En el yacimiento arqueológico de El Castillo de Huarmey,
los arqueólogos encontraron a varios miembros de la realeza wari que
estaban allí desde hace 1.200 años.
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El yacimiento de Castillo de Huarmey, en Perú donde se hallaron 4 reinas o princesas waris y otros 54 nobles. |
El descubrimiento fue en 2012 pero recién ahora se difunden fotografías de algunos de los objetos hallados. En total, 1200 piezas de oro, plata, cerámicas y textiles.
En la costa de Perú, a la luz del atardecer, los
arqueólogos Miłosz Giersz y Roberto Pimentel Nita abren una hilera
de pequeñas cámaras junto a la entrada de una antigua tumba. Selladas y ocultas
durante más de mil años bajo una gruesa capa de ladrillos de adobe, albergan
grandes vasijas de cerámica, algunas pintadas con figuras de lagartos y otras,
con sonrientes rostros humanos. Al retirar los ladrillos de la última sala,
Giersz hace una mueca. «Aquí dentro huele fatal», farfulla. Examina con
atención el interior de una enorme vasija sin pintar: está llena de puparios
podridos, restos de las moscas que en su día fueron atraídas por el contenido
del recipiente. El arqueólogo se pone de pie y sacude de sus pantalones una
nube de polvo de 1.200 años de antigüedad.
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El arqueólogo Milosz Giersz, de la universidad de Varsovia, descubridor de la tumba real Wari sin profanar. |
En los tres años que lleva excavando
este yacimiento, llamado El Castillo de Huarmey, Giersz se ha topado con un
inesperado ecosistema de muerte, constituido por restos de insectos que un día
se alimentaron de carne humana, serpientes que se enroscaron y murieron en el
fondo de las vasijas de cerámica, o abejas africanizadas que salieron en
grandes enjambres de las cámaras subterráneas y atacaron a los operarios.
Muchas personas habían advertido a Giersz de que excavar entre los
escombros de El Castillo sería difícil, y casi con certeza una pérdida de
tiempo y de dinero. Durante al menos un siglo los saqueadores habían perforado
las laderas de la colina en busca de tumbas que contuvieran esqueletos
engalanados con piezas de oro y envueltos en algunos de los tapices más bellos
de la historia. La loma, a cuatro horas de viaje en coche desde Lima, 300 kilómetros al norte
de dicha ciudad, era como un cruce entre la superficie de la Luna y un
vertedero: surcada de agujeros, cubierta de antiguos huesos humanos y repleta
de basura moderna (los ladrones solían deshacerse de su ropa antes de volver a
casa por temor a contagiar a sus familias las enfermedades de los muertos).
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Vasijas dañadas por los saqueadores, que sin embargo, no lograron hallar la tumba real. |
No obstante Giersz, un afable inconformista de 36 años que enseña
arqueología andina en la Universidad de Varsovia, estaba decidido a excavar
allí de todos modos. Tenía la total convicción de que algo trascendental había
sucedido en El Castillo hace 1.200 años. Por sus laderas se esparcían
muestras de tejidos y fragmentos de cerámica de la poco conocida civilización
wari, originaria de Perú, cuyo centro de poder estaba mucho más al sur.
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El arqueólogo peruano Roberto Pimentel en El Castillo de Huarmey. |
Así
pues, el arqueólogo y un pequeño grupo de investigación empezaron a explorar
con un magnetómetro lo que yacía en el subsuelo y a sacar fotografías aéreas
con una cámara ajustada a una cometa. Las pruebas revelaron lo que a varias
generaciones de saqueadores de tumbas les había pasado inadvertido: los difusos
contornos de unas paredes enterradas que recorrían un promontorio rocoso en la
parte meridional del enclave. Giersz y un equipo polaco-peruano solicitaron de
inmediato el permiso para iniciar las excavaciones.
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Orejeras de oro y plata de las mujeres waris de alto rango. |
Aquellos contornos desdibujados
resultaron formar parte de un extenso laberinto de torres y altos muros que se
desplegaba por todo el extremo sur de El Castillo. Pintado en su tiempo de
color rojo escarlata, el intrincado complejo parecía ser un templo wari
dedicado al culto a los ancestros.
Cuando en otoño de 2012 el equipo cavó bajo
un estrato de sólidos ladrillos trapezoidales, descubrió algo que pocos
arqueólogos andinos habrían imaginado nunca encontrar: una tumba real sin
profanar. En su interior estaban sepultadas cuatro reinas o princesas wari, al
menos otros 54 individuos de alcurnia y más de un millar de objetos
correspondientes a la élite de aquella sociedad, desde enormes orejeras de oro
hasta cuencos de plata o hachas de aleación de cobre, todo de exquisita factura.
