Los Estados Unidos
provocaron en 1966 en la provincia de Almería, en el sur de España, el mayor
accidente con pérdida de armas nucleares de la historia. De un avión cayeron 4
bombas termonucleares que afortunadamente no estallaron pero la radiación
emitida por la catástrofe aún sigue cobrándose vidas.
Las bombas fueron recuperadas tras
84 días de intensas búsquedas. Una reciente investigación llevada a cabo y
publicada por el diario estadounidense The New York Times revela
que, tras haber localizado a 40 militares que participaron en la descontaminación
de la playa de Palomares (Almería, España) tras la caída accidental de cuatro
bombas termonucleares, han constatado
que al menos 21 de ellos sufren cáncer y otros 9 ya habrían muerto por esta
misma enfermedad.
El 17 de enero de 1966 cayeron sobre la playa de Palomares, que
pertenece al municipio almeriense de Cuevas del Almanzora, las cuatro bombas termonucleares de 1 MW que
portaba el bombardero estratégico B-52. Era la consecuencia de una mala
maniobra de repostaje en vuelo. Cada una de esas bombas tenía un potencial destructivo 70 veces mayor que
las que pulverizaron las ciudades de Hiroshima y Nagasaki.
No
se produjo una explosión nuclear, pero
"una cayó al mar y otra vio su caída amortiguada por el paracaídas,
mientras que las otras dos impactaron sobre el suelo, lo que motivó que
detonara su explosivo convencional y que el plutonio que contenían ardiera y se
dispersara por el territorio en forma de aerosol", tal como explica un
artículo de la ONG Ecologistas en Acción, publicado con motivo del 50 aniversario
de esta catástrofe. "Tras la caída de las bombas se realizó una operación
rápida de limpieza con la que se retiró la contaminación más superficial. Se
trataba de reducir en la medida de lo posible la radiactividad ambiental, sin
complicarse mucho, evitando que cualquiera pudiera conocer detalles sobre las
características de las bombas". Entre los operarios que llevaron a cabo
con sus manos aquella limpieza superficial estaban los 40 militares de los que
habla el periódico neoyorquino, la mayoría de los cuales ha desarrollado
cáncer.
Según
el físico nuclear Francisco Castejón, portavoz
de Ecologistas en Acción y también una de las personas más implicadas en la
reparación del daño sufrido en Palomares, la investigación publicada en el
diario The New York Times no es
ninguna sorpresa: "En absoluto. Uno de los asuntos que queda claro a la
vista de lo ocurrido es que Estados Unidos no solo no había respetado a la
población de la zona, que no fue evacuada ni mínimamente protegida, sino
tampoco a sus propios soldados. Estaban deficientemente equipados y no sabían a
qué se enfrentaban; andaban buscando restos por la zona con unos simples
guantes y unas simples mascarillas de cirugía, que es un equipo absolutamente
insuficiente ante la radiación".
Lo
que explica Castejón a partir de aquí resulta profundamente desolador: "Esos soldados eran carne de cañón.
Bastantes de ellos eran negros o latinos, y por eso sufrían una baja
consideración en el ejército. Durante las operaciones de limpieza iban marcando
las zonas contaminadas con banderolas y cuando había viento la contaminación se
desplazaba y ellos tenían que ir a cambiar las banderolas, es decir, pasaban
por zonas contaminadas una y otra vez".
El
diario 20 minutos,
que también se hace eco de la investigación publicada por The New York Times, ofrece un testimonio desgarrador: "La Fuerza Aérea también alimentaba a
sus tropas con tomates de la zona contaminada que la sociedad española se
negaba a comer. 'Desayuno, comida y cena. Los teníamos hasta hartarnos',
cuenta Wayne Hugart, 74 años, y que
servía como policía militar. 'Nos decían que no estaban malos', añade".
Estando
al corriente de esto, es normal que Francisco Castejón no se sorprenda por lo
publicado acerca de los soldados norteamericanos enfermos de cáncer, aunque
admite que "es verdad que hasta ahora nadie se había ocupado de este tema.
Nosotros habíamos denunciado ese peligro pero no habíamos tenido acceso a esta
información". De hecho, en lo realmente importante, la situación es la
misma: nadie se ocupa de este tema. Según recoge también 20 minutos, ni siquiera
el ejército de Estados Unidos se hace cargo. Así lo demuestra el caso del veterano Frank B. Thompson, que colaboró en la limpieza de Palomares y ahora
tiene que costearse su propio tratamiento médico frente a la indiferencia de
las autoridades militares norteamericanas:
"Thompson tiene hoy 72 años, y lidia con un cáncer de hígado, pulmón y riñón.
Su tratamiento médico le cuesta 2.200 dólares al mes (1.900 euros) y sería
gratis si la Fuerza Aérea le reconociese que fue víctima de la radiación en
Palomares".
Y
es que, según el mismo diario,
"durante los últimos 50 años la Fuerza Aérea ha sostenido que no hubo
radiación dañina en el lugar del accidente, donde se registraron, dice, niveles
de contaminación mínimos, además de asegurar que las 1.600 personas que
participaron en la limpieza la zona se protegieron con estrictas medidas de
seguridad". Si es cierto lo que nos cuenta Francisco Castejón acerca
de las condiciones de trabajo de aquellos soldados, la noción que el ejército
estadounidense tiene de "estrictas medidas de seguridad" es, como
mínimo, muy deficiente.
