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viernes, 26 de septiembre de 2014

STANISLAV PETROV, EL HOMBRE QUE SALVÓ AL MUNDO

El 26 de septiembre de 1983, durante la Guerra Fría se produjo el llamado Incidente del Equinoccio de Otoño, que colocaría al mundo a escasos segundos de un apocalipsis atómico.

Stanislav Petrov con una mezcla
de intuición, frialdad, sensatez,
cálculo y buena suerte, salvó al
planeta de la destrucción nuclear.
Hace 31 años en un día como hoy, pudo estallar una guerra nuclear si Stanislav Petrov hubiera interpretado que la Unión Soviética estaba siendo atacada por los Estados Unidos. Posiblemente gracias a él todos nos hemos salvado de ser meros sobrevivientes en un mundo apocalíptico, que hubiera sido completamente distinto del presente. El acto que realizó Stanislav Petrov —una mezcla de intuición, frialdad, sensatez, cálculo y buena suerte— salvó el planeta de la destrucción nuclear, aunque él esté muy lejos de ser considerado un héroe. De hecho, no recibió ninguna medalla ni premio honorífico o económico de su país, sino más bien una reprimenda de sus superiores.

A las 00:14 hora de Moscú un satélite soviético dio la alarma de que misiles norteamericanos se dirigían a territorio soviético y en 20 minutos alcanzaría la URSS. En aquel tiempo Stanislav Petrov, teniente coronel del ejército soviético era el encargado de una estación soviética de satélites que vigilaban a los Estados Unidos. La computadora interpretó el ataque de 5 misiles. El protocolo para el ejército soviético habría sido tomar represalias con un ataque nuclear. Pero el oficial de guardia Stanislav Petrov -cuyo trabajo era registrar aparentes lanzamientos de misiles enemigos- decidió no informar a sus superiores y en su lugar los descartó como una falsa alarma.

Mapa de la desaparecida Unión Soviética.
Esto fue una violación de sus tareas, una negligencia en el cumplimiento del deber. Lo más seguro habría sido pasar la responsabilidad, referirlo a un superior. Pero su decisión puede que haya salvado al mundo.

"Tenía todos los datos (para sugerir que había un ataque con misiles en curso). Si hubiera enviado mi informe a la cadena de mando, nadie habría dicho nada en contra", dijo en una entrevista.

El héroe anónimo
Hoy su historia parece apenas una nota de alguna efeméride en los anales de la Guerra Fría, y él es sólo un viudo de 75 años, que vive olvidado por todos, achacoso y acompañado por su hijo y un perro en un modesto piso —su mísera pensión de jubilado no le permite más— en un olvidado pueblo llamado Friazino, a 40 kilómetros en las afueras de Moscú.

Dibujo del derribo del avión de pasajeros
coreano por parte de un caza de la URSS.
Para entender lo que Stanislav Petrov hizo hay que retroceder a los años ochenta, cuando la Guerra Fría entre las superpotencias y sus respectivos aliados o satélites era un constante juego de estrategias, actos de propaganda, provocaciones y amenazas que mantenían el mundo en vilo, siempre al borde de la catastrófica conflagración final.

Restos del avión de Korean Airlines
KAL 007 derribado en setiembre 

de 1983 sobre la isla Moneron.
Solo tres semanas antes de que Petrov salvara al mundo, la Unión Soviética había derribado el 1º de setiembre un avión de pasajeros surcoreano que había invadido el espacio aéreo soviético, matando a las 269 personas a bordo, incluidos varios estadounidenses. 

La OTAN pronto comenzó el ejercicio militar "Able Archer 83" (“Arquero capaz”), a partir del 2 de noviembre de 1983, interpretado por la KGB como una preparación de un Primer ataque.

Guerra fría.
En septiembre de 1983 la tensión era altísima y todo parecía pender de un hilo por el derribo del avión de pasajeros. El grave incidente produjo una crisis, un escándalo mundial e incontables teorías sobre el hecho que iban de la conspiración más siniestra a la más inocente confusión del piloto coreano. El habitual secreto con el que el régimen soviético manejaba estos asuntos, y su negativa a dar explicaciones u ofrecer disculpas, hacía peores las cosas: los nervios se crispaban y el ambiente político internacional estaba más envenenado que de costumbre.