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En la tumba se hallaron más de mil objetos manufacturados para la nobleza wari, entre ellos estas dos vasijas. |
«Este es uno de los descubrimientos más importantes
de los últimos años», afirma Cecilia Pardo Grau,
conservadora de arte precolombino en el Museo de Arte de Lima. El análisis de
los hallazgos está arrojando nueva luz sobre esta cultura andina y su opulenta
clase dirigente.
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La civilización huari se desarrolló entre los moches o chimúes al norte y la cultura Tiahuanaco al sur, mucho antes que los incas. |
Surgidos de la nada en el valle
peruano de Ayacucho hacia el siglo VII de nuestra era, los wari alcanzaron su
apogeo mucho antes que los incas, en una época de sequías recurrentes y crisis
medioambientales. Se convirtieron en expertos ingenieros, construyendo
acueductos y complejos sistemas de canalización para irrigar sus cultivos
dispuestos en terrazas. Cerca de la actual ciudad de Ayacucho fundaron una
boyante capital, conocida en la actualidad como Wari. En su cénit, Wari acogía
a una población de nada menos que 40.000 habitantes: una urbe mayor que el
París de aquel momento, que no superaba los 20.000. Desde este bastión, los
señores de esta civilización expandieron sus dominios cientos de kilómetros a
través de los Andes e incluso se adentraron en los desiertos costeros, forjando
lo que muchos arqueólogos consideran el primer imperio de la América del Sur
andina.
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La mano de un noble Wari en perfecto estado de conservación. |
Los investigadores han especulado
largo y tendido sobre cómo lograron los wari construir y gobernar este reino
tan vasto como rebelde, si fue mediante la conquista, la persuasión o una
mezcla de ambas cosas. A diferencia de la mayoría de los regímenes imperiales,
carecían de un sistema de escritura y no dejaron una crónica histórica bien
documentada. Pero los hallazgos de El Castillo, a unos 850 kilómetros de la
capital wari, están esclareciendo muchas dudas.
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En la tumba wari se hallaron muchos objetos, a la izquierda, un vaso ceremonial de piedra similar al alabastro y a la derecha una vasija. |
Las
invasiones wari en este tramo de costa se iniciaron probablemente a finales del
siglo VIII. La región colindaba por el norte con la que entonces era la
frontera meridional de los prósperos señores mochica, y según parece carecía de
líderes locales fuertes. No está claro cómo los invasores lanzaron su ofensiva,
pero en una importante copa ceremonial de libaciones descubierta en la tumba
imperial de El Castillo se representa a unos guerreros wari armados con hachas
combatiendo contra unas defensas costeras provistas de propulsores, o átlatls.
Cuando la niebla de la batalla se hubo disipado, los wari habían adquirido un
firme control del territorio. El nuevo señor construyó un palacio al pie de El
Castillo, y con el tiempo él y sus sucesores transformaron el empinado monte en
un imponente templo destinado al culto a los antepasados.
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El arqueólogo polaco Krzysztof Makowski, asesor científico en el proyecto de El Castillo. |
Oculta por su milenaria
acumulación de piedras y sedimentos transportados por el viento, hoy El
Castillo de Huarmey tiene el aspecto de una inmensa pirámide escalonada. Sin embargo, Giersz intuyó desde el principio que
el complejo cultural encerraba algo más que lo que se apreciaba a simple vista,
y un equipo especializado en arquitectura corroboró sus sospechas: los
ingenieros wari empezaron las obras en la cima misma de El Castillo, una
formación natural de roca, y fueron bajando de manera gradual. Según Krzysztof
Makowski, arqueólogo de la Pontificia Universidad Católica del Perú y asesor
científico del proyecto de El Castillo, se inspiraron en otra estructura. «En
las montañas, los wari hacían terrazas agrícolas, y empezaban por arriba.»
Conforme descendían, rebajaban las laderas para obtener una superposición de
plataformas.
