HUMANIDAD Y COSMOS es un programa que trata de traerle a usted eso que siempre se preguntó y nunca tuvo la oportunidad de escuchar… Hechos históricos ocultados, fenómenos insólitos, creencias, mitos y leyendas, arqueología proscripta, seres extraños, energías prohibidas, noticias curiosas, científicos censurados, el misterio de los objetos voladores no identificados, profecías y vaticinios, sociedades secretas, ecología, enigmas y soluciones para vivir física y espiritualmente sanos.


martes, 24 de mayo de 2016

206° ANIVERSARIO DE LA REVOLUCIÓN DE MAYO DE 1810

Esos históricos días se generaron al tener conocimiento en el Virreinato del Río de La Plata del cautiverio del rey Fernando VII. Como primera medida se resolvió hacer un Cabildo abierto y la creación de una Junta de gobierno. La llamada Revolución de Mayo, fue un acto de inmensa adhesión a España y a Fernando VII, y de firme oposición a cualquier intento extranjero, especialmente francés, y luego portugués, de pretender dominar en América. En lo que todos los autores coinciden, es en que sin dudas, la caída de la Junta de Sevilla fue el detonante del proceso vivido en la ciudad de Buenos Aires en Mayo de 1810, proceso que, fue revolucionario, desde el momento del cambio de gobierno, que representó el cese del dominio español en el Río de la Plata.

América en 1794. En rojo, las posesiones
españolas.
Las posesiones españolas en todo el continente de América estaban relativamente tranquilas hasta que se enteraron que la Península Ibérica había sido invadida por Napoleón y el rey de España y toda su familia se encontraban prisioneros. Las abdicaciones de Bayona tuvieron lugar el 5 de mayo de 1808 en el castillo de Marracq de la ciudad francesa de Bayona. Los reyes Carlos IV y su hijo Fernando VII renunciaron al trono de España en favor de Napoleón Bonaparte. El emperador francés, poco después, cedió tales derechos a su hermano José Bonaparte, quien reinó con el nombre de José I.

Fernando VII (1784-1833) se encontraba preso en Valençay, siendo reconocido como el legítimo rey de España por las diversas Juntas, el Consejo de Regencia y las Cortes de Cádiz. Siguiendo el ejemplo de las Cortes de Cádiz, se organizaron Juntas de Gobierno provisionales en la mayoría de las ciudades de los territorios en América, las cuales comenzaron por desconocer la autoridad napoleónica para, posteriormente, aprovechar la situación y declarar su independencia total del Imperio Español, dando inicio así a las Guerras de Independencia Hispanoamericana.

Por el Tratado de Valençay de 11 de diciembre de 1813, Napoleón reconoció a Fernando VII como Rey, recuperando así su trono y todos los territorios y propiedades de la Corona y sus súbditos antes de 1808, tanto en territorio nacional como en el extranjero; a cambio se avenía a la paz con Francia, el desalojo de los británicos y su neutralidad en lo que quedaba de guerra entre Francia e Inglaterra. Fernando VII fue liberado, salió de Valençay el 14 de marzo de 1814, viajó hacia Toulouse y Perpiñán, cruzó la frontera española y recuperó su poder.

Antecedentes de la Revolución de Mayo
No cabe duda que la declaración de Independencia de los Estados Unidos en 1776 de Gran Bretaña sirvió como un ejemplo para los criollos de que una revolución e independencia en Hispanoamérica eran posibles. La Constitución estadounidense proclamaba que todos los hombres eran iguales ante la ley (aunque, por entonces, dicha proclamación no alcanzaba a los esclavos), defendía los derechos de propiedad y libertad y establecía un sistema de gobierno republicano.

El rey Fernando VII de España,
retratado por Francisco de
Goya en 1814.
Otro antecedente fue la situación de insurgencia altoperuana que mostró márgenes de gravedad y cruenta reacción con la lucha indígena encabezada por Túpac Amaru en 1780, y tuvo un segundo momento crítico en 1809, con los levantamientos de criollos y mestizos en Charcas y La Paz.

A su vez, desde finales del siglo XVIII se habían comenzado a difundir los ideales de la Revolución francesa de 1789, en la cual una asamblea popular finalizó con siglos de monarquía con la destitución y ejecuciones del rey de Francia Luis XVI y su esposa María Antonieta y la supresión de los privilegios de los nobles. La Declaración de los Derechos del Hombre y del Ciudadano, cuyos principios eran Liberté, égalité, fraternité («libertad, igualdad, fraternidad»), tuvo una gran repercusión entre los jóvenes de la burguesía criolla. La Revolución francesa motivó también la expansión en Europa de las ideas liberales, que impulsaban las libertades políticas y económicas. Algunos liberales políticos influyentes de dicha época, opuestos a las monarquías y al absolutismo, eran Voltaire, Jean-Jacques Rousseau, Montesquieu, Denis Diderot y Jean Le Rond d'Alembert, mientras que el principal representante de la economía liberal era Adam Smith, autor del libro La riqueza de las naciones que proponía el libre comercio.

En Europa se desarrollaban las Guerras Napoleónicas, que enfrentaron al Imperio Napoleónico francés contra Gran Bretaña y España, entre otros países. Francia tuvo una gran ventaja inicial y, mediante las abdicaciones de Bayona, forzó la renuncia de Carlos IV de España y su hijo Fernando VII. Éstos fueron reemplazados en el trono español por José Bonaparte, hermano del emperador francés Napoleón Bonaparte.

Foto de la Isla de León, Cádiz, donde en 1810
se intentaba mantener un gobierno de
resistencia a la dominación francesa. Los
diputados estaban protegidos por navíos de
la flota británica.
Con el verdadero rey de España ausente, se intentó resistir formando la Junta Suprema de España e Indias o Junta Suprema Central o Junta Central Suprema Gubernativa del Reino, la cual se iba a encargar del gobierno del país; de dirigir la defensa frente a los franceses (como la firma del acuerdo de alianza con Inglaterra); y convocar una reunión extraordinaria a cortes, lo cual supone otro hecho revolucionario, ya que el derecho a convocar cortes es exclusivo de la corona.

El 19 de noviembre de 1809 las tropas imperiales derrotaron al ejército de la Junta Central en Ocaña, y los franceses tuvieron el paso franco hacia Andalucía. Invadida Andalucía por los franceses y con el ejército español disperso y en retirada, la Junta Central abandonó Sevilla y se retiró a Cádiz y el 29 de enero de 1810, desacreditada por las derrotas militares y dividida por la forma en la que habían de llevar a cabo determinadas cuestiones de gobierno, se disolvió. Estas fueron las noticias que llegaron a Buenos Aires en mayo de 1810.

