Esos históricos días
se generaron al tener conocimiento en el Virreinato del Río de La Plata del
cautiverio del rey Fernando VII. Como primera medida se resolvió hacer un
Cabildo abierto y la creación de una Junta de gobierno. La llamada Revolución
de Mayo, fue un acto de inmensa adhesión a España y a Fernando VII, y de firme
oposición a cualquier intento extranjero, especialmente francés, y luego
portugués, de pretender dominar en América. En lo que todos los autores
coinciden, es en que sin dudas, la caída de la Junta de Sevilla fue el
detonante del proceso vivido en la ciudad de Buenos Aires en Mayo de 1810,
proceso que, fue revolucionario, desde el momento del cambio de gobierno, que
representó el cese del dominio español en el Río de la Plata.
América en 1794. En rojo, las posesiones españolas. |
Fernando VII (1784-1833) se
encontraba preso en Valençay, siendo reconocido como el legítimo rey de España
por las diversas Juntas, el Consejo de Regencia y las Cortes de Cádiz. Siguiendo el ejemplo de las Cortes de
Cádiz, se organizaron Juntas de Gobierno provisionales en la mayoría de las
ciudades de los territorios en América, las cuales comenzaron por desconocer la
autoridad napoleónica para, posteriormente, aprovechar la situación y declarar
su independencia total del Imperio Español, dando inicio así a las Guerras de
Independencia Hispanoamericana.
Por el Tratado de
Valençay de 11 de diciembre de 1813, Napoleón reconoció a Fernando VII como
Rey, recuperando así su trono y todos los territorios y propiedades de la
Corona y sus súbditos antes de 1808, tanto en territorio nacional como en el
extranjero; a cambio se avenía a la paz con Francia, el desalojo de los
británicos y su neutralidad en lo que quedaba de guerra entre Francia e
Inglaterra.
Fernando VII fue liberado, salió de Valençay el 14 de marzo de 1814, viajó
hacia Toulouse y Perpiñán, cruzó la frontera española y recuperó su poder.
Antecedentes de la
Revolución de Mayo
No
cabe duda que la declaración de Independencia de los Estados Unidos en 1776 de
Gran Bretaña sirvió como un ejemplo para
los criollos de que una revolución e independencia en Hispanoamérica eran
posibles. La Constitución estadounidense proclamaba que todos los hombres
eran iguales ante la ley (aunque, por entonces, dicha proclamación no alcanzaba
a los esclavos), defendía los derechos de propiedad y libertad y establecía un
sistema de gobierno republicano.
El rey Fernando VII de España, retratado por Francisco de Goya en 1814. |
A
su vez, desde finales del siglo XVIII se habían comenzado a difundir los
ideales de la Revolución francesa de
1789, en la cual una asamblea popular finalizó con siglos de monarquía con
la destitución y ejecuciones del rey de Francia Luis XVI y su esposa María
Antonieta y la supresión de los privilegios de los nobles. La Declaración
de los Derechos del Hombre y del Ciudadano, cuyos principios eran Liberté, égalité, fraternité
(«libertad, igualdad, fraternidad»), tuvo una gran repercusión entre los
jóvenes de la burguesía criolla. La Revolución francesa motivó también la
expansión en Europa de las ideas liberales, que impulsaban las libertades
políticas y económicas. Algunos liberales políticos influyentes de dicha época,
opuestos a las monarquías y al absolutismo, eran Voltaire, Jean-Jacques Rousseau, Montesquieu, Denis Diderot y Jean Le Rond d'Alembert, mientras que
el principal representante de la economía liberal era Adam Smith, autor del libro La
riqueza de las naciones que proponía el libre comercio.
En
Europa se desarrollaban las Guerras
Napoleónicas, que enfrentaron al Imperio Napoleónico francés contra Gran
Bretaña y España, entre otros países. Francia tuvo una gran ventaja inicial
y, mediante las abdicaciones de Bayona, forzó
la renuncia de Carlos IV de España y su hijo Fernando VII. Éstos fueron
reemplazados en el trono español por José
Bonaparte, hermano del emperador francés Napoleón Bonaparte.
Foto de la Isla de León, Cádiz, donde en 1810 se intentaba mantener un gobierno de resistencia a la dominación francesa. Los diputados estaban protegidos por navíos de la flota británica. |
El
19 de noviembre de 1809 las tropas imperiales derrotaron al ejército de la
Junta Central en Ocaña, y los franceses tuvieron el paso franco hacia
Andalucía. Invadida Andalucía por los franceses y con el ejército español
disperso y en retirada, la Junta Central abandonó Sevilla y se retiró a Cádiz y el 29 de enero de 1810,
desacreditada por las derrotas militares y dividida por la forma en la que
habían de llevar a cabo determinadas cuestiones de gobierno, se disolvió. Estas fueron las noticias que llegaron a
Buenos Aires en mayo de 1810.
El hermano mayor de Napoleón, se convirtió en José I, rey de España y de todas sus posesiones. |
Qué estaba
sucediendo en Buenos Aires, capital del Virreinato
Cuando
Napoleón invade España, el Virrey por aclamación popular era el marino francés Santiago de Liniers (1753-1810), que
junto a otros héroes derrotó a totalmente a los ingleses en las invasiones de
1806 y 1807. Tras la victoria obtenida durante las Invasiones Inglesas, la
población de Buenos Aires no aceptó que el virrey Rafael de Sobremonte retomara el cargo, ya que durante el ataque
había huido de la ciudad rumbo a Córdoba.
El marino francés Santiago de Liniers, derrotó a los ingleses que intentaron invadir Buenos Aires en 1806 y 1807. |
El
alcalde y comerciante español afincado en Buenos Aires Martín de Álzaga hizo estallar una asonada con el objetivo de
destituir al virrey Liniers porque era francés. El 1 de enero de 1809, un
cabildo abierto exigió la renuncia de Liniers y designó una Junta a nombre de
Fernando VII, presidida por Álzaga.
Vista del Cabildo y de la Recova desde el Fuerte de la Ciudad de Buenos Aires, en 1810. Hoy el lugar es la Plaza de Mayo y el Fuerte se convirtió en la sede de la Casa Rosada. |
En
España la Junta Suprema Central decidió terminar con los enfrentamientos en el
Virreinato del Río de la Plata disponiendo el reemplazo del virrey Liniers por don Baltasar Hidalgo de Cisneros,
quien arribó a Montevideo en junio de 1809. La Junta Suprema Central envió
al nuevo virrey con instrucciones muy precisas: la detención de los partidarios
de Liniers y la de los criollos que secretamente bregaban por la independencia.
El
traspaso del mando se hizo en Colonia del Sacramento, Javier de Elío aceptó la autoridad del nuevo virrey y disolvió la Junta
de Montevideo, volviendo a ser gobernador de la ciudad. Cisneros rearmó las
milicias españolas disueltas tras la asonada contra Liniers, e indultó a los
responsables de las mismas.
