Benedicto
XVI (elegido en el 2005) con su renuncia el 28 de febrero de este año, se agrega
a la lista de Papas que decidieron dejar el trono de Pedro.
Los dos mil años de
existencia del título del “Obispo de Roma”, están plagados de turbulencias,
intrigas, nepotismos e incluso crímenes. Sólo
entre los siglos IX y XI (del año 882 al 984) unos nueve papas desaparecieron
por la fuerza de la Silla de Pedro, envenenados unos, estrangulados o
acuchillados otros, y el resto obligados al destierro.
Antes de Benedicto
XVI existieron al menos 30 papas que renunciaron,
fueron obligados a dimitir o los asesinaron para ocupar su puesto.
Resumen de los papas que renunciaron o murieron
violentamente
En una apretada
síntesis fueron los siguientes:
Eusebio, el Papa número 31, fue enviado al destierro por el emperador Majencio. |
El Papa Sabiniano (604-606) había provocado las
iras del pueblo -ya crispado por la carestía que se había declarado- con
ataques a la memoria de su predecesor Gregorio I, a quien aquel ya veneraba
como santo y algunos de cuyos escritos mandó destruir el nuevo Papa. Sabiniano
no perdonaba al gran Gregorio haberle reconvenido por su poco airosa intervención
como legado ante el patriarca de Constantinopla, que había asumido el titulo de
«ecuménico» en abierto desafió al Pontífice de Roma. Perdió la vida en medio de una insurrección general y sus funerales
dieron lugar a toda clase de desórdenes.
En la época
medieval obligaron a dimitir a Constantino
II (767), y después de ser depuesto se le arrancaron los ojos y confinado a un monasterio,
donde más adelante fallecería; a Juan VIII (872-882),
al que intentaron envenenar pero como el veneno actuaba lentamente, el Pontífice fue rematado a martillazos en
la cabeza, poniéndose así fin a una vida tempestuosa, sea por los múltiples
problemas que hubo de enfrentar (la invasión del sur de Italia por los
sarracenos, las disputas de los últimos carolingios por la corona imperial, el
cisma de Focio), sea por las costumbres controvertidas de Juan, que era afeminado.
El Papa Formoso murió envenenado. Nueve meses después, su cuerpo fue profanado por el Papa Esteban VI que también murió asesinado. |
El papa Juan X (914-928) fue envenenado y
asesinado por Guido de Tuscia que lo asfixió con una almohada, por orden de la
matrona romana Marozia (amante del
Papa Sergio III), que también mató a
Esteban VII (929-931). El hijo de
Marozia, Alberico, asesinó a su
madre y también al papa Juan XI
(931-935). El Papa Esteban VIII (939-942),
fue puesto en prisión y horriblemente mutilado, muriendo a consecuencia de la
gravedad de sus heridas.
El Papa Juan XII (937-964), también conocido
como "El Papa Fornicario". De nombre Octaviano, tenía en el momento
de su elección menos de dieciocho años y una nula formación, tanto mundana como
religiosa. Informes de su tiempo
concuerdan con su desinterés por lo espiritual, su afición a placeres groseros
y su vida disoluta sin inhibiciones. Su pontificado es considerado como uno de
los más nefastos y depravados de la historia de la Iglesia por la catadura
moral del pontífice, ya que cometió los peores pecados.
El emperador Otón I
convocó un concilio en San Pedro en el que, en noviembre de 963, que depuso al papa acusándolo de vicios,
pecados y delitos tan graves como el incesto, el perjurio, el homicidio y el
sacrilegio. Inmediatamente después eligieron para sustituirlo al secretario
del emperador, León, un seglar que recibió las órdenes sagradas ese mismo día y
que tomó el nombre de León VIII.
Juan XII que, en su huida, se había llevado los
tesoros de la Iglesia, organizó un ejército con el que regresó a Roma en
febrero de 964, una vez que Otón hubo regresado a Alemania, y convocó un
concilio que depuso al huido León VIII, dedicando los últimos días de su
existencia a vengarse de sus opositores, lo que motivó que Otón regresara
nuevamente a Roma, aunque cuando llegó el Papa ya había fallecido. En efecto, Juan XII murió el 14 de mayo de 964 según
parece asesinado por un marido que había sorprendido al Papa en el lecho de su
mujer.
El papa Benedicto V (964) fue obligado a
exiliarse a Hamburgo; Benedicto VI
(973-974) fue asesinado por estrangulamiento en el castillo de San Ángelo de
Roma, y Bonifacio VII (984) también
tuvo que exiliarse y fue asesinado.
Juan XIV (983-984) murió de hambre en el castillo
de San Ángelo, otros dicen que fue envenenado; a Benedicto IX (1033-1045) lo echaron del cargo al comprar el papado,
y a Gregorio VI (1045-1046) lo
depusieron y le exiliaron a Colonia. El Papa Clemente II (1046-1047) fue envenenado por orden de Benedicto IX,
cuando regresaba de Alemania, donde había trazado el plan de reforma con el
apoyo de Enrique III. Su cadáver fue llevado a Bamberg, ciudad de la que había
sido obispo antes de ser Papa y en cuya catedral fue enterrado. En el siglo
XVII fue abierta su tumba y se comprobó que el Papa debió ser un hombre de gran
estatura (alrededor de 1,90 metros) y extraordinariamente rubio. Nuevamente
exhumados en 1942, los restos fueron sometidos a análisis cuyos resultados
corroboraron la muerte por envenenamiento.
Benedicto X (1058-1059) renunció por propio
convencimiento y se convirtió en simple cardenal; Juan XXI