El hermano mayor de Napoleón,
se convirtió en José I, rey de
España y de todas sus
posesiones.
Mientras los criollos se reunían a comentar estos sucesos, en España, tras la derrota de la Junta de Cádiz se dio paso a un Consejo de Regencia de España e Indias, sostenido sobre 5 personas, y ejercido en nombre de Fernando VII en la Isla de León, frente a la bahía de Cádiz. Esta isla enseguida se convertiría en baluarte de la resistencia española contra el invasor. Allí, se redactó al margen del reinado de José I (hermano de Napoleón) el primer proyecto de Constitución de la historia de España el 24 setiembre de 1810. Un centenar de diputados llegados en secreto de todas las ciudades y provincias de España tuvieron una decisión revolucionaria, con la que las Cortes despojaban al monarca de su poder absoluto y sentaban las bases de un régimen constitucional, el primero de la historia de España. Siendo 1812 el año de la proclamación de la primera constitución llevando el mote de "La Pepa".

Qué estaba sucediendo en Buenos Aires, capital del Virreinato
Cuando Napoleón invade España, el Virrey por aclamación popular era el marino francés Santiago de Liniers (1753-1810), que junto a otros héroes derrotó a totalmente a los ingleses en las invasiones de 1806 y 1807. Tras la victoria obtenida durante las Invasiones Inglesas, la población de Buenos Aires no aceptó que el virrey Rafael de Sobremonte retomara el cargo, ya que durante el ataque había huido de la ciudad rumbo a Córdoba. 

El marino francés Santiago de Liniers, derrotó
a los ingleses que intentaron invadir Buenos
Aires en 1806 y 1807.
Sin embargo, la gestión de Liniers comenzó a recibir cuestionamientos. El principal adversario político de Liniers era el gobernador español de Montevideo, Francisco Javier de Elío, quien los canalizó en una denuncia sobre el origen francés de Liniers: argumentaba que era inaceptable que un compatriota de Napoleón Bonaparte, en guerra con España en ese entonces, ocupara el cargo. Sin embargo, a pesar de los reclamos de Liniers, no pudo brindar pruebas concretas de que el virrey complotara con los franceses. Elío se negó a reconocer la autoridad de Liniers y formó una junta de gobierno en Montevideo, independiente de las autoridades de Buenos Aires.

El alcalde y comerciante español afincado en Buenos Aires Martín de Álzaga hizo estallar una asonada con el objetivo de destituir al virrey Liniers porque era francés. El 1 de enero de 1809, un cabildo abierto exigió la renuncia de Liniers y designó una Junta a nombre de Fernando VII, presidida por Álzaga.

Vista del Cabildo y de la Recova desde el
Fuerte de la Ciudad de Buenos Aires, en 1810.
Hoy el lugar es la Plaza de Mayo y el Fuerte
se convirtió en la sede de la Casa Rosada.
Las milicias criollas encabezadas por Cornelio Saavedra (1759-1829) rodearon la plaza, provocando la dispersión de los sublevados. Los cabecillas fueron desterrados y los cuerpos militares sublevados fueron disueltos. Como consecuencia, el poder militar quedó en manos de los criollos que habían sostenido a Liniers y la rivalidad entre criollos y españoles peninsulares se acentuó. Los responsables del complot, desterrados a Carmen de Patagones, fueron rescatados por Elío y llevados a Montevideo.

En España la Junta Suprema Central decidió terminar con los enfrentamientos en el Virreinato del Río de la Plata disponiendo el reemplazo del virrey Liniers por don Baltasar Hidalgo de Cisneros, quien arribó a Montevideo en junio de 1809. La Junta Suprema Central envió al nuevo virrey con instrucciones muy precisas: la detención de los partidarios de Liniers y la de los criollos que secretamente bregaban por la independencia.

El traspaso del mando se hizo en Colonia del Sacramento, Javier de Elío aceptó la autoridad del nuevo virrey y disolvió la Junta de Montevideo, volviendo a ser gobernador de la ciudad. Cisneros rearmó las milicias españolas disueltas tras la asonada contra Liniers, e indultó a los responsables de las mismas.

En Buenos Aires Juan Martín de Pueyrredón se reunió con los jefes militares para tratar de desconocer la autoridad del nuevo virrey. Este plan contó con el apoyo de Saavedra, Belgrano, Eustoquio Díaz Vélez, Juan José Viamonte, Miguel de Azcuénaga, Castelli y Paso, pero no con el visto bueno de Liniers, que se mantuvo leal a los realistas y se fue a vivir a la provincia de Córdoba, en el centro del país.

El 25 de noviembre de 1809 Cisneros creó el Juzgado de Vigilancia Política, con el objetivo de perseguir a los afrancesados y a aquellos que alentaran la creación de regímenes políticos que se opusieran a la dependencia de América de España. Esta medida y un bando emitido por el virrey previniendo al vecindario de «díscolos que extendiendo noticias falsas y seductivas, pretenden mantener la discordia» les hizo pensar a los porteños que bastaba sólo un pretexto formal para que estallase la revolución. Por eso, en abril de 1810, Cornelio Saavedra, jefe del regimiento de Patricios les expresaba a sus allegados: “Aún no es tiempo; dejen ustedes que las brevas maduren y entonces las comeremos”.

Durante la etapa virreinal, España mantuvo un férreo monopolio con sus colonias americanas, impidiendo el libre comercio con Inglaterra, beneficiaria de una extensa producción manufacturera en plena revolución industrial. La condena a la intermediación perpetua por parte de España encarecía los intercambios comerciales y sofocaba el crecimiento de las colonias. La escasez de autoridades españolas y la necesidad de reemplazar al régimen monopólico, sumado a las convulsiones que se vivían Europa tras la invasión napoleónica, llevaron a un grupo destacado de la población criolla a impulsar un movimiento revolucionario.

Llegan noticias de España
El 14 de mayo de 1810 arribó al puerto de Buenos Aires la goleta de guerra británica HMS Mistletoe procedente de Gibraltar con periódicos del mes de enero que anunciaban la disolución de la Junta Suprema Central al ser tomada la ciudad de Sevilla por los franceses, que ya dominaban casi toda la Península, señalando que algunos diputados se habían refugiado en la isla de León, en Cádiz. La Junta era uno de los últimos bastiones del poder de la corona española, y había caído ante el imperio napoleónico, que ya había alejado con anterioridad al rey Fernando VII mediante las Abdicaciones de Bayona. El día 17 se conocieron en Buenos Aires noticias coincidentes llegadas a Montevideo el día 13 en la fragata británica HMS John Parish, agregándose que los diputados de la Junta habían sido rechazados estableciéndose una Junta en Cádiz. Cisneros intentó ocultar las noticias estableciendo una rigurosa vigilancia en torno a las naves de guerra británicas e incautando todos los periódicos que desembarcaron de los barcos, pero uno de ellos llegó a manos de Manuel Belgrano y de Juan José Castelli. Éstos se encargaron de difundir la noticia, que ponía en entredicho la legitimidad del virrey, nombrado por la Junta caída.

También se puso al tanto de las noticias a Cornelio Saavedra, jefe del regimiento de Patricios, que en ocasiones anteriores había desaconsejado tomar medidas contra el virrey. Saavedra durante las Invasiones inglesas de 1806 y 1807 descubre una nueva vocación: la militar. Dice en sus memorias: "Este fue el origen de mi carrera militar. El inminente peligro de la patria; el riesgo que amenazaba nuestras vidas y propiedades, y la honrosa distinción que habían hecho los hijos de Buenos Aires prefiriéndome a otros muchos paisanos suyos para jefe y comandante, me hicieron entrar en ella". Durante las invasiones inglesas el cuerpo de Patricios, el más importante de la capital virreinal, lo eligió como comandante.

