aisladas con cámaras de plomo para evitar que la radicación de los cadáveres contaminen el lugar.

Ucranianos colocan flores en la conmemoración
de las víctimas de la tragedia de Chernóbil.
No obstante y pese a lo sucedido en Chernóbil hace 30 años, los otros tres reactores de la central permanecieron activos y el último se cerró en el año 2000. En el resto de Ucrania funcionan actualmente cuatro centrales nucleares. El primer ministro ruso, Dimitri Medvédev, cuyo país tiene abiertas 10 centrales nucleares, opina que "no podemos prescindir de la energía atómica, pero estamos obligados a hacerla más segura".

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