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En El Castillo de Huarmey también se encontraron tejidos con ricos motivos decorativos. |
En la
cima de El Castillo los constructores excavaron primero una cámara
subterránea destinada a ser la tumba imperial. Cuando llegó la hora de
sellarla, los peones vertieron unas 30 toneladas de grava y cubrieron la
cámara con una capa de ladrillos de adobe. Encima levantaron una torre
mausoleo, cuyas paredes rojizas podían avistarse desde muchos kilómetros a la
redonda. Antes de sellar la cámara la élite wari había depositado ricas
ofrendas en las pequeñas cámaras anejas al sepulcro: tejidos finamente urdidos,
a los que los antiguos pueblos andinos atribuían un valor superior al oro; unas
cuerdas con nudos, denominadas quipus, usadas para consignar los bienes
imperiales; y partes corporales del cóndor andino, un ave vinculada a la
aristocracia wari. (De hecho, uno de los títulos del emperador podría haber
sido Mallku, «cóndor» en aymara.).
En el
centro de la torre había una sala con un trono. En tiempos mucho más recientes,
hace unos 15 años, unos saqueadores informaron a un arqueólogo alemán de que
habían encontrado momias en nichos de pared. «Estamos casi seguros de que la
estancia se usó para venerar a los ancestros», dice Giersz. Quizás incluso
sirvió para rendir homenaje a la momia del emperador, que aún no ha sido
localizada por su equipo.
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Cráneo de una mujer wari de la clase gobernante, sus dientes estaban en perfecto estado y aún conserva el cabello de color rojizo. |
A fin de poder codearse en la
muerte con los miembros de la dinastía real, los nobles acotaban parcelas en la
cima donde elevar sus propios mausoleos. Una vez agotado todo el espacio
disponible, ingeniaron el modo de ampliarlo construyendo terrazas escalonadas
en las vertientes de El Castillo y llenándolas de tumbas y torres funerarias.
Tan importante era para la nobleza wari reposar eternamente en El Castillo,
explica Giersz, que «empleaban a todos los trabajadores locales posibles». La
argamasa seca de muchos de los muros que se han exhumado últimamente presenta
huellas de manos, algunas dejadas por niños de apenas 11 o 12 años.
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Esqueleto de un guerrero guardián, a su lado había un vaso de libaciones y una jícara. |
Cuando
terminó la construcción de la necrópolis, presumiblemente en algún momento
entre los años 900 y 1000 d.C., El Castillo transmitía un poderoso mensaje
político a los vivos: los invasores wari eran ahora sus legítimos gobernantes.
«Si quieres tomar posesión de una tierra –explica Makowski–, tienes que
demostrar que tus antepasados se han integrado en el paisaje. Forma parte de la
lógica andina.»
En una
pequeña cámara tapiada, Wiesław Więckowski se encorva sobre un brazo humano
momificado y desprende la arena de sus dedos descarnados. El bioarqueólogo de
la Universidad de Varsovia ha estado limpiando esa sección de la cámara,
recogiendo restos de un fardo funerario wari y buscando el resto del cuerpo. Es
un trabajo lento y minucioso. Como
especialista en el estudio de restos humanos, Więckowski ha empezado a
analizar los esqueletos de todos los individuos hallados en el interior y en
las inmediaciones de la tumba imperial. Dice que sus
investigaciones están empezando a aportar datos significativos sobre las vidas
y las muertes tanto de las damas de elevada alcurnia como de quienes las
escoltan.
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Pieza de adorno wari decorada con plumas de ave. |
Casi todas las personas enterradas
en la cámara eran mujeres adultas y muchachas que probablemente habían muerto
en un lapso de apenas unos meses, lo más seguro por causas naturales. Cuando
fallecieron, su pueblo les dio un trato muy respetuoso. Sus sirvientas las
vistieron con túnicas y mantones exquisitos, pintaron sus rostros con un
pigmento sagrado de color rojo y las engalanaron con joyas preciosas, desde unas
valiosas orejeras de oro hasta delicados collares de cuentas de cristal. A
continuación los encargados del duelo depositaron sus cuerpos con las piernas
flexionadas, la posición habitual en los enterramientos wari, y envolvieron a
cada una de ellas en una tela de grandes dimensiones para formar el fardo
funerario.
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Vasijas halladas en El Castillo de Huarmey de los wari, el primer imperio andino que se conoce. |
El
rango social, apunta Więckowski, era tan importante en la muerte como en la
vida. Las difuntas de mayor abolengo –quizá reinas o princesas– fueron
colocadas en tres cámaras privadas en un lado de la tumba. La más importante,
de unos 60 años, yacía rodeada de extraordinarios artículos de lujo: múltiples
pares de orejeras, un hacha ceremonial de bronce, una copa de plata… A los
arqueólogos les fascinó su riqueza y el claro afán de ostentación. «¿Qué hacía
esta dama? –se pregunta Makowski–. Tejía con agujas de oro, como una auténtica
reina.»