Saavedra consideraba que, desde un punto de vista estratégico, el momento ideal para proceder con los planes revolucionarios sería el momento en el cual las fuerzas napoleónicas lograran una ventaja decisiva en su guerra contra España. Al conocer las noticias de la caída de la Junta de Sevilla, Saavedra consideró que el momento idóneo para llevar a cabo acciones contra Cisneros había llegado. El grupo encabezado por Castelli se inclinaba por la realización de un cabildo abierto, mientras los militares criollos proponían deponer al virrey por la fuerza.

Viernes 18 de mayo de 1810
El 14 de mayo de 1810 había llegado a Buenos Aires la fragata inglesa HMS Mistletoe trayendo periódicos que confirmaban los rumores que circulaban intensamente por Buenos Aires: cayó en manos de los franceses de Napoleón, la Junta Central de Sevilla, último bastión del poder español.

El viernes 18 el virrey Cisneros hizo leer por los pregoneros una proclama que comenzaba diciendo: "A los leales y generosos pueblos del virreinato de Buenos Aires." El virrey advertía que "en el desgraciado caso de una total pérdida de la península, y falta del Supremo Gobierno" él asumiría el poder acompañado por otras autoridades de la Capital y todo el virreinato y se pondría de acuerdo con los otros virreyes de América para crear una Regencia Americana en representación de Fernando. Cisneros aclaraba que no quería el mando sino la gloria de luchar en defensa del monarca contra toda dominación extraña y, finalmente prevenía al pueblo sobre "los genios inquietantes y malignos que procuran crear divisiones". A medida que los porteños se fueron enterando de la gravedad de la situación, fueron subiendo de tono las charlas políticas en los cafés y en los cuarteles. Todo el mundo hablaba de política y hacía conjeturas sobre el futuro del virreinato.

La situación de Cisneros era muy complicada. La Junta que lo había nombrado virrey había desaparecido y la legitimidad de su mandato quedaba claramente cuestionada. Esto aceleró las condiciones favorables para la acción de los patriotas que se venían reuniendo desde hacía tiempo en forma secreta en la jabonería de Juan Hipólito Vieytes, héroe de las Invasiones inglesas e hijo del gallego Juan Vieytes y de Petrona Mora Fernández. La misma noche del 18, los jóvenes revolucionarios se reunieron en la casa de Nicolás Rodríguez Peña y decidieron la convocatoria a un Cabildo Abierto para tratar la situación en que quedaba el virreinato después de los hechos de España. Cornelio Saavedra, quien se hallaba en San Isidro, fue llamado de urgencia y concurrió a la reunión en la que se decidió solicitar al virrey la realización de un Cabildo abierto para determinar los pasos a seguir por el virreinato. Para esa comisión, el grupo encarga a Juan José Castelli y a Martín Rodríguez que se entrevisten con Cisneros.

El grupo revolucionario principal que se reunía indistintamente en la casa de Nicolás Rodríguez Peña o en la jabonería de Hipólito Vieytes estaba integrado, entre otros, por Juan José Castelli, Manuel Belgrano, Juan José Paso, Antonio Luis Beruti, Eustoquio Díaz Vélez, Feliciano Antonio Chiclana, José Darragueira, Martín Jacobo Thompson y Juan José Viamonte. Otro grupo se congregaba en la quinta de Orma, encabezado por fray Ignacio Grela y entre los que se destacaba Domingo French (1774-1825).

Sábado 19 de mayo
Las reuniones continuaron hasta la madrugada del sábado 19 y sin dormir, por la mañana, Cornelio Saavedra y Manuel Belgrano le pidieron al Alcalde Juan José de Lezica la convocatoria a un Cabildo Abierto. Por su parte, Juan José Castelli hizo lo propio ante el síndico procurador Julián de Leyva, pidiendo el apoyo del Cabildo de Buenos Aires para gestionar ante el virrey un cabildo abierto, expresando que de no concederse, “lo haría por sí solo el pueblo o moriría en el intento”.

Domingo 20 de mayo
Ese domingo 20 el alcalde Lezica transmitió al virrey Cisneros la petición que había recibido, y éste consultó a Leyva, quien se mostró favorable a la realización de un Cabildo abierto. Antes de tomar una decisión el virrey citó a los jefes militares para que se presenten a las siete horas de la tarde en el fuerte. Según cuenta Cisneros en sus Memorias, les recordó: “(...) las reiteradas protestas y juramentos de fidelidad con que me habían ofrecido defender la autoridad y sostener el orden público y les exhorté a poner en ejercicio su fidelidad al servicio de S.M. y de la patria”.

El virrey Cisneros reunió a los jefes militares y les pidió su apoyo ante una posible rebelión, pero todos se rehusaron a brindárselo. Antes que los militares convocados ingresaran al fuerte, los batallones de urbanos fueron acuartelados y provistos de munición de guerra. No fue casualidad que fuera Saavedra el que hablara por todos: era el comandante del cuerpo de Patricios, la unidad militar más importante del Virreinato. En sus Memorias, escritas muchos años después de estos sucesos, Saavedra describió aquella reunión explicando que ante el silencio de sus compañeros "yo fui el que dijo":

“Señor, son muy diversas las épocas del 1º de enero de 1809 y la de mayo de 1810, en que nos hallamos. En aquella existía la España, aunque ya invadida por Napoleón; en ésta, toda ella, todas sus provincias y plazas están subyugadas por aquel conquistador, excepto solo Cádiz y la isla de León, como nos aseguran las gacetas que acaban de venir y V.E. en su proclama de ayer. ¿Y qué, señor? ¿Cádiz y la isla de León son España? (...) ¿Los derechos de la Corona de Castilla a que se incorporaron las Américas, han recaído en Cádiz y la isla de León, que son una parte de las provincias de Andalucía? No señor, no queremos seguir la suerte de la España, ni ser dominados por los franceses, hemos resuelto reasumir nuestros derechos y conservarnos por nosotros mismos. El que a V.E. dio autoridad para mandarnos ya no existe; de consiguiente usted tampoco la tiene ya, así que no cuente con las fuerzas de mi mando para sostenerse en ella. Esto mismo sostuvieron todos mis compañeros. Con este desengaño, concluyó diciendo: "Pues señores, se hará el cabildo abierto que se solicita. Y en efecto se hizo el 22 del mismo mayo".

Al anochecer se produjo una nueva reunión en casa de Rodríguez Peña, en donde los jefes militares comunicaron lo ocurrido. Se decidió enviar inmediatamente a Castelli y a Martín Rodríguez a entrevistarse con Cisneros en el fuerte, facilitando su ingreso el comandante Terrada de los granaderos provinciales que se hallaba de guarnición ese día. El virrey se encontraba jugando a los naipes con el brigadier Quintana, el fiscal Caspe y el edecán Coicolea cuando los comisionados irrumpieron. Martín Rodríguez (1771-1845) en sus Memorias relató cómo fue la entrevista, en donde Castelli se dirigió a Cisneros así:

Excelentísimo señor: tenemos el sentimiento de venir en comisión por el pueblo y el ejército, que están en armas, a intimar a V.E. la cesación en el mando del virreinato.