Foto de Stanislav Petrov
en 1983.
Ése era el contexto en el que, se encontraba Stanislav Petrov, quien tenía a su cargo una muy delicada misión: era el comandante y el más alto responsable de un equipo de técnicos y militares especializados que, encerrados en un búnker secreto en la noche del 26 de septiembre.

Petrov, nacido en 1939, teniente coronel de la Fuerza Aérea Soviética, se hallaba de guardia en el bunker Serphukov 15 de Moscú, donde se alojaba el sistema de alerta temprana de ataques nucleares. Sepultado bajo tierra para no ser detectado por los sistemas de contraespionaje norteamericanos, monitoreaba, día y noche, la red de alerta temprana ante cualquier posible ataque de misiles nucleares del enemigo.

Así se representaba el duelo silencioso entre
los Estados Unidos y la URSS.
Petrov no era el prototipo del militar soviético rudo y torpe que las películas y las novelas de espionaje solían pintar. Formaba parte de la más escogida elite castrense: ilustrado y con buena formación, gozaba de respeto dentro y fuera de las filas como teniente coronel, y gozaba también, por cierto, de los privilegios y beneficios del poder. Era el hombre encargado de tomar, en cualquier momento, una decisión suprema: la de oprimir el botón rojo que dispararía los misiles para detener en el aire la agresión extranjera, y los misiles de contraataque sobre suelo enemigo; es decir, en sus manos estaba el poder de comenzar el fin del mundo. Y eso fue justamente lo que enfrentó la histórica noche del 26 de septiembre de 1983.

Satélite espía soviético Oko.
Poco después de la medianoche, una nueva red de satélites llamada Oko ("El Ojo") reflejó en las pantallas de Petrov y su equipo algo extraño y temible: "La sirena aulló, pero me senté allí durante unos segundos, mirando a la pantalla roja, grande, retroiluminada con la palabra 'lanzamiento' brillando en ella", dice Petrov.

El sistema le decía que el nivel de fiabilidad de dicha descripción era el "más alto". No podía haber ninguna duda. Estados Unidos había lanzado un misil.

Base subterránea Serpukhov-15 en Moscú.
"Un minuto más tarde la sirena sonó de nuevo. El segundo misil había sido lanzado. Entonces la tercera y la cuarta y la quinta. Las computadoras cambiaron de alertas de "lanzamiento" a "ataque con misil"", dice.

"No había ninguna regla sobre cuánto tiempo se nos permitía pensar antes de informar de un ataque, pero sabíamos que cada segundo de retraso se llevaba un tiempo muy valioso. El liderazgo militar y político de la Unión Soviética necesitaba ser informado sin demora".

La computadora rusa avisaba del ataque
de 5 misiles intercontinentales.
"Todo lo que tenía que hacer era alcanzar el teléfono para llamar por la línea directa a nuestros altos mandos, pero yo no pude moverme. Me sentí como si estuviera sentado en una sartén caliente", afirmó.

Lo que parecían cinco siluetas estaban moviéndose a gran velocidad y altura en dirección a Moscú; segundos después los identificó como cinco misiles Minuteman II con cabezas nucleares. El sistema de detección estaba programado de tal manera que, una vez confirmado el inminente ataque, Petrov estaba forzado a respetar las precisas instrucciones de la computadora, seguir un "protocolo" de emergencia nuclear y comunicar de inmediato la situación a sus superiores en el Kremlin; así se eliminaba toda posibilidad de vacilaciones ni debilidades humanas. Una luz roja con las palabras rusas equivalentes a "¡ATAQUE CON MISILES!", titilaba en la consola frente a él: el circuito electrónico no le dejaba otra opción que la prevista para estos casos. La situación era todavía más dramática porque todo el proceso, que iba de la detección del inminente peligro hasta la decisión final de apretar el botón que desataría la represalia soviética, tenía que cumplirse en aproximadamente doce minutos.