Sin
embargo, esta indiferencia no es patrimonio único de Estados Unidos en este
asunto. Tal como Ecologistas en Acción
denuncia en un artículo firmado por el propio Francisco Castejón junto al
abogado José Ignacio Domínguez y el activista Igor Parra, "Estados Unidos se
ha desentendido del problema de la contaminación de Palomares y, como revelan
los cables de WikiLeaks, el Estado español tampoco ha realizado una presión muy
fuerte para evitarlo". Alegan también que ninguna de las instituciones
pertinentes en España se ha involucrado: "Ni el Consejo de Seguridad
Nuclear (CSN), encargado de la protección radiactiva de la población, ni
Enresa, encargada de la gestión de los residuos radiactivos en nuestro país.
Ni, por cierto, ningún Gobierno hasta el momento. Así que el plutonio de
Palomares ha sobrevivido a la dictadura de Franco y a los gobiernos de Suárez,
Calvo Sotelo, González, Aznar, Zapatero y Rajoy".
Para
la memoria queda el gesto efectista y más bien folclórico con el que se
pretendió calmar a la población local de entonces: el ministro franquista Manuel Fraga bañándose en la playa de Palomares
junto al embajador de Estados Unidos y el jefe de la región aérea del Estrecho.
La
imagen vale como resumen del tipo de gestión que las autoridades españolas y
norteamericanas hicieron del asunto. A este respecto, desde Ecologistas en
Acción señalan que "hoy en día aún
nos preguntamos por qué no se evacuó la zona tras el accidente y por qué no se
descontaminó totalmente el territorio antes de permitir que la población
volviera. Esto solo lo podemos entender considerando que Franco estaba en el
poder y que no quería incomodar a sus amigos americanos".
Cuando
le preguntamos por el impacto real de este incidente en la salubridad de la
zona de Palomares, Francisco Castejón
nos revela cosas aún más inquietantes: "La radiación de Palomares se ha
convertido en un experimento en sí misma. No hay que olvidar que uno de los que
se encargó de supervisar aquello fue el doctor Lanham, también conocido como el
'Doctor Plutonio', que estuvo obteniendo datos sobre los efectos de la
radiación en las personas afectadas, sobre los soldados y sobre la población.
Anteriormente había llevado a cabo otros experimentos, en los que llegó a
inyectar plutonio a presidiarios… en fin: lo cierto es que hoy no se sabe cuál
fue el impacto de la radiación en la población de entonces, porque las fichas
médicas de los pacientes desaparecieron del archivo de la antigua Junta de
Energía Nuclear (actual CIEMAT) en los años 80. Esas fichas habrían permitido
extraer información sobre los efectos de la radiación en la salud de la
población local, pero desaparecieron. Tras el accidente, por la Junta de
Energía Nuclear pasaban entre 150 y 200 personas al año para hacerse análisis
de contaminación. Y los resultados quedaban registrados en sus fichas… y ahora
esas fichas ya no existen". Sobre si hay alguna hipótesis para su
desaparición, responde que "no tenemos ni idea". "Simplemente se
nos ha dicho que no están, que se han perdido. Es algo bastante llamativo,
claro".
De
acuerdo con Ecologistas en Acción,
"el territorio de Palomares sigue siendo el lugar más contaminado por
plutonio de Europa". Y precisan: "Los estudios realizados por el
CIEMAT han mostrado que existe en la zona medio kilo de plutonio distribuido en
una extensión de la tierra contaminada de unas 60 hectáreas, en cuatro zonas.
La contaminación llega en algunos lugares hasta profundidades de 6 metros y, en
total, habría que remover unos 50.000 metros cuadrados de tierra para limpiar
el territorio".
Remarcan
que para ello "sería necesaria una posición firme frente a Estados Unidos
que les demostrara la voluntad del
Estado español para que se resolviera el problema de Palomares de una vez por
todas. Y es aquí donde hemos encallado. Esta voluntad ha faltado y sin ella no
es posible forzar a los norteamericanos a que limpien la zona, sobre todo
teniendo en cuenta que esto supone un precedente para las otras 39 zonas contaminadas
del planeta por accidentes similares al de Palomares. Estados Unidos teme, sin
duda, que tenga que hacerse cargo de los residuos generados en otros casos de
'broken arrow'" tal como se llamó al accidente “Flecha rota”.
Por
ahora, el mayor avance consiste en un acuerdo firmado por el ministro de Asuntos
Exteriores Español, José Manuel
García-Margallo, y el secretario de Estado norteamericano, John Kerry.
Francisco Castejón nos explica por qué no es suficiente: "Más que un
acuerdo es una declaración de intenciones. En este acuerdo no se fijan plazos,
no se fija la metodología y cualquiera de las partes puede echarse atrás en
cualquier momento". Al menos reconoce que "tiene un par de
elementos positivos: fija el límite de contaminación dejada en tierra para que
las dosis radiactivas que hipotéticamente reciba la población sean aceptables y
se mantengan por debajo de los límites legales, y también Estados Unidos en
este documento se compromete a llevarse la tierra contaminada".
Castejón
cree que actualmente "no es tan
peligroso vivir en Palomares, porque las tierras contaminadas (aproximadamente
cinco campos de fútbol) están valladas, pero podría volver a serlo por dos
motivos: por un lado, la contaminación se va dispersando a causa del viento,
del agua y de los animales que puedan entrar y salir del terreno vallado… y por
otro, ocurre que un isótopo del plutonio se acaba transformando en americio
241, que es mucho más radiotóxico, y según avanza el tiempo, aumenta la
peligrosidad. Así que en este asunto, el tiempo juega totalmente en
contra".
Ecologistas
en Acción se ha dirigido directamente al embajador de Estados Unidos en España, James Costos, para plantearle la
urgencia de la situación. Ha habido ya
demasiado silencio, demasiada ocultación, demasiada desinformación, y ya
empieza a hacerse tarde en Palomares. El embajador no ha dado respuesta alguna
aún. Y es grave, porque en situaciones como esta, el silencio también se
convierte en un agente tóxico.
Vea
aquí los documentales que desarrollan este urticante tema:
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