En
Buenos Aires Juan Martín de Pueyrredón
se reunió con los jefes militares para tratar de desconocer la autoridad del
nuevo virrey. Este plan contó con el
apoyo de Saavedra, Belgrano, Eustoquio Díaz Vélez, Juan José Viamonte, Miguel
de Azcuénaga, Castelli y Paso, pero no con el visto bueno de Liniers, que se
mantuvo leal a los realistas y se fue a vivir a la provincia de Córdoba, en el
centro del país.
El
25 de noviembre de 1809 Cisneros creó el Juzgado de Vigilancia Política, con el
objetivo de perseguir a los afrancesados
y a aquellos que alentaran la creación de regímenes políticos que se opusieran
a la dependencia de América de España. Esta medida y un bando emitido por
el virrey previniendo al vecindario de «díscolos que extendiendo noticias
falsas y seductivas, pretenden mantener la discordia» les hizo pensar a los
porteños que bastaba sólo un pretexto formal para que estallase la revolución.
Por eso, en abril de 1810, Cornelio
Saavedra, jefe del regimiento de Patricios les expresaba a sus allegados: “Aún no es tiempo; dejen ustedes que las brevas
maduren y entonces las comeremos”.
Durante
la etapa virreinal, España mantuvo un férreo monopolio con sus colonias
americanas, impidiendo el libre comercio con Inglaterra, beneficiaria de una
extensa producción manufacturera en plena revolución industrial. La condena a la intermediación perpetua
por parte de España encarecía los intercambios comerciales y sofocaba el
crecimiento de las colonias. La escasez de autoridades españolas y la necesidad
de reemplazar al régimen monopólico, sumado a las convulsiones que se vivían
Europa tras la invasión napoleónica, llevaron a un grupo destacado de la
población criolla a impulsar un movimiento revolucionario.
Llegan noticias de
España
El
14 de mayo de 1810 arribó al puerto de Buenos Aires la goleta de guerra
británica HMS Mistletoe procedente de Gibraltar con periódicos del mes de
enero que anunciaban la disolución de la
Junta Suprema Central al ser tomada la ciudad de Sevilla por los franceses, que
ya dominaban casi toda la Península, señalando que algunos diputados se habían
refugiado en la isla de León, en Cádiz. La Junta era uno de los últimos
bastiones del poder de la corona española, y había caído ante el imperio
napoleónico, que ya había alejado con anterioridad al rey Fernando VII mediante las Abdicaciones de Bayona. El día 17 se
conocieron en Buenos Aires noticias coincidentes llegadas a Montevideo el día
13 en la fragata británica HMS John Parish, agregándose que los diputados de la Junta habían sido
rechazados estableciéndose una Junta en Cádiz. Cisneros intentó ocultar las
noticias estableciendo una rigurosa vigilancia en torno a las naves de guerra
británicas e incautando todos los
periódicos que desembarcaron de los barcos, pero uno de ellos llegó a manos de
Manuel Belgrano y de Juan José Castelli. Éstos se encargaron de difundir la
noticia, que ponía en entredicho la legitimidad del virrey, nombrado por la
Junta caída.
También
se puso al tanto de las noticias a Cornelio
Saavedra, jefe del regimiento de Patricios, que en ocasiones anteriores había
desaconsejado tomar medidas contra el virrey. Saavedra durante las Invasiones
inglesas de 1806 y 1807 descubre una nueva vocación: la militar. Dice en sus
memorias: "Este fue el origen de mi carrera militar. El inminente peligro de la patria; el riesgo que amenazaba nuestras
vidas y propiedades, y la honrosa distinción que habían hecho los hijos de
Buenos Aires prefiriéndome a otros muchos paisanos suyos para jefe y
comandante, me hicieron entrar en ella". Durante las invasiones
inglesas el cuerpo de Patricios, el más importante de la capital virreinal, lo
eligió como comandante.
Saavedra
consideraba que, desde un punto de vista estratégico, el momento ideal para proceder con los planes revolucionarios sería el
momento en el cual las fuerzas napoleónicas lograran una ventaja decisiva en su
guerra contra España. Al conocer las noticias de la caída de la Junta de
Sevilla, Saavedra consideró que el momento idóneo para llevar a cabo acciones
contra Cisneros había llegado. El grupo encabezado por Castelli se inclinaba
por la realización de un cabildo abierto, mientras los militares criollos
proponían deponer al virrey por la fuerza.
Viernes 18 de mayo
de 1810
El
14 de mayo de 1810 había llegado a Buenos Aires la fragata inglesa HMS Mistletoe
trayendo periódicos que confirmaban los rumores que circulaban intensamente por
Buenos Aires: cayó en manos de los
franceses de Napoleón, la Junta Central de Sevilla, último bastión del poder
español.
El
viernes 18 el virrey Cisneros hizo leer por los pregoneros una proclama que
comenzaba diciendo: "A los leales y generosos pueblos del virreinato de
Buenos Aires." El virrey advertía que "en
el desgraciado caso de una total pérdida de la península, y falta del Supremo
Gobierno" él asumiría el poder acompañado por otras autoridades de la
Capital y todo el virreinato y se pondría de acuerdo con los otros virreyes de
América para crear una Regencia Americana en representación de Fernando. Cisneros
aclaraba que no quería el mando sino la gloria de luchar en defensa del monarca
contra toda dominación extraña y, finalmente prevenía al pueblo sobre "los
genios inquietantes y malignos que procuran crear divisiones". A medida
que los porteños se fueron enterando de la gravedad de la situación, fueron
subiendo de tono las charlas políticas en los cafés y en los cuarteles. Todo el mundo hablaba de política y hacía
conjeturas sobre el futuro del virreinato.
La
situación de Cisneros era muy complicada. La
Junta que lo había nombrado virrey había desaparecido y la legitimidad de su
mandato quedaba claramente cuestionada. Esto aceleró las condiciones
favorables para la acción de los patriotas que se venían reuniendo desde hacía tiempo en forma secreta en la jabonería
de Juan Hipólito Vieytes, héroe de las Invasiones inglesas e hijo del gallego
Juan Vieytes y de Petrona Mora Fernández. La misma noche del 18, los
jóvenes revolucionarios se reunieron en la casa de Nicolás Rodríguez Peña y
decidieron la convocatoria a un Cabildo Abierto para tratar la situación en que
quedaba el virreinato después de los hechos de España. Cornelio Saavedra, quien se hallaba en San Isidro, fue llamado de
urgencia y concurrió a la reunión en la que se decidió solicitar al virrey la
realización de un Cabildo abierto para determinar los pasos a seguir por el
virreinato. Para esa comisión, el grupo
encarga a Juan José Castelli y a Martín Rodríguez que se entrevisten con
Cisneros.