Cisneros respondió: ¿Qué atrevimiento es éste? ¿Cómo se atropella así a la persona del Rey en su representante?

Pero Rodríguez (según sus Memorias) lo detuvo advirtiéndole:

Señor: cinco minutos es el plazo que se nos ha dado para volver con la contestación, vea V.E. lo que hace.

Ante la situación, Caspe llevó a Cisneros a su despacho para deliberar juntos unos momentos y luego regresaron. El virrey se resignó y permitió que se realizara el cabildo abierto. Según cuenta Martín Rodríguez en sus Memorias póstumas, escritas muchos años después, sus palabras fueron:

Señores, cuanto siento los males que van a venir sobre este pueblo de resultas de este paso; pero puesto que el pueblo no me quiere y el ejército me abandona, hagan ustedes lo que quieran.

Fue fundamental el atrevimiento de Castelli y de Martín Rodríguez para insistir ante el virrey con el pedido de Cabildo abierto para el 22 de mayo. En el "Café de los Catalanes y en "La Fonda de las Naciones", los criollos discutían sobre las mejores estrategias para pasar a la acción.

Esa misma noche se representó una obra de teatro cuyo tema era la tiranía, llamada Roma Salvada, a la cual concurrieron buena parte de los revolucionarios. El jefe de la policía intentó convencer al actor de que no se presentara y que, con la excusa de que éste estuviera enfermo, la obra fuera reemplazara con Misantropía y arrepentimiento, del poeta alemán Kotzebue. Los rumores de censura policial se extendieron con rapidez, por lo que el actor Morante salió e interpretó la obra prevista, en la cual interpretaba a Cicerón. En el cuarto acto, Morante exclamaba lo siguiente:

Entre regir al mundo o ser esclavos ¡Elegid, vencedores de la tierra! ¡Glorias de Roma, majestad herida! ¡De tu sepulcro al pie, patria, despierta! César, Murena, Lúculo, escuchadme: ¡Roma exige un caudillo en sus querellas! Guardemos la igualdad para otros tiempos: ¡El Galo ya está en Roma! ¡Vuestra empresa del gran Camilo necesita el hierro! ¡Un dictador, un vengador, un brazo! ¡Designad al más digno y yo lo sigo! Dicha escena encendió los ánimos revolucionarios, que desembocaron en un aplauso frenético a la obra. El propio Juan José Paso se levantó y gritó “¡Viva Buenos Aires libre!”.

Lunes 21 de mayo
A las nueve de la mañana se reunió el Cabildo como todos los días para tratar los temas de la ciudad. Pero cerca de las tres de la tarde los cabildantes tuvieron que interrumpir sus labores. La Plaza de la Victoria, hoy Plaza de Mayo, estaba ocupada por unos 600 hombres armados de pistolas y puñales que llevaban en sus sombreros el retrato de Fernando VII y en sus solapas una cinta blanca, símbolo de la unidad criollo-española desde la defensa de Buenos Aires. Este grupo de revolucionarios, encabezados por Domingo French y Antonio Luis Beruti (1772-1841), se agrupaban bajo el nombre de la "Legión Infernal" y pedía a los gritos que se concrete la convocatoria al Cabildo Abierto. Los cabildantes acceden al pedido de la multitud. El síndico Leyva sale al balcón y anuncia formalmente el ansiado Cabildo Abierto para el día siguiente. Pero los "infernales" no se calman, piden a gritos que el virrey sea suspendido. Debe intervenir el Jefe del Regimiento de Patricios, Cornelio Saavedra quien logra calmarlos garantizándoles el apoyo militar a sus reclamos.

Saavedra les comunicó que él personalmente iba a designar las guardias para las avenidas de la Plaza con oficiales de Patricios y que dichas guardias estarían a las órdenes del Capitán Eustoquio Díaz Vélez, de cuya adhesión, de ninguna manera, podía dudar el pueblo.

El 21 de mayo se repartieron cuatrocientos cincuenta invitaciones entre los principales vecinos y autoridades de la capital. La lista de invitados fue elaborada por el Cabildo teniendo en cuenta a los vecinos más prominentes de la ciudad. Sin embargo el encargado de su impresión, Agustín Donado, compañero de French y Beruti, imprimió muchas más de las necesarias y las repartió entre los criollos.

“El Excmo. Cabildo convoca á Vd. para que se sirva asistir, precisamente mañana 22 del corriente, á las nueve, sin etiqueta alguna, y en clase de vecino, al cabildo abierto que con avenencia del Excmo. Sr. Virrey ha acordado celebrar; debiendo manifestar esta esquela á las tropas que guarnecerán las avenidas de esta plaza, para que se le permita pasar libremente”.

Martes 22 de mayo
Ya desde temprano fueron llegando los "cabildantes". Era una mañana lluviosa y de los 450 invitados sólo concurrieron 251. También estaba presente una "barra" entusiasta. En la plaza, French, Beruti y los infernales esperan las novedades. La situación se fue calentando hasta que empezaron los discursos, que durarán unas cuatro horas, sobre si el virrey debía seguir en su cargo o no. Comenzó hablando el Obispo Lué diciendo que mientras hubiera un español en América, los americanos le deberían obediencia. Le salió al cruce Juan José Castelli contestándole que habiendo caducado el poder Real, la soberanía debía volver al pueblo que podía formar juntas de gobierno tanto en España como en América. El Fiscal de la Audiencia, Manuel Villota señaló que para poder tomar cualquier determinación había que consultar al resto del virreinato. Villota trataba de ganar tiempo, confiando en que el interior sería favorable a la permanencia del virrey. Juan José Paso le dijo que no había tiempo que perder y que había que formar inmediatamente una junta de gobierno.

Casi todos aprobaban la destitución del virrey pero no se ponían de acuerdo en quien debía asumir el poder y por qué medios. Castelli propuso que fuera el pueblo a través del voto quien  eligiese una junta de gobierno; mientras que el jefe de los Patricios, Cornelio Saavedra, era partidario de que el nuevo gobierno fuera organizado directamente por el Cabildo. El problema radicaba en que los miembros del Cabildo, muchos de ellos españoles, seguían apoyando al virrey.

El debate del 22 fue muy acalorado y despertó las pasiones de ambos bandos. El coronel Francisco Orduña, partidario del virrey, contará horrorizado que “mientras hablaba fue tratado de loco por no participar de las ideas revolucionarias"... mientras que a los que no votaban contra el jefe (Cisneros), se les escupía, se les mofaba, se les insultaba y se les chiflaba."

Luego de los discursos, se procedió a votar por la continuidad del virrey, solo o asociado, o por su destitución. La votación duró hasta la medianoche, y se decidió por amplia mayoría destituir al virrey: ciento cincuenta y cinco votos contra sesenta y nueve. Los votos contrarios a Cisneros se distribuyeron de la siguiente manera:

Fórmula según la cual la autoridad recae en el Cabildo: cuatro votos
Fórmula de Juan Nepomuceno de Sola: dieciocho votos
Fórmula de Pedro Andrés García, Juan José Paso y Luis José Chorroarín: veinte votos.
Fórmula de Ruiz Huidobro: veinticinco votos
Fórmula de Saavedra y Castelli: ochenta y siete votos.