Principales objetivos militares en el caso de
una guerra entre los Estados Unidos y Rusia.
Enfrentando esas circunstancias tan apremiantes e irrevocables, rodeado por todo su personal en estado de máxima alerta, pero en el fondo solo, Petrov revisó una vez más la información que se desplegaba ante sus ojos. Y observó algo que no le pareció acorde con la lógica ni con sus conocimientos técnicos sobre las armas de largo alcance. Se hizo entonces una pregunta elemental: "¿Por qué sólo cinco misiles?" Bien sabía que, si Estados Unidos había resuelto atacar la Unión Soviética en ese momento (y el caso del avión coreano era un buen pretexto), disparar únicamente cinco misiles era completamente ridículo. Su inmenso arsenal estaba concebido para lanzar una lluvia, una espesa oleada de centenares, quizá miles, de misiles para desarticular por completo al enemigo y superar sus defensas antiaéreas con la simple fuerza del exceso (overkill se llamaba esa fuerza abrumadora de las armas), sin importar si eso producía una victoria o el apocalipsis. Esa deducción le bastó a Stanislav Petrov para tomar una decisión. Petrov llamó al oficial de guardia en el cuartel general del ejército soviético y reportó una falla en el sistema.

Imagen de una explosión nuclear.
Si se equivocaba, las primeras explosiones nucleares habrían ocurrido minutos más tarde. "Veintitrés minutos más tarde me di cuenta de que no había pasado nada”, dijo aliviado. Se trataba de una falsa alarma: nada más.

Petrov consideró que podría tratarse de una falsa alarma, pues un eventual ataque se haría con decenas de estas armas. En los minutos siguientes se detectaron otros cuatro misiles, sin embargo Petrov mantuvo su convicción de que se trataba de un error. El ataque nunca llegó. Si Petrov hubiera actuado de modo contrario, la URSS hubiera sido la potencia agresora lanzando un ataque nuclear por sorpresa a los Estados Unidos y estos a su vez hubieran respondido con todo el arsenal del que disponían.

Stanislav Petrov en la actualidad, en su
modesto departamento en el pueblo de
Friazino a 40 kilómetros de Moscú.
Lo asombroso es que Petrov adoptó esa posición sin estar absolutamente seguro de que no se estaba equivocando. Era más bien una especie de apuesta de que lo contrario —que se trataba de un ataque verdadero— era algo irracional, insostenible, ajeno a las reglas presentes de la guerra. Y lo hizo sabiendo que, si cometía un error, sería juzgado y ejecutado como un despreciable traidor a la sagrada patria rusa y al no menos sagrado Partido Comunista, o a lo que sobreviviera de ellos después de la hecatombe. Petrov sólo tenía que comunicar que estaban siendo atacados para desencadenar la respuesta nuclear soviética. Y no lo hizo.

Misil Minuteman II en su silo nuclear.
Dice que era el único oficial de su equipo que había recibido una educación civil. "Mis compañeros eran soldados profesionales, se les enseñó a dar y obedecer órdenes", contó.

Por lo tanto, en su opinión, si hubiera estado otro militar en su turno, la alarma se habría lanzado y hubiera llegado hasta el Premier Yuri Andropov en cuestión de pocos minutos.

Base Malmstrom de la Fuerza Aérea de
Estados Unidos en Montana.
Felizmente para él, y para todos nosotros, Petrov no se equivocó al negarse a aceptar los indicios que le presentaba "El Ojo" como algo irrefutable —ahora tiende a ser una actitud normal la basada en la noción de que la inteligencia artificial es infalible, al revés de la humana. En efecto, los cinco sospechosos puntos que aparecían en la pantalla de Petrov no eran producto de la combustión de los motores de presuntos misiles, sino —aunque parezca increíble— simple reflejo de los rayos solares sobre las nubes que cubrían en ese momento los silos de los Minuteman en la base de Malmstrom, Montana. Ésa fue la conclusión a la que llegó una comisión militar que investigó el incidente; Petrov luego sirvió en otro puesto de menor jerarquía hasta 1993, el año en el que se retiró, sin pena ni gloria, de las fuerzas armadas, donde sirvió desde 1958. 