El
grupo revolucionario principal que se reunía indistintamente en la casa de
Nicolás Rodríguez Peña o en la jabonería de Hipólito Vieytes estaba integrado,
entre otros, por Juan José Castelli,
Manuel Belgrano, Juan José Paso, Antonio Luis Beruti, Eustoquio Díaz Vélez,
Feliciano Antonio Chiclana, José Darragueira, Martín Jacobo Thompson y Juan
José Viamonte. Otro grupo se congregaba en la quinta de Orma, encabezado
por fray Ignacio Grela y entre los
que se destacaba Domingo French (1774-1825).
Sábado 19 de mayo
Las
reuniones continuaron hasta la madrugada del sábado 19 y sin dormir, por la
mañana, Cornelio Saavedra y Manuel
Belgrano le pidieron al Alcalde Juan José de Lezica la convocatoria a un
Cabildo Abierto. Por su parte, Juan José Castelli hizo lo propio ante el
síndico procurador Julián de Leyva, pidiendo
el apoyo del Cabildo de Buenos Aires para gestionar ante el virrey un cabildo
abierto, expresando que de no concederse, “lo
haría por sí solo el pueblo o moriría en el intento”.
Domingo 20 de mayo
Ese
domingo 20 el alcalde Lezica transmitió
al virrey Cisneros la petición que había recibido, y éste consultó a Leyva,
quien se mostró favorable a la realización de un Cabildo abierto. Antes de
tomar una decisión el virrey citó a los jefes militares para que se presenten a
las siete horas de la tarde en el fuerte. Según cuenta Cisneros en sus Memorias, les recordó: “(...) las
reiteradas protestas y juramentos de fidelidad con que me habían ofrecido
defender la autoridad y sostener el orden público y les exhorté a poner en
ejercicio su fidelidad al servicio de S.M. y de la patria”.
El virrey Cisneros
reunió a los jefes militares y les pidió su apoyo ante una posible rebelión,
pero todos se rehusaron a brindárselo. Antes que los militares convocados
ingresaran al fuerte, los batallones de urbanos fueron acuartelados y provistos
de munición de guerra. No fue casualidad que fuera Saavedra el que hablara por
todos: era el comandante del cuerpo de Patricios, la unidad militar más
importante del Virreinato. En sus Memorias,
escritas muchos años después de estos sucesos, Saavedra describió aquella
reunión explicando que ante el silencio de sus compañeros "yo fui el que
dijo":
“Señor,
son muy diversas las épocas del 1º de enero de 1809 y la de mayo de 1810, en
que nos hallamos. En aquella existía la España, aunque ya invadida por
Napoleón; en ésta, toda ella, todas sus provincias y plazas están subyugadas
por aquel conquistador, excepto solo Cádiz y la isla de León, como nos aseguran
las gacetas que acaban de venir y V.E. en su proclama de ayer. ¿Y qué, señor? ¿Cádiz y la isla de León son
España? (...) ¿Los derechos de la Corona de Castilla a que se incorporaron las
Américas, han recaído en Cádiz y la isla de León, que son una parte de las
provincias de Andalucía? No señor, no queremos seguir la suerte de la España,
ni ser dominados por los franceses, hemos resuelto reasumir nuestros derechos y
conservarnos por nosotros mismos. El que a V.E. dio autoridad para
mandarnos ya no existe; de consiguiente usted tampoco la tiene ya, así que no
cuente con las fuerzas de mi mando para sostenerse en ella. Esto mismo
sostuvieron todos mis compañeros. Con este desengaño, concluyó diciendo: "Pues señores, se hará el cabildo
abierto que se solicita. Y en efecto se hizo el 22 del mismo mayo".
Al
anochecer se produjo una nueva reunión en casa de Rodríguez Peña, en donde los
jefes militares comunicaron lo ocurrido. Se
decidió enviar inmediatamente a Castelli y a Martín Rodríguez a entrevistarse
con Cisneros en el fuerte, facilitando su ingreso el comandante Terrada de los
granaderos provinciales que se hallaba de guarnición ese día. El virrey se
encontraba jugando a los naipes con el brigadier Quintana, el fiscal Caspe y el edecán Coicolea cuando los comisionados irrumpieron. Martín Rodríguez (1771-1845) en sus Memorias relató cómo fue la entrevista, en donde Castelli se
dirigió a Cisneros así:
Excelentísimo
señor: tenemos el sentimiento de venir
en comisión por el pueblo y el ejército, que están en armas, a intimar a V.E.
la cesación en el mando del virreinato.
Cisneros
respondió: ¿Qué atrevimiento es éste?
¿Cómo se atropella así a la persona del Rey en su representante?
Pero
Rodríguez (según sus Memorias) lo
detuvo advirtiéndole:
Señor: cinco minutos es el plazo que se nos ha
dado para volver con la contestación, vea V.E. lo que hace.
Ante
la situación, Caspe llevó a Cisneros a su despacho para deliberar juntos unos
momentos y luego regresaron. El virrey
se resignó y permitió que se realizara el cabildo abierto. Según cuenta
Martín Rodríguez en sus Memorias póstumas,
escritas muchos años después, sus palabras fueron:
Señores,
cuanto siento los males que van a venir sobre este pueblo de resultas de este
paso; pero puesto que el pueblo no me
quiere y el ejército me abandona, hagan ustedes lo que quieran.
Fue
fundamental el atrevimiento de Castelli
y de Martín Rodríguez para insistir ante el virrey con el pedido de Cabildo
abierto para el 22 de mayo. En el
"Café de los Catalanes y en "La Fonda de las Naciones", los
criollos discutían sobre las mejores estrategias para pasar a la acción.
Esa misma noche se
representó una obra de teatro cuyo tema era la tiranía, llamada Roma Salvada, a la cual concurrieron
buena parte de los revolucionarios. El jefe de la policía intentó convencer al
actor de que no se presentara y que, con la excusa de que éste estuviera
enfermo, la obra fuera reemplazara con Misantropía
y arrepentimiento, del poeta alemán Kotzebue.
Los rumores de censura policial se extendieron con rapidez, por lo que el actor
Morante salió e interpretó la obra prevista, en la cual interpretaba a Cicerón.
En el cuarto acto, Morante exclamaba lo siguiente:
Entre
regir al mundo o ser esclavos ¡Elegid, vencedores de la tierra! ¡Glorias de
Roma, majestad herida! ¡De tu sepulcro al pie, patria, despierta! César,
Murena, Lúculo, escuchadme: ¡Roma exige un caudillo en sus querellas! Guardemos
la igualdad para otros tiempos: ¡El Galo ya está en Roma! ¡Vuestra empresa del
gran Camilo necesita el hierro! ¡Un dictador, un vengador, un brazo! ¡Designad
al más digno y yo lo sigo! Dicha escena
encendió los ánimos revolucionarios, que desembocaron en un aplauso frenético a
la obra. El propio Juan José Paso se levantó y gritó “¡Viva Buenos Aires libre!”.