Miércoles 23 de mayo
Por la mañana se reunió el Cabildo para contar los votos emitidos el día anterior y elaboró un documento: "hecha la regulación con el más prolijo examen resulta de ella que el Excmo. Señor Virrey debe cesar en el mando y recae éste provisoriamente en el Excmo. Cabildo (...) hasta la erección de una Junta que ha de formar el mismo Excmo. Cabildo, en la manera que estime conveniente”.

Tras la finalización del Cabildo abierto se colocaron avisos en diversos puntos de la ciudad que informaban de la creación de la Junta y la convocatoria a diputados de las provincias, y llamaba a abstenerse de intentar acciones contrarias al orden público.

Jueves 24 de mayo
El día 24 el Cabildo, a propuesta del síndico Leyva, conformó la nueva Junta, que debía mantenerse hasta la llegada de los diputados del resto del Virreinato. Este gobierno tentativo estaba presidido por el virrey Baltasar Hidalgo de Cisneros que también sería el comandante en jefe del Ejército y acompañado por cuatro vocales: los españoles Juan Nepomuceno Solá (sacerdote) y José de los Santos Incháurregui (comerciante) y los criollos Juan José Castelli y Cornelio Saavedra, burlando absolutamente la voluntad popular. Esto provocó la reacción de las milicias y el pueblo. Castelli y Saavedra renunciaron a integrar esta junta.

Dicha fórmula respondía a la propuesta del obispo Lué y Riega de mantener al virrey en el poder con algunos asociados o adjuntos, a pesar de que en el Cabildo abierto la misma hubiera sido derrotada en las elecciones. Los cabildantes consideraban que de esta forma se contendrían las amenazas de revolución que tenían lugar en la sociedad.

Cuando la noticia fue dada a conocer, tanto el pueblo como las milicias volvieron a agitarse, y la plaza fue invadida por una multitud comandada por French y Beruti. La permanencia de Cisneros en el poder, aunque fuera con un cargo diferente al de virrey, era vista como una burla a la voluntad del Cabildo Abierto. El coronel Martín Rodríguez lo explicaba así:

“Si nosotros nos comprometemos a sostener esa combinación que mantiene en el gobierno a Cisneros, en muy pocas horas tendríamos que abrir fuego contra nuestro pueblo, nuestros mismos soldados nos abandonarían; todos sin excepción reclaman la separación de Cisneros”.

Hubo una discusión en la casa de Rodríguez Peña, lugar en que se reunieron dirigentes civiles y oficiales de los cuerpos, entre ellos: Manuel Belgrano, Eustoquio Díaz Vélez, Domingo French y Feliciano Antonio Chiclana donde se llegó a dudar de la lealtad de Saavedra. Castelli se comprometió a intervenir para que el pueblo fuera consultado nuevamente, y entre Mariano Moreno, Matías Irigoyen y Feliciano Chiclana se calmó a los militares y a la juventud de la plaza.

Muchos como el abogado y coronel Manuel Belgrano (1770-1820), futuro creador de la bandera nacional, fueron perdiendo la paciencia. Cuenta Tomás Guido en sus memorias: "En estas circunstancias el señor Don Manuel Belgrano, mayor del regimiento de Patricios, que vestido de uniforme escuchaba la discusión en la sala contigua, reclinado en un sofá, casi postrado por largas vigilias observando la indecisión de sus amigos, púsose de pie súbitamente y a paso acelerado y con el rostro encendido por el fuego de sangre generosa entró al comedor de la casa del señor Rodríguez Peña y lanzando una mirada en derredor de sí, y poniendo la mano derecha sobre la cruz de su espada dijo: "Juro a la patria y a mis compañeros, que si a las tres de la tarde del día inmediato el virrey no hubiese renunciado, a fe de caballero, yo le derribaré con mis armas."

Finalmente decidieron deshacer lo hecho, convocar nuevamente al pueblo y obtener del cabildo una modificación sustancial con una lista de candidatos propios. Cisneros no podía figurar.

Por la noche una delegación encabezada por Castelli y Saavedra se presentó en la casa de Cisneros con cara de pocos amigos y le informaron el estado de agitación popular y sublevación de las tropas, y demandando su renuncia. Lograron conseguir en forma verbal su dimisión. Un grupo de patriotas reclamó en la casa del síndico Leyva que se convocara nuevamente al pueblo, y pese a sus resistencias iniciales finalmente accedió a hacerlo. La Junta quedó disuelta y se convocó nuevamente al Cabildo para la mañana siguiente.

Así recuerda Cisneros sus últimas horas en el poder:
"En aquella misma noche, al celebrarse la primera sesión o acta del Gobierno, se me informó por alguno de los vocales que alguna parte del pueblo no estaba satisfecho con que yo obtuviese el mando de las armas, que pedía mi absoluta separación y que todavía permanecía en el peligro de conmoción, como que en el cuartel de Patricios gritaban descaradamente algunos oficiales y paisanos, y esto era lo que llamaban pueblo, (...). Yo no consentí que el gobierno de las armas se entregase como se solicitaba al teniente coronel de Milicias Urbanas Don Cornelio de Saavedra, arrebatándose de las manos de un general que en todo tiempo las habría conservado y defendido con honor y quien V.M las había confiado como a su virrey y capitán general de estas provincias, y antes de condescender con semejante pretensión, convine con todos los vocales en renunciar los empleos y que el cabildo proveyese de gobierno."

El viernes 25 de mayo de 1810
Todo parece indicar que el 25 de mayo de 1810 amaneció lluvioso y frío. Grupos de vecinos y milicianos encabezados por Domingo French y Antonio Beruti se fueron juntando frente al cabildo a la espera de definiciones. Algunos llevaban en sus pechos cintitas azules y blancas, que eran los colores que los patricios habían usado durante las invasiones inglesas.

Durante la mañana del 25 de mayo, una gran multitud comenzó a reunirse en la Plaza de la Victoria, actual Plaza de Mayo, liderados por los milicianos French y Beruti. Se reclamaba la anulación de la resolución del día anterior, la renuncia definitiva del virrey Cisneros y la formación de otra Junta de gobierno. Se dice que French y Beruti repartían escarapelas celestes y blancas entre los concurrentes; historiadores posteriores ponen en duda dicha afirmación, pero sí consideran factible que se hayan repartido distintivos entre los revolucionarios.

Cuando los hombres de la Legión Infernal se percataron de que agentes de Cisneros se estaban infiltrando en la muchedumbre, French y Beruti pidieron a su gente que llevaran en los pechos distintivos. Cuenta un testigo anónimo: “En dicho día se vio que en lugar de las cintas blancas del primer día, y ramo de olivo del segundo que se pusieron los de la turba en el sombrero, gastaron cintas encarnadas”. Es decir: cintas hubo, pero ni celestes ni blancas, sino encarnadas.