Los soviéticos le obligaron a retirarse anticipadamente por no haber seguido el protocolo y decidieron ocultar el incidente. Tras lo cual tuvo que trabajar como guardia de seguridad para poder subsistir en la nueva Rusia, donde ha pasado al desván de las ruinas del período soviético.

En 1998 se comenzó a difundir este incidente
El informe sobre el Caso Petrov permaneció en absoluto secreto hasta 1998, cuando uno de los oficiales bajo el mando de Petrov que fue testigo de la situación publicó un libro donde contaba la singular anécdota.

Stanislav Petrov en su hogar,
muestra el premio World
Citizen Award.
Su esposa estuvo quince años sin saber nada del asunto. Cuando conoció la historia le preguntó: ‘¿Pero qué hiciste?’, a lo que él respondió: “No hice nada“.

Años más tarde, el 21 de mayo de 2004, a Petrov le fue concedido el premio World Citizen Award de las Naciones Unidas.

En enero de 2006, Petrov realizó un viaje a Estados Unidos, donde fue homenajeado por las Naciones Unidas, y donde posteriormente le fue entregado un segundo premio de la Asociación de Ciudadanos del Mundo. 

Petrov recibe en 2013 el Premio
de la Paz en la ciudad alemana
de Dresde.
En el documental “The Red Button & The Man Who Saved The World” (“El botón rojo y el hombre que salvó el mundo”, 2008) Petrov afirma: “Estaba simplemente haciendo mi trabajo y fui la persona correcta en el momento apropiado, eso es todo“.

En sus propias palabras: “No se puede empezar una guerra nuclear con sólo cinco misiles”.

Otra de sus frases es la siguiente: "Ese era mi trabajo", dice. "Pero el mundo tuvo la suerte de que fuera yo el del turno de la noche".

En 2013 Petrov, al cumplirse 30 años de su actitud, recibió el Premio de la Paz en Dresde, Alemania con un premio en efectivo de 32.000 dólares.

Esta historia tiene un significado muy aleccionador en nuestros días, en los que hemos dejado atrás los hábitos de la Guerra Fría por los de la "guerra antiterrorista" que manipula los hechos haciendo creer al mundo que hay que bombardear todos los países que le molestan a Israel y los Estados Unidos, creando un peligro cierto y brutal, pero que al mismo tiempo ha creado un estado de histeria general que perdura desde los autoatentados de falsa bandera del 11 de septiembre de 2001.

Nos han acostumbrado con que hay que
bombardear a todos los países que le
molestan a Israel y los Estados Unidos.
Nos han acostumbrado a aceptar que a todos nos observan constantemente una serie de complejos sistemas electrónicos y cuerpos especializados, que dependen de esa información para protegernos y para actuar de inmediato; es decir, todos somos potencialmente sospechosos para no ser todos víctimas, diferencia que realmente no siempre controlamos, porque otros son los encargados de hacer la distinción entre apresarnos o protegernos con sus equipos de alta precisión. Si alguien comete un error, si un mecanismo electrónico falla y da una falsa alarma que dispara la esperada y salvadora respuesta automática, ¿habrá siempre por allí un Petrov con su providencial duda, con su misma cabeza fría? Estamos, en verdad, siempre al borde del abismo, envueltos en una guerra en la que se nos ha reclutado, lo queramos o no. Hay algo aterrador en ello, porque cualquier estúpido sentado delante de una computadora puede apretar un botón y destruir al mundo.

¿Qué pasaría si alguien dispara misiles nucleares
y luego se descubriese que fue un
error de detección?
¿Qué pasaría si alguien dispara misiles nucleares y luego se descubriese que fue un error de detección, como el que frenó Petrov? Si Petrov hubiera considerado correctas las detecciones, se hubiera desencadenado un ataque soviético contra Estados Unidos iniciando la guerra nuclear. Pero con su acción o mejor dicho, su no acción, Petrov nos salvó de una segura guerra nuclear. Su prudencia salvo al mundo y debemos estarle eternamente agradecidos.

Ver video donde entrevistan durante 28 minutos a Stanislav Petrov

Entrevista con Stanislav Petrov, Premio de la Paz de Dresde por haber prevenido una guerra nuclear


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