Junto a las paredes de una gran
sala común más alejada colocaron a las nobles de menor categoría. Junto a cada
una, salvo escasas excepciones, dejaron un objeto del tamaño y la forma de una
caja de zapatos, hecho con cañas, que contenía todos los útiles necesarios para
confeccionar una tela de alta calidad. Las mujeres wari, excelentes tejedoras,
producían unos paños equiparables a nuestros tapices utilizando un número de
hilos incluso mayor que los tejidos en Flandes y Holanda en el siglo XVI. Las
nobles enterradas en El Castillo se dedicaban a este arte.
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Caja de cañas conteniendo todos los útiles necesarios para confeccionar una tela de alta calidad. |
Antes de que la cámara fuera
clausurada, una comitiva subió las últimas ofrendas por las laderas de El Castillo:
los sacrificios humanos, tres niños y tres jóvenes. Więckowski apunta que las
víctimas eran quizá descendientes de la nobleza sometida en la conquista: «Si
eres el soberano y quieres que tus súbditos se mantengan leales al nuevo
linaje, les quitas a sus hijos». Los cadáveres fueron arrojados a la tumba.
Luego se cerró la cámara, y en la entrada se dispusieron, a modo de centinelas,
los cadáveres enfardados de un joven y una mujer de mayor edad. A ambos les
habían cortado el pie izquierdo, seguramente para garantizar que no
abandonarían su puesto.
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Desarrollo de la Cultura Wari. Algunos de sus yacimientos. |
Więckowski espera los resultados
de los análisis de ADN y las pruebas isotópicas para averiguar más cosas
acerca de las mujeres de la tumba y su lugar de origen. Pero para Giersz todas
las pruebas empiezan a perfilar un detallado cuadro de la invasión wari de la
costa norte. «El hecho de que erigieran un templo importante aquí, en un
terreno elevado junto a la frontera mochica, sugiere que los wari conquistaron
la región y planeaban asentarse en ella.»
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La arqueóloga polaca Patrycja Przaka-Giersz. |
En una
tranquila sala de trabajo del Museo de Arte de Lima, los arqueólogos de El
Castillo examinan entusiasmados algunos hallazgos que les acaban de llegar.
Durante las últimas semanas los conservadores han eliminado la espesa pátina
negra que recubría la mayor parte de los objetos metálicos, poniendo de relieve
sus relucientes diseños. Sobre un papel de celofán se pueden ver tres orejeras,
cada una del tamaño de un pomo de puerta y tallada con la imagen de una deidad
alada o un ser mitológico. Patrycja Prządka-Giersz, miembro del equipo,
arqueóloga de la Universidad de Varsovia y mujer de Giersz, las contempla con
satisfacción. Estos ornamentos, dice, «son todos diferentes, y solamente
podemos evaluarlos después de las tareas de conservación».
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Una botella con un señor wari sentado sobre una balsa, una señal de que esta cultura pobló el territorio desde el mar. |
Giersz
se asoma al interior de una voluminosa caja de cartón y encuentra uno de los
hallazgos más preciados del equipo: una botella de peregrino. Realizada en
cerámica, pintada y decorada con esmero, reproduce la figura de un señor wari
ataviado suntuosamente que navega en una embarcación de madera de balsa por
unas aguas costeras rebosantes de ballenas y otras criaturas marinas.
Perteneciente al selecto ajuar funerario de una reina enterrada en El Castillo,
esta botella de hace 1.200 años parece recrear un episodio –entre mítico y
real– de la historia de la costa norte: la llegada de un importante señor wari,
tal vez el mismísimo emperador. «Así pues, estamos empezando a hilar el relato
de un emperador wari que se hace a la mar en una balsa –dice Makowski con una
sonrisa–, un monarca que muere en la costa de Huarmey acompañado de sus
esposas.»
Por
ahora solo es un «relato», una conjetura con fundamento arqueológico. Pero
Giersz sigue pensando que la tumba de un gran señor wari podría estar oculta en
algún lugar de este laberinto de paredes y cámaras subterráneas. Y si los
saqueadores no se le han adelantado, tiene intención de encontrarla.
Es importante decir que los wari fuimos los primeros constructores de sur America. y lo que hoy se conoce como tapiz inca son producto de nuestra escuela.
ResponderEliminarMuchas gracias por toda la información
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