Ante las demoras en emitirse una resolución, la gente comenzó a agitarse, reclamando: “¡El pueblo quiere saber de qué se trata!”.

El Cabildo se reunió a las nueve de la mañana y reclamó que la agitación popular fuese reprimida por la fuerza. Con este fin se convocó a los principales comandantes, pero éstos no obedecieron las órdenes impartidas. Los que sí lo hicieron afirmaron que no solo no podrían sostener al gobierno, sino tampoco a sus tropas, y que en caso de intentar reprimir las manifestaciones serían desobedecidos por estas.

Cisneros seguía resistiéndose a renunciar, y tras mucho esfuerzo los capitulares lograron que ratificase y formalizase los términos de su renuncia, abandonando pretensiones de mantenerse en el gobierno. Esto, sin embargo, resultó insuficiente, y representantes de la multitud reunida en la plaza reclamaron que el pueblo reasumiera la autoridad delegada en el Cabildo Abierto del día 22, exigiendo la formación de una Junta. Además, se disponía el envío de una expedición de quinientos hombres para auxiliar a las provincias interiores.

Pronto llegó a la sala capitular la renuncia de Cisneros, «prestándose á ello con la mayor generosidad y franqueza, resignado á mostrar el punto á que llega su consideración por la tranquilidad pública y precaución de mayores desórdenes».

Pasaban las horas, hacía frío, llovía y continuaban las discusiones. Entre la gente que esperaba en la plaza había algunos paraguas, no muchos porque aquellos artefactos conocidos en Europa eran bastante caros en Buenos Aires; así que la mayoría se cubrían con capotes. El cabildo había convocado a los jefes militares y estos le hicieron saber al cuerpo a través de Saavedra que no podían mantener en el poder a la Junta del 24 porque corrían riesgos personales porque sus tropas no les responderían. Los capitulares salieron al balcón para presentar directamente a la ratificación del pueblo la lista que había surgido para formar otra Junta de Gobierno. Pero, dado lo avanzada de la hora y el estado del tiempo, la cantidad de gente en la plaza había disminuido, cosa que Julián de Leyva adujo para ridiculizar la pretensión de la diputación de hablar en nombre del pueblo.

La mayoría de la gente se fue yendo a sus casas y el síndico del Cabildo salió al balcón y preguntó burlonamente "¿Dónde está el pueblo?". Esto colmó la paciencia de los pocos que se hallaban en la plaza bajo la llovizna. En esos momentos Antonio Luis Beruti irrumpió en la sala capitular seguido de algunos infernales y dijo "Señores del Cabildo: esto ya pasa de juguete; no estamos en circunstancias de que ustedes se burlen de nosotros con sandeces, Si hasta ahora hemos procedido con prudencia, ha sido para evitar desastres y efusión de sangre. El pueblo, en cuyo nombre hablamos, está armado en los cuarteles y una gran parte del vecindario espera en otras partes la voz para venir aquí. ¿Quieren ustedes verlo? Toque la campana y si es que no tiene badajo nosotros tocaremos generala y verán ustedes la cara de ese pueblo, cuya presencia echan de menos. ¡Sí o no! Pronto, señores decirlo ahora mismo, porque no estamos dispuestos a sufrir demoras y engaños; pero, si volvemos con las armas en la mano, no responderemos de nada."

La Primera Junta
Finalmente, se nombró a una nueva Junta de Gobierno que asumiría a las tres de la tarde de aquel mismo día 25. El presidente era Cornelio Saavedra; los doctores Mariano Moreno y Juan José Paso (1758-1833), eran sus secretarios; fueron designados seis vocales: Manuel Belgrano, Juan José Castelli (1764-1812), el militar Miguel de Azcuénaga, el sacerdote Manuel Alberti (1763-1811) y los comerciantes catalanes Juan Larrea y Domingo Matheu (1765-1831). Comenzaba una nueva etapa de nuestra historia.

Acto seguido, Saavedra habló a la muchedumbre reunida bajo la lluvia, y luego se trasladó al Fuerte entre salvas de artillería y toques de campana.

En el acta del Cabildo de Buenos Aires del 25 de mayo, se indicaba a la Junta que remitiera una circular a los cabildos del interior, para que las provincias envíen diputados a la capital.

Al mismo tiempo que el sol se ponía en el horizonte, una compañía de Patricios mandada por Don Eustoquio Díaz Vélez anunciaba, al son de cajas y voz de pregoneros, que el Virrey de las Provincias Unidas del Río de la Plata había caducado, y que el Cabildo reasumía el mando supremo del Virreinato por voluntad del pueblo.

La Junta declaró que gobernaba en nombre de Fernando VII. Así lo recuerda Saavedra en sus memorias: "Con las más repetidas instancias, solicité al tiempo del recibimiento se me excuse de aquel nuevo empleo, no sólo por falta de experiencia y de luces para desempeñarlo, sino también porque habiendo dado tan públicamente la cara en la revolución de aquellos días no quería se creyese había tenido particular interés en adquirir empleos y honores por aquel medio. Por política fue preciso cubrir a la junta con el manto del señor Fernando VII a cuyo nombre se estableció y bajo de él expedía sus providencias y mandatos."

Para algunos era sólo una estrategia a la que llamaron la "máscara de Fernando", es decir, decían que gobernaban en nombre de Fernando VII pero en realidad querían declarar la independencia. Pensaban que todavía no había llegado el momento y no se sentían con la fuerza suficiente para dar ese paso tan importante. La máscara de Fernando se mantendrá hasta la Declaración de la Independencia, el 9 de julio de 1816.

Pero los españoles no se creyeron lo de la máscara o el manto de Fernando y se resistieron a aceptar la nueva situación. En Buenos Aires, el ex virrey Cisneros, el mismo 25, despachó a José Melchor Lavín rumbo a Córdoba, para advertir a Santiago de Liniers lo sucedido y reclamarle acciones militares contra la Junta. Luego Cisneros y los miembros de la Audiencia trataron de huir a Montevideo y unirse a Elío (que no acataba la autoridad de Buenos Aires y logrará ser nombrado virrey), pero fueron arrestados y enviados a España en un buque inglés.

El 25 de mayo, reunido en la Plaza de la Victoria, actual Plaza de Mayo, el pueblo de Buenos Aires finalmente impuso su voluntad al Cabildo creando la Junta Provisoria Gubernativa del Río de la Plata, quedó así formado el primer gobierno patrio, que no tardó en desconocer la autoridad del Consejo de Regencia español.

El 26 de mayo de 1810, la Primera Junta —oficialmente la «Junta Provisional Gubernativa de la capital del Río de la Plata»— emitió una proclama que dirigió «a los habitantes de ella, y de las provincias de su superior mando», dando noticia de la nueva autoridad surgida de los sucesos de la Revolución de Mayo.

Barcos ingleses anclados frente a la ciudad de Buenos Aires, el día 26 de mayo hicieron una salva de cañonazos en celebración por la creación de la Primera Junta de Gobierno.