Lunes 21 de mayo
A
las nueve de la mañana se reunió el Cabildo como todos los días para tratar los
temas de la ciudad. Pero cerca de las tres de la tarde los cabildantes tuvieron
que interrumpir sus labores. La Plaza de
la Victoria, hoy Plaza de Mayo, estaba ocupada por unos 600 hombres armados de
pistolas y puñales que llevaban en sus sombreros el retrato de Fernando VII y
en sus solapas una cinta blanca, símbolo de la unidad criollo-española desde la
defensa de Buenos Aires. Este grupo de revolucionarios, encabezados por Domingo French y Antonio Luis Beruti (1772-1841),
se agrupaban bajo el nombre de la "Legión Infernal" y pedía a los
gritos que se concrete la convocatoria al Cabildo Abierto. Los cabildantes
acceden al pedido de la multitud. El
síndico Leyva sale al balcón y anuncia formalmente el ansiado Cabildo Abierto
para el día siguiente. Pero los "infernales" no se calman, piden
a gritos que el virrey sea suspendido. Debe intervenir el Jefe del Regimiento
de Patricios, Cornelio Saavedra quien logra calmarlos garantizándoles el apoyo
militar a sus reclamos.
Saavedra
les comunicó que él personalmente iba a designar
las guardias para las avenidas de la Plaza con oficiales de Patricios y que
dichas guardias estarían a las órdenes del Capitán Eustoquio Díaz Vélez, de
cuya adhesión, de ninguna manera, podía dudar el pueblo.
El
21 de mayo se repartieron cuatrocientos
cincuenta invitaciones entre los principales vecinos y autoridades de la
capital. La lista de invitados fue elaborada por el Cabildo teniendo en
cuenta a los vecinos más prominentes de la ciudad. Sin embargo el encargado de
su impresión, Agustín Donado,
compañero de French y Beruti, imprimió muchas más de las necesarias y las
repartió entre los criollos.
“El
Excmo. Cabildo convoca á Vd. para que se sirva asistir, precisamente mañana 22
del corriente, á las nueve, sin etiqueta alguna, y en clase de vecino, al
cabildo abierto que con avenencia del Excmo. Sr. Virrey ha acordado celebrar; debiendo manifestar esta esquela á las
tropas que guarnecerán las avenidas de esta plaza, para que se le permita pasar
libremente”.
Martes 22 de mayo
Ya
desde temprano fueron llegando los "cabildantes". Era una mañana
lluviosa y de los 450 invitados sólo
concurrieron 251. También estaba presente una "barra" entusiasta.
En la plaza, French, Beruti y los infernales esperan las novedades. La situación
se fue calentando hasta que empezaron los discursos, que durarán unas cuatro
horas, sobre si el virrey debía seguir en su cargo o no. Comenzó hablando el
Obispo Lué diciendo que mientras hubiera
un español en América, los americanos le deberían obediencia. Le salió al
cruce Juan José Castelli contestándole que habiendo caducado el poder Real, la
soberanía debía volver al pueblo que podía formar juntas de gobierno tanto en
España como en América. El Fiscal de la Audiencia, Manuel Villota señaló que para poder tomar cualquier determinación
había que consultar al resto del virreinato. Villota trataba de ganar
tiempo, confiando en que el interior sería favorable a la permanencia del
virrey. Juan José Paso le dijo que no
había tiempo que perder y que había que formar inmediatamente una junta de
gobierno.
Casi
todos aprobaban la destitución del virrey pero no se ponían de acuerdo en quien
debía asumir el poder y por qué medios. Castelli propuso que fuera el pueblo a
través del voto quien eligiese una junta
de gobierno; mientras que el jefe de los Patricios, Cornelio Saavedra, era
partidario de que el nuevo gobierno fuera organizado directamente por el
Cabildo. El problema radicaba en que los
miembros del Cabildo, muchos de ellos españoles, seguían apoyando al virrey.
El
debate del 22 fue muy acalorado y despertó las pasiones de ambos bandos. El
coronel Francisco Orduña, partidario
del virrey, contará horrorizado que “mientras
hablaba fue tratado de loco por no participar de las ideas revolucionarias"...
mientras que a los que no votaban contra el jefe (Cisneros), se les escupía, se
les mofaba, se les insultaba y se les chiflaba."
Luego
de los discursos, se procedió a votar por la continuidad del virrey, solo o
asociado, o por su destitución. La
votación duró hasta la medianoche, y se decidió por amplia mayoría destituir al
virrey: ciento cincuenta y cinco votos contra sesenta y nueve. Los votos
contrarios a Cisneros se distribuyeron de la siguiente manera:
Fórmula
según la cual la autoridad recae en el Cabildo: cuatro votos
Fórmula
de Juan Nepomuceno de Sola: dieciocho votos
Fórmula
de Pedro Andrés García, Juan José Paso y Luis José Chorroarín: veinte votos.
Fórmula
de Ruiz Huidobro: veinticinco votos
Fórmula
de Saavedra y Castelli: ochenta y siete votos.
Miércoles 23 de
mayo
Por
la mañana se reunió el Cabildo para contar los votos emitidos el día anterior y
elaboró un documento: "hecha la
regulación con el más prolijo examen resulta de ella que el Excmo. Señor Virrey
debe cesar en el mando y recae éste provisoriamente en el Excmo. Cabildo (...)
hasta la erección de una Junta que ha de formar el mismo Excmo. Cabildo, en la
manera que estime conveniente”.
Tras
la finalización del Cabildo abierto se
colocaron avisos en diversos puntos de la ciudad que informaban de la creación
de la Junta y la convocatoria a diputados de las provincias, y llamaba a
abstenerse de intentar acciones contrarias al orden público.
Jueves 24 de mayo
El
día 24 el Cabildo, a propuesta del síndico Leyva, conformó la nueva Junta, que
debía mantenerse hasta la llegada de los diputados del resto del Virreinato. Este
gobierno tentativo estaba presidido por
el virrey Baltasar Hidalgo de Cisneros que también sería el comandante en jefe
del Ejército y acompañado por cuatro vocales: los españoles Juan Nepomuceno
Solá (sacerdote) y José de los Santos Incháurregui (comerciante) y los criollos
Juan José Castelli y Cornelio Saavedra, burlando absolutamente la voluntad
popular. Esto provocó la reacción de las milicias y el pueblo. Castelli y
Saavedra renunciaron a integrar esta junta.
Dicha
fórmula respondía a la propuesta del
obispo Lué y Riega de mantener al virrey en el poder con algunos asociados o
adjuntos, a pesar de que en el Cabildo abierto la misma hubiera sido derrotada
en las elecciones. Los cabildantes consideraban que de esta forma se
contendrían las amenazas de revolución que tenían lugar en la sociedad.
Cuando
la noticia fue dada a conocer, tanto el pueblo como las milicias volvieron a
agitarse, y la plaza fue invadida por
una multitud comandada por French y Beruti. La permanencia de Cisneros en el
poder, aunque fuera con un cargo diferente al de virrey, era vista como una
burla a la voluntad del Cabildo Abierto. El coronel Martín Rodríguez lo
explicaba así:
“Si
nosotros nos comprometemos a sostener esa combinación que mantiene en el
gobierno a Cisneros, en muy pocas horas tendríamos que abrir fuego contra
nuestro pueblo, nuestros mismos soldados nos abandonarían; todos sin excepción
reclaman la separación de Cisneros”.
Hubo
una discusión en la casa de Rodríguez Peña, lugar en que se reunieron
dirigentes civiles y oficiales de los cuerpos, entre ellos: Manuel Belgrano,
Eustoquio Díaz Vélez, Domingo French y Feliciano Antonio Chiclana donde se
llegó a dudar de la lealtad de Saavedra. Castelli se comprometió a intervenir
para que el pueblo fuera consultado nuevamente, y entre Mariano Moreno, Matías Irigoyen y Feliciano Chiclana se calmó a
los militares y a la juventud de la plaza.
Muchos
como el abogado y coronel Manuel
Belgrano (1770-1820), futuro creador de la bandera nacional, fueron
perdiendo la paciencia. Cuenta Tomás
Guido en sus memorias: "En estas circunstancias el señor Don Manuel
Belgrano, mayor del regimiento de Patricios, que vestido de uniforme escuchaba
la discusión en la sala contigua, reclinado en un sofá, casi postrado por
largas vigilias observando la indecisión de sus amigos, púsose de pie súbitamente y a paso acelerado y con el rostro encendido
por el fuego de sangre generosa entró al comedor de la casa del señor Rodríguez
Peña y lanzando una mirada en derredor de sí, y poniendo la mano derecha sobre
la cruz de su espada dijo: "Juro a la patria y a mis compañeros, que si a
las tres de la tarde del día inmediato el virrey no hubiese renunciado, a fe de
caballero, yo le derribaré con mis armas."
Finalmente
decidieron deshacer lo hecho, convocar
nuevamente al pueblo y obtener del cabildo una modificación sustancial con una
lista de candidatos propios. Cisneros no podía figurar.
Por
la noche una delegación encabezada por
Castelli y Saavedra se presentó en la casa de Cisneros con cara de pocos amigos
y le informaron el estado de agitación popular y sublevación de las tropas, y
demandando su renuncia. Lograron conseguir en forma verbal su dimisión. Un
grupo de patriotas reclamó en la casa del síndico Leyva que se convocara
nuevamente al pueblo, y pese a sus resistencias iniciales finalmente accedió a
hacerlo. La Junta quedó disuelta y se convocó nuevamente al Cabildo para la
mañana siguiente.
Así
recuerda Cisneros sus últimas horas en el poder:
"En
aquella misma noche, al celebrarse la primera sesión o acta del Gobierno, se me
informó por alguno de los vocales que alguna parte del pueblo no estaba
satisfecho con que yo obtuviese el mando de las armas, que pedía mi absoluta
separación y que todavía permanecía en el peligro de conmoción, como que en el
cuartel de Patricios gritaban descaradamente algunos oficiales y paisanos, y
esto era lo que llamaban pueblo, (...). Yo no consentí que el gobierno de las
armas se entregase como se solicitaba al teniente coronel de Milicias Urbanas
Don Cornelio de Saavedra, arrebatándose de las manos de un general que en todo
tiempo las habría conservado y defendido con honor y quien V.M las había
confiado como a su virrey y capitán general de estas provincias, y antes de
condescender con semejante pretensión, convine
con todos los vocales en renunciar los empleos y que el cabildo proveyese de
gobierno."
El viernes 25 de
mayo de 1810
Todo
parece indicar que el 25 de mayo de 1810 amaneció lluvioso y frío. Grupos de
vecinos y milicianos encabezados por Domingo French y Antonio Beruti se fueron
juntando frente al cabildo a la espera de definiciones. Algunos llevaban en sus pechos cintitas azules y blancas, que eran los
colores que los patricios habían usado durante las invasiones inglesas.
Durante
la mañana del 25 de mayo, una gran multitud comenzó a reunirse en la Plaza de
la Victoria, actual Plaza de Mayo, liderados por los milicianos French y Beruti. Se reclamaba la anulación de la resolución del día
anterior, la renuncia definitiva del virrey Cisneros y la formación de otra
Junta de gobierno. Se dice que French y
Beruti repartían escarapelas celestes y blancas entre los concurrentes;
historiadores posteriores ponen en duda dicha afirmación, pero sí consideran
factible que se hayan repartido distintivos entre los revolucionarios.
Cuando
los hombres de la Legión Infernal se percataron de que agentes de Cisneros se
estaban infiltrando en la muchedumbre, French y Beruti pidieron a su gente que
llevaran en los pechos distintivos. Cuenta un testigo anónimo: “En dicho día se vio que en lugar de las
cintas blancas del primer día, y ramo de olivo del segundo que se pusieron los
de la turba en el sombrero, gastaron cintas encarnadas”. Es decir: cintas
hubo, pero ni celestes ni blancas, sino encarnadas.
Ante
las demoras en emitirse una resolución, la gente comenzó a agitarse,
reclamando: “¡El pueblo quiere saber de
qué se trata!”.
El Cabildo se
reunió a las nueve de la mañana y reclamó que la agitación popular fuese
reprimida por la fuerza. Con este fin se convocó a los principales comandantes,
pero éstos no obedecieron las órdenes impartidas. Los que sí lo
hicieron afirmaron que no solo no podrían sostener al gobierno, sino tampoco a
sus tropas, y que en caso de intentar reprimir las manifestaciones serían
desobedecidos por estas.
Cisneros seguía
resistiéndose a renunciar, y tras mucho esfuerzo los capitulares lograron que
ratificase y formalizase los términos de su renuncia, abandonando pretensiones
de mantenerse en el gobierno. Esto, sin embargo, resultó insuficiente, y
representantes de la multitud reunida en la plaza reclamaron que el pueblo
reasumiera la autoridad delegada en el Cabildo Abierto del día 22, exigiendo la
formación de una Junta. Además, se disponía el envío de una expedición de
quinientos hombres para auxiliar a las provincias interiores.
Pronto
llegó a la sala capitular la renuncia de Cisneros, «prestándose á ello con la mayor generosidad y franqueza, resignado á
mostrar el punto á que llega su consideración por la tranquilidad pública y
precaución de mayores desórdenes».
Pasaban
las horas, hacía frío, llovía y continuaban las discusiones. Entre la gente que esperaba en la plaza
había algunos paraguas, no muchos porque aquellos artefactos conocidos en
Europa eran bastante caros en Buenos Aires; así que la mayoría se cubrían con
capotes. El cabildo había convocado a los jefes militares y estos le
hicieron saber al cuerpo a través de Saavedra que no podían mantener en el
poder a la Junta del 24 porque corrían riesgos personales porque sus tropas no
les responderían. Los capitulares salieron al balcón para presentar
directamente a la ratificación del pueblo la lista que había surgido para
formar otra Junta de Gobierno. Pero, dado
lo avanzada de la hora y el estado del tiempo, la cantidad de gente en la plaza
había disminuido, cosa que Julián de Leyva adujo para ridiculizar la pretensión
de la diputación de hablar en nombre del pueblo.
La
mayoría de la gente se fue yendo a sus casas y el síndico del Cabildo salió al
balcón y preguntó burlonamente "¿Dónde
está el pueblo?". Esto colmó la paciencia de los pocos que se hallaban
en la plaza bajo la llovizna. En esos momentos Antonio Luis Beruti irrumpió en la sala capitular seguido de
algunos infernales y dijo "Señores del Cabildo: esto ya pasa de juguete;
no estamos en circunstancias de que ustedes se burlen de nosotros con sandeces,
Si hasta ahora hemos procedido con prudencia, ha sido para evitar desastres y
efusión de sangre. El pueblo, en cuyo nombre hablamos, está armado en los
cuarteles y una gran parte del vecindario espera en otras partes la voz para
venir aquí. ¿Quieren ustedes verlo? Toque
la campana y si es que no tiene badajo nosotros tocaremos generala y verán
ustedes la cara de ese pueblo, cuya presencia echan de menos. ¡Sí o no!
Pronto, señores decirlo ahora mismo, porque no estamos dispuestos a sufrir
demoras y engaños; pero, si volvemos con las armas en la mano, no responderemos
de nada."
La Primera Junta
Finalmente,
se nombró a una nueva Junta de Gobierno que asumiría a las tres de la tarde de
aquel mismo día 25. El presidente era
Cornelio Saavedra; los doctores Mariano Moreno y Juan José Paso (1758-1833), eran
sus secretarios; fueron designados seis vocales: Manuel Belgrano, Juan José
Castelli (1764-1812), el militar Miguel de Azcuénaga, el sacerdote Manuel
Alberti (1763-1811) y los comerciantes catalanes Juan Larrea y Domingo Matheu (1765-1831).
Comenzaba una nueva etapa de nuestra historia.
Acto
seguido, Saavedra habló a la muchedumbre
reunida bajo la lluvia, y luego se trasladó al Fuerte entre salvas de
artillería y toques de campana.
En
el acta del Cabildo de Buenos Aires del 25 de mayo, se indicaba a la Junta que
remitiera una circular a los cabildos del interior, para que las provincias envíen diputados a la capital.
Al
mismo tiempo que el sol se ponía en el horizonte, una compañía de Patricios
mandada por Don Eustoquio Díaz Vélez
anunciaba, al son de cajas y voz de pregoneros, que el Virrey de las Provincias Unidas del Río de la Plata había caducado,
y que el Cabildo reasumía el mando supremo del Virreinato por voluntad del
pueblo.
La
Junta declaró que gobernaba en nombre de Fernando
VII. Así lo recuerda Saavedra en sus memorias: "Con las más repetidas
instancias, solicité al tiempo del recibimiento se me excuse de aquel nuevo
empleo, no sólo por falta de experiencia y de luces para desempeñarlo, sino
también porque habiendo dado tan públicamente la cara en la revolución de
aquellos días no quería se creyese había tenido particular interés en adquirir
empleos y honores por aquel medio. Por
política fue preciso cubrir a la junta con el manto del señor Fernando VII a
cuyo nombre se estableció y bajo de él expedía sus providencias y
mandatos."
Para
algunos era sólo una estrategia a la que llamaron la "máscara de
Fernando", es decir, decían que
gobernaban en nombre de Fernando VII pero en realidad querían declarar la
independencia. Pensaban que todavía no había llegado el momento y no se sentían
con la fuerza suficiente para dar ese paso tan importante. La máscara de
Fernando se mantendrá hasta la Declaración de la Independencia, el 9 de julio
de 1816.
Pero
los españoles no se creyeron lo de la máscara o el manto de Fernando y se
resistieron a aceptar la nueva situación. En Buenos Aires, el ex virrey Cisneros, el mismo 25, despachó a José Melchor Lavín rumbo
a Córdoba, para advertir a Santiago de Liniers lo sucedido y reclamarle
acciones militares contra la Junta. Luego Cisneros y los miembros de la
Audiencia trataron de huir a Montevideo y unirse a Elío (que no acataba la
autoridad de Buenos Aires y logrará ser nombrado virrey), pero fueron
arrestados y enviados a España en un buque inglés.
El
25 de mayo, reunido en la Plaza de la Victoria, actual Plaza de Mayo, el pueblo
de Buenos Aires finalmente impuso su voluntad al Cabildo creando la Junta
Provisoria Gubernativa del Río de la Plata, quedó así formado el primer gobierno patrio, que no tardó en desconocer
la autoridad del Consejo de Regencia español.
El
26 de mayo de 1810, la Primera Junta —oficialmente la «Junta Provisional
Gubernativa de la capital del Río de la Plata»— emitió una proclama que dirigió «a los habitantes de ella, y de las
provincias de su superior mando», dando noticia de la nueva autoridad surgida
de los sucesos de la Revolución de Mayo.
Barcos
ingleses anclados frente a la ciudad de Buenos Aires, el día 26 de mayo hicieron una salva de cañonazos en celebración por la
creación de la Primera Junta de Gobierno.
Con la excepción de
Córdoba, las ciudades que hoy forman parte de la Argentina respaldaron a la
Primera Junta. El
Alto Perú no se pronunciaba en forma abierta, debido a los desenlaces de las
revoluciones en Chuquisaca y La Paz de poco antes. El Paraguay estaba indeciso.
En la Banda Oriental se mantenía un fuerte bastión realista, así como en la
Capitanía general de Chile.
El
Cabildo de Montevideo recibió el 31 de mayo un mensaje de la Junta
revolucionaria, que lo invitaba a enviar
un diputado a Buenos Aires en representación de los orientales. Era la misma
invitación que se había hecho a todas las ciudades del Virreinato del Río Plata
y buscaba formar un gobierno en el que estuvieran representados todos los
pueblos que conformaban dicho virreinato.