Con la excepción de Córdoba, las ciudades que hoy forman parte de la Argentina respaldaron a la Primera Junta. El Alto Perú no se pronunciaba en forma abierta, debido a los desenlaces de las revoluciones en Chuquisaca y La Paz de poco antes. El Paraguay estaba indeciso. En la Banda Oriental se mantenía un fuerte bastión realista, así como en la Capitanía general de Chile.

El Cabildo de Montevideo recibió el 31 de mayo un mensaje de la Junta revolucionaria, que lo invitaba a enviar un diputado a Buenos Aires en representación de los orientales. Era la misma invitación que se había hecho a todas las ciudades del Virreinato del Río Plata y buscaba formar un gobierno en el que estuvieran representados todos los pueblos que conformaban dicho virreinato.

Pero el Cabildo montevideano, rompió relaciones con Buenos Aires el 15 de junio y el gobernador José María Salazar declaró el bloqueo naval contra Buenos Aires. En enero de 1811 llegó a Montevideo Francisco Javier de Elío, designado virrey del Río de la Plata por el restablecido Consejo de Regencia de España e Indias que gobernaría el Reino desde Cádiz hasta la liberación del monarca cautivo Fernando VII. De Elío, tras recibir el rechazo a su autoridad, declaró a Buenos Aires ciudad rebelde y estableció la nueva capital del virreinato en Montevideo. Los realistas eran fuertes en Montevideo, pero en las zonas rurales de la Banda Oriental se afianzaban las ideas revolucionarias. Tras fracasar un movimiento patriota en Montevideo, la acción se trasladó a la campaña. José Gervasio Artigas, oriental y capitán de Blandengues en el Ejército del Rey, desertó de su puesto en la guarnición de Colonia del Sacramento y pasó a Buenos Aires, donde ofreció sus servicios a la Primera Junta. Ésta le encargó la dirección del levantamiento contra los realistas de Montevideo.

La Campaña Libertadora en la Banda Oriental, duró tres años. La Campaña Libertadora de Chile y Perú terminaría en 1824 con la batalla de Ayacucho, en Perú y el Segundo Sitio de El Callao, que duró hasta 1826, finalizando así la Guerra de Independencia de Hispanoamérica.

Comienzan las primeras divisiones internas
El protagonismo de Mariano Moreno comenzó el 25 de mayo de 1810, al asumir la Secretaría de Guerra y Gobierno de la Primera Junta, mirando al futuro de las Provincias Unidas del Río de La Plata, necesitó decir en el momento en que juraba como secretario de Guerra y Gobierno: “La variación presente no debe limitarse a suplantar a los funcionarios públicos e imitar su corrupción y su indolencia. Es necesario destruir los abusos de la administración, desplegar una actividad que hasta ahora no se ha conocido, promover el remedio de los males que afligen al Estado, excitar y dirigir el espíritu público, educar al pueblo, destruir o contener a sus enemigos y dar nueva vida a las provincias. Si el gobierno huye el trabajo; si sigue las huellas de sus predecesores, conservando la alianza con la corrupción y el desorden, hará traición a las justas esperanzas del pueblo y llegará a ser indigno de los altos destinos que se han encomendado en sus manos”.

Cornelio Saavedra, el presidente de la Primera Junta en cambio, representaba a los sectores conservadores, defensores de sus privilegios y, por lo tanto, favorables al mantenimiento de la situación social anterior, en la que, como decía Moreno, “hay quienes suponen que la revolución se ha hecho para que los hijos del país gocen de los altos empleos de que antes estaban excluidos; como si el país hubiera de ser menos desgraciado por ser hijos suyos los que lo gobiernan mal”.

El 5 de diciembre de 1810, se produjo una fiesta en el regimiento de Patricios. Uno de los asistentes que había tomado algunas copas de más, el capitán Atanasio Duarte, propuso un brindis "por el primer Rey y Emperador de América, Don Cornelio Saavedra" (jefe del regimiento) y le ofreció una corona de azúcar que adornaba una torta a doña Saturnina, esposa de Saavedra.

Al enterarse del episodio, el secretario Moreno decretó el destierro de Atanasio Duarte diciendo que "... un habitante de Buenos Aires ni ebrio ni dormido debe tener expresiones contra la libertad de su país"; prohibió todo brindis o aclamación pública a favor de cualquier funcionario y suprimió todos los honores especiales de que gozaban los miembros de la junta. La pelea entre Moreno y Saavedra estaba desatada.

El sacerdote porteño Manuel Alberti, era uno de los hombres más ilustrados de la Junta. Firmó el pedido de sustitución del Virrey Cisneros durante el Cabildo Abierto del día 22, junto a 400 vecinos,  documento fundamental que antecedió a los sucesos del viernes 25. Era seguidor de Mariano Moreno. Murió apenas 9 meses después de la Revolución (el 3 de febrero de 1811) víctima de un síncope cardíaco. Fue la primera muerte entre los revolucionarios.

Moreno, preocupado por los sentimientos conservadores que predominaban en el interior, entendió que la influencia de los diputados que comenzaban a llegar desde las provincias sería negativa para el desarrollo de la revolución y se opuso a su incorporación al ejecutivo. Triunfó la posición encabezada por Saavedra y Moreno se vio obligado a renunciar el 18 de diciembre y a alejarse del país, encabezando una misión diplomática rumbo a Inglaterra. Murió misteriosamente en alta mar el 4 de marzo de 1811, a los 32 años, en circunstancias no muy claras. Se sospecha que fue envenenado a bordo.

Una de las célebres frases de Mariano Moreno tiene plena vigencia en la actualidad argentina: "Si los pueblos no se ilustran, si no se vulgarizan sus derechos, si cada hombre no conoce lo que vale, lo que puede y lo que se le debe, nuevas ilusiones sucederán a las antiguas, y después de vacilar algún tiempo entre mil incertidumbres, será tal vez nuestra suerte mudar de tiranos sin destruir la tiranía", escribió en junio de 1810.

Ante la desaparición de Moreno, Saavedra creyó ver fortalecido su poder. El 5 y 6 de abril de 1811 los saavedristas Joaquín Campana y Tomás Grigera movilizaron a los sectores suburbanos hacia la Plaza de la Victoria con el apoyo de los Patricios, los Pardos y Morenos contra el sector morenista de la Junta. A las tres de la mañana entregaron un petitorio en el Cabildo que decía entre otras cosas: "El pueblo de Buenos Aires desengañado a vista de repetidos ejemplos, de que no sólo se han usurpados sus derechos, sino que se trata de hacerlos hereditarios en cierta porción de individuos, que formando una fracción de intriga y cábala, quieren disponer de la suerte de la Provincias Unidas, esclavizando a las ambiciones de sus intereses particulares la suerte y la libertad de sus compatriotas".

Se proponían deponer al sector morenista y crear un ejecutivo fuerte en manos de Saavedra. Pero Saavedra no aceptó el mando. Cuenta en sus memorias: "Pedí, supliqué y renuncié todos mis cargos, incluso el grado de Brigadier". Pero se llegó a una transacción seguramente sugerida por el Deán Funes: Vieytes, Rodríguez Peña, Larrea y Azcuénaga marcharían al destierro y serían reemplazados por tres saavedristas –entre ellos, Campana-, el regimiento de la Estrella sería disuelto y su jefe, Domingo French, confinado, como no podía ser de otra manera junto a Antonio Beruti. Saavedra continuaría como presidente de la Junta. Pero el desastre de la batalla de Huaqui en el Alto Perú el 20 de junio de 1811 precipitó las cosas. Saavedra debió marchar al Norte a fines de agosto de 1811 y su ausencia fue aprovechada por sus adversarios. A los ocho días de haber llegado a Salta se le hizo saber su separación del ejército y de la presidencia de la Junta, y se le ordenó entregar las tropas a Don Juan Martín de Pueyrredón. El sector morenista recuperaba el control de la situación y creaba un nuevo poder ejecutivo: el Triunvirato.

El 6 de diciembre de 1811, los Patricios se sublevaron en defensa de su antiguo jefe. Pidieron que volviera Saavedra y que renunciara el coronel Belgrano, designado como nuevo comandante del regimiento. El Triunvirato arma una doble estrategia. Por un lado, negociar y, por otro, rodear el cuartel para intervenir en cualquier momento. Hubo varios mediadores, entre ellos, Juan José Castelli, el orador de la revolución y primo hermano de Belgrano, que estaba arrestado en el propio cuartel tras haber sido sometido a juicio por la derrota del Desaguadero. También mediaron el vehemente adversario de Castelli en el debate del Cabildo Abierto del 22 de mayo, el Obispo de Buenos Aires, Benito Lué y Riega, y el Obispo de Córdoba, Rodrigo de Orellana. Pero todo fue inútil. Los  Patricios se mantenían firmes en sus demandas.

Uno de los amotinados, el soldado de origen inglés Richard Nonfres, en un rapto de exaltación, comenzó a proferir insultos y disparó un cañonazo contra las tropas que estaban apostadas frente al regimiento. Cuenta Domingo Matheu que "...un maldito inglés, soldado del cuerpo, pegó fuego a un obús cargado a metralla y mató a uno e hirió a seis".

La respuesta no tardó en llegar. El saldo del combate fue de 8 muertos y 35 heridos. Pero Rivadavia y el Triunvirato no iban a dejar las cosas así. Instruyeron un proceso sumario. Por "razones de seguridad" fueron expulsados los diputados del interior. El Deán Funes fue detenido sospechado de complicidad con los rebeldes. Los implicados negaron durante el juicio toda intención política y recordaron sus planteos iniciales. Pero nadie les creyó y en la sentencia se hablaba de un "movimiento popular que se tramaba".

A veinte de los implicados se los condenó a cumplir penas que iban de cuatro a diez años de prisión en la isla Martín García. Once sargentos, cabos y soldados fueron fusilados a las ocho de la mañana del 10 de diciembre de 1811 y sus cuerpos colgados en la Plaza de la Victoria "para la expectación pública". Entre los muertos estaba el inglés Ricardo Nonfres, quizás el autor del primer disparo de una guerra civil que iba a durar casi 60 años.

Esta derrota selló la suerte de Saavedra. Se intentó confinarlo en San Juan, pero, alertado a tiempo, Saavedra cruzó la cordillera de los Andes y arribó a Chile acompañado por su hijo Agustín de 10 años. En 1814 decidió volver a la patria ante la cercanía de los ejércitos realistas que amenazaban Coquimbo. Mientras volvía a cruzar la cordillera, su esposa Doña Saturnina Otárola apela al gobernador intendente de Cuyo, José de San Martín, para lograr el reingreso de su marido. San Martín accedió fijándole residencia en San Juan. Saavedra fue enviado escoltado hacia Buenos Aires para estar presente en el juicio que se había iniciado y tras la revolución del 15 de abril de 1815, el Cabildo le devolvió su grado militar. Sin embargo, al asumir el poder Álvarez Thomas el cargo de Director Supremo, lo conminó a abandonar Buenos Aires e instalarse en Arrecifes, provincia de Buenos Aires. En 1818 el Congreso Constituyente puso término a las causas en su contra y se le devolvió el empleo de Brigadier General de los ejércitos de la Nación. A fines de ese año fue designado Jefe de Estado Mayor y concretó negociaciones de paz con los indios ranqueles. Murió en Buenos Aires en 1829.

Juan José Castelli, que era uno de los fervientes seguidores de las ideas de Mariano Moreno, en 1811 fue considerado responsable de la derrota militar en Huaqui, donde murieron más de mil hombres. Muere en 1812 como consecuencia de un cáncer de lengua. Su familia quedó en total estado de pobreza y vivió de la caridad pública.

Respecto a Manuel Belgrano, hijo de inmigrantes italianos, abogado, economista, periodista, militar y funcionario público, es una de las figuras más destacadas de la historia argentina que siempre trató de conciliar entre los patriotas. Creó la Bandera nacional el 27 de febrero de 1812. En el Norte del país encabezó el heroico éxodo del pueblo jujeño y logró las grandes victorias sobre los realistas en Tucumán el 24 de setiembre de 1812 y Salta el 20 de febrero de 1813. Luego vendrán las derrotas de Vilcapugio el 1 de octubre de 1813 y Ayohuma el 14 de noviembre de 1813 y su retiro del Ejército del Norte. En 1816 participará activamente en el Congreso de Tucumán. Murió pobre y olvidado en 1820. Donó sus sueldos de funcionario para la construcción de cuatro escuelas, que aunque parezca una broma de mal gusto, la cuarta recién se terminó de construir en 1999.

Domingo Matheu era uno de los dos españoles que formaron la Primera Junta. Había tenido destacada labor en las Invasiones Inglesas y contribuyó con dinero para armar el ejército de la revolución. Tenía un negocio mayorista. Gracias a sus dotes de buen tirador fue Director de la fábrica de fusiles. Murió en 1831.

Juan José Paso continuó con su extensa actividad política, tanto que formó parte de los dos Triunviratos (1811-1812/1812-1814) y fue diputado por el Congreso de Tucumán en 1816. Falleció el 10 de septiembre de 1833, a los 75 años.

Miguel de Azcuénaga llegó a ser gobernador de la Provincia de Buenos Aires y constituyente de 1819. Falleció el 19 de diciembre de 1833 en su quinta, que quedaba en Olivos, exactamente en el mismo lugar en el que hoy se encuentra la quinta presidencial (la actual la donó Carlos Villate Olaguer en 1913).

Juan Larrea, español como Matheu, tenía sólo 27 años cuando fue nombrado vocal. De buena posición económica, financió la escuadra del Almirante Guillermo Brown. Fue exiliado por cuestiones políticas en 1815 y quedaron confiscados sus bienes. En 1830 pudo rehacer su fortuna pero volvió a caer en desgracia durante el gobierno de Rosas, aunque vivió hasta 1847, cuando se suicidó.

Como dato anecdótico, los acontecimientos históricos de 1810 fueron representados en La Revolución de Mayo, una de las primeras películas mudas de Argentina, filmada en el año 1909 por Mario Gallo (1878-1945) y estrenado en 1910, año del centenario. Fue el primer filme de ficción argentino realizado con actores profesionales y tiene una duración de 5 minutos.

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