Pero
el Cabildo montevideano, rompió relaciones con Buenos Aires el 15 de junio y el
gobernador José María Salazar declaró
el bloqueo naval contra Buenos Aires. En enero de 1811 llegó a Montevideo Francisco Javier de Elío, designado
virrey del Río de la Plata por el restablecido Consejo de Regencia de España e
Indias que gobernaría el Reino desde Cádiz hasta la liberación del monarca
cautivo Fernando VII. De Elío, tras
recibir el rechazo a su autoridad, declaró a Buenos Aires ciudad rebelde y
estableció la nueva capital del virreinato en Montevideo. Los realistas
eran fuertes en Montevideo, pero en las zonas rurales de la Banda Oriental se
afianzaban las ideas revolucionarias. Tras fracasar un movimiento patriota en
Montevideo, la acción se trasladó a la campaña. José Gervasio Artigas, oriental y capitán de Blandengues en el
Ejército del Rey, desertó de su puesto en la guarnición de Colonia del
Sacramento y pasó a Buenos Aires, donde ofreció sus servicios a la Primera Junta.
Ésta le encargó la dirección del levantamiento contra los realistas de
Montevideo.
La Campaña Libertadora
en la Banda Oriental, duró tres años. La Campaña Libertadora de Chile y Perú
terminaría en 1824 con la batalla de Ayacucho, en Perú y el Segundo Sitio de El
Callao, que duró hasta 1826, finalizando así la Guerra de Independencia de
Hispanoamérica.
Comienzan las
primeras divisiones internas
El
protagonismo de Mariano Moreno
comenzó el 25 de mayo de 1810, al asumir la Secretaría de Guerra y Gobierno de
la Primera Junta, mirando al futuro de las Provincias Unidas del Río de La
Plata, necesitó decir en el momento en que juraba como secretario de Guerra y
Gobierno: “La variación presente no debe limitarse a suplantar a los
funcionarios públicos e imitar su corrupción y su indolencia. Es necesario
destruir los abusos de la administración, desplegar una actividad que hasta
ahora no se ha conocido, promover el remedio de los males que afligen al
Estado, excitar y dirigir el espíritu público, educar al pueblo, destruir o
contener a sus enemigos y dar nueva vida a las provincias. Si el gobierno huye el trabajo; si sigue las huellas de sus predecesores,
conservando la alianza con la corrupción y el desorden, hará traición a las
justas esperanzas del pueblo y llegará a ser indigno de los altos destinos que
se han encomendado en sus manos”.
Cornelio Saavedra, el presidente de
la Primera Junta en cambio, representaba a los sectores conservadores,
defensores de sus privilegios y, por lo tanto, favorables al mantenimiento de
la situación social anterior, en la que, como decía Moreno, “hay quienes suponen que la revolución se
ha hecho para que los hijos del país gocen de los altos empleos de que antes
estaban excluidos; como si el país hubiera de ser menos desgraciado por ser
hijos suyos los que lo gobiernan mal”.
El
5 de diciembre de 1810, se produjo una fiesta en el regimiento de Patricios.
Uno de los asistentes que había tomado algunas copas de más, el capitán Atanasio Duarte, propuso un brindis "por el primer Rey y
Emperador de América, Don Cornelio Saavedra" (jefe del regimiento) y le
ofreció una corona de azúcar que adornaba una torta a doña Saturnina, esposa de
Saavedra.
Al
enterarse del episodio, el secretario Moreno decretó el destierro de Atanasio
Duarte diciendo que "... un
habitante de Buenos Aires ni ebrio ni dormido debe tener expresiones contra la
libertad de su país"; prohibió todo brindis o aclamación pública a
favor de cualquier funcionario y suprimió todos los honores especiales de que
gozaban los miembros de la junta. La
pelea entre Moreno y Saavedra estaba desatada.
El
sacerdote porteño Manuel Alberti, era
uno de los hombres más ilustrados de la Junta. Firmó el pedido de sustitución
del Virrey Cisneros durante el Cabildo Abierto del día 22, junto a 400
vecinos, documento fundamental que
antecedió a los sucesos del viernes 25. Era seguidor de Mariano Moreno. Murió
apenas 9 meses después de la Revolución (el 3 de febrero de 1811) víctima de un
síncope cardíaco. Fue la primera muerte entre los revolucionarios.
Moreno,
preocupado por los sentimientos conservadores que predominaban en el interior,
entendió que la influencia de los diputados que comenzaban a llegar desde las
provincias sería negativa para el desarrollo de la revolución y se opuso a su
incorporación al ejecutivo. Triunfó la posición encabezada por Saavedra y Moreno se vio obligado a renunciar el 18 de
diciembre y a alejarse del país, encabezando una misión diplomática rumbo a
Inglaterra. Murió misteriosamente en alta mar el 4 de marzo de 1811, a los 32 años, en circunstancias no muy
claras. Se sospecha que fue envenenado a bordo.
Una
de las célebres frases de Mariano Moreno
tiene plena vigencia en la actualidad argentina: "Si los pueblos no se ilustran, si no se vulgarizan sus derechos,
si cada hombre no conoce lo que vale, lo que puede y lo que se le debe, nuevas
ilusiones sucederán a las antiguas, y después de vacilar algún tiempo entre mil
incertidumbres, será tal vez nuestra suerte mudar de tiranos sin destruir la
tiranía", escribió en junio de 1810.
Ante
la desaparición de Moreno, Saavedra creyó ver fortalecido su poder. El 5 y 6 de
abril de 1811 los saavedristas Joaquín Campana y Tomás Grigera movilizaron a
los sectores suburbanos hacia la Plaza de la Victoria con el apoyo de los
Patricios, los Pardos y Morenos contra el sector morenista de la Junta. A las
tres de la mañana entregaron un petitorio en el Cabildo que decía entre otras
cosas: "El pueblo de Buenos Aires
desengañado a vista de repetidos ejemplos, de que no sólo se han usurpados sus
derechos, sino que se trata de hacerlos hereditarios en cierta porción de
individuos, que formando una fracción de intriga y cábala, quieren disponer de
la suerte de la Provincias Unidas, esclavizando a las ambiciones de sus
intereses particulares la suerte y la libertad de sus compatriotas".
Se
proponían deponer al sector morenista y crear un ejecutivo fuerte en manos de Saavedra.
Pero Saavedra no aceptó el mando. Cuenta en sus memorias: "Pedí, supliqué
y renuncié todos mis cargos, incluso el grado de Brigadier". Pero se llegó
a una transacción seguramente sugerida por el Deán Funes: Vieytes, Rodríguez Peña, Larrea y Azcuénaga marcharían al destierro y
serían reemplazados por tres saavedristas –entre ellos, Campana-, el regimiento
de la Estrella sería disuelto y su jefe, Domingo French, confinado, como no
podía ser de otra manera junto a Antonio Beruti. Saavedra continuaría como
presidente de la Junta. Pero el desastre de la batalla de Huaqui en el Alto
Perú el 20 de junio de 1811 precipitó las cosas. Saavedra debió marchar al
Norte a fines de agosto de 1811 y su ausencia fue aprovechada por sus
adversarios. A los ocho días de haber llegado a Salta se le hizo saber su
separación del ejército y de la presidencia de la Junta, y se le ordenó entregar las tropas a Don Juan Martín de Pueyrredón. El
sector morenista recuperaba el control de la situación y creaba un nuevo poder
ejecutivo: el Triunvirato.
El
6 de diciembre de 1811, los Patricios se sublevaron en defensa de su antiguo
jefe. Pidieron que volviera Saavedra y que renunciara el coronel Belgrano,
designado como nuevo comandante del regimiento. El Triunvirato arma una doble
estrategia. Por un lado, negociar y, por otro, rodear el cuartel para
intervenir en cualquier momento. Hubo varios mediadores, entre ellos, Juan José Castelli, el orador de la
revolución y primo hermano de Belgrano, que estaba arrestado en el propio
cuartel tras haber sido sometido a juicio por la derrota del Desaguadero.
También mediaron el vehemente adversario de Castelli en el debate del Cabildo
Abierto del 22 de mayo, el Obispo de Buenos Aires, Benito Lué y Riega, y el Obispo de Córdoba, Rodrigo de Orellana. Pero todo fue inútil. Los Patricios se mantenían firmes en sus
demandas.
Uno
de los amotinados, el soldado de origen inglés Richard Nonfres, en un rapto de exaltación, comenzó a proferir
insultos y disparó un cañonazo contra las tropas que estaban apostadas frente
al regimiento. Cuenta Domingo Matheu que "...un
maldito inglés, soldado del cuerpo, pegó fuego a un obús cargado a metralla y
mató a uno e hirió a seis".
La
respuesta no tardó en llegar. El saldo del combate fue de 8 muertos y 35
heridos. Pero Rivadavia y el Triunvirato no iban a dejar las cosas así.
Instruyeron un proceso sumario. Por
"razones de seguridad" fueron expulsados los diputados del interior.
El Deán Funes fue detenido sospechado de complicidad con los rebeldes. Los
implicados negaron durante el juicio toda intención política y recordaron sus
planteos iniciales. Pero nadie les creyó y en la sentencia se hablaba de un
"movimiento popular que se tramaba".
A
veinte de los implicados se los condenó a cumplir penas que iban de cuatro a
diez años de prisión en la isla Martín García. Once sargentos, cabos y soldados
fueron fusilados a las ocho de la mañana del 10 de diciembre de 1811 y sus
cuerpos colgados en la Plaza de la Victoria "para la expectación
pública". Entre los muertos estaba
el inglés Ricardo Nonfres, quizás el autor del primer disparo de una guerra
civil que iba a durar casi 60 años.
Esta
derrota selló la suerte de Saavedra. Se intentó confinarlo en San Juan, pero,
alertado a tiempo, Saavedra cruzó la cordillera de los Andes y arribó a Chile
acompañado por su hijo Agustín de 10 años. En 1814 decidió volver a la patria
ante la cercanía de los ejércitos realistas que amenazaban Coquimbo. Mientras
volvía a cruzar la cordillera, su esposa Doña Saturnina Otárola apela al
gobernador intendente de Cuyo, José de
San Martín, para lograr el reingreso de su marido. San Martín accedió
fijándole residencia en San Juan. Saavedra fue enviado escoltado hacia Buenos
Aires para estar presente en el juicio que se había iniciado y tras la
revolución del 15 de abril de 1815, el Cabildo le devolvió su grado militar.
Sin embargo, al asumir el poder Álvarez Thomas el cargo de Director Supremo, lo
conminó a abandonar Buenos Aires e instalarse en Arrecifes, provincia de Buenos
Aires. En 1818 el Congreso Constituyente
puso término a las causas en su contra y se le devolvió el empleo de Brigadier
General de los ejércitos de la Nación. A fines de ese año fue designado
Jefe de Estado Mayor y concretó negociaciones de paz con los indios ranqueles. Murió en Buenos Aires en 1829.
Juan José Castelli, que era uno de
los fervientes seguidores de las ideas de Mariano Moreno, en 1811 fue considerado responsable de la derrota militar en Huaqui,
donde murieron más de mil hombres. Muere en 1812 como consecuencia de un
cáncer de lengua. Su familia quedó en total estado de pobreza y vivió de la
caridad pública.
Respecto
a Manuel Belgrano, hijo de
inmigrantes italianos, abogado, economista, periodista, militar y funcionario
público, es una de las figuras más destacadas de la historia argentina que siempre
trató de conciliar entre los patriotas. Creó
la Bandera nacional el 27 de febrero de 1812. En el Norte del país encabezó el
heroico éxodo del pueblo jujeño y logró las grandes victorias sobre los
realistas en Tucumán el 24 de setiembre de 1812 y Salta el 20 de febrero de
1813. Luego vendrán las derrotas de Vilcapugio el 1 de octubre de 1813 y
Ayohuma el 14 de noviembre de 1813 y su retiro del Ejército del Norte. En 1816
participará activamente en el Congreso de Tucumán. Murió pobre y olvidado en 1820. Donó sus sueldos de funcionario
para la construcción de cuatro escuelas, que aunque parezca una broma de mal
gusto, la cuarta recién se terminó de construir en 1999.
Domingo Matheu era uno de los dos
españoles que formaron la Primera Junta. Había tenido destacada labor en las
Invasiones Inglesas y contribuyó con
dinero para armar el ejército de la revolución. Tenía un negocio mayorista.
Gracias a sus dotes de buen tirador fue Director de la fábrica de fusiles.
Murió en 1831.
Juan José Paso continuó con su
extensa actividad política, tanto que formó parte de los dos Triunviratos
(1811-1812/1812-1814) y fue diputado por
el Congreso de Tucumán en 1816. Falleció el 10 de septiembre de 1833, a los
75 años.
Miguel de Azcuénaga llegó a ser
gobernador de la Provincia de Buenos Aires y constituyente de 1819. Falleció el 19 de diciembre de 1833 en su
quinta, que quedaba en Olivos, exactamente en el mismo lugar en el que hoy se
encuentra la quinta presidencial (la actual la donó Carlos Villate Olaguer en
1913).
Juan Larrea, español como
Matheu, tenía sólo 27 años cuando fue nombrado vocal. De buena posición
económica, financió la escuadra del
Almirante Guillermo Brown. Fue exiliado por cuestiones políticas en 1815 y
quedaron confiscados sus bienes. En 1830 pudo rehacer su fortuna pero volvió a
caer en desgracia durante el gobierno de Rosas, aunque vivió hasta 1847, cuando se suicidó.
Como
dato anecdótico, los acontecimientos históricos de 1810 fueron representados en
La
Revolución de Mayo, una de las primeras películas mudas de Argentina, filmada en el año 1909 por Mario Gallo (1878-1945)
y estrenado en 1910, año del centenario. Fue el primer filme de ficción
argentino realizado con actores profesionales y tiene una duración de 5
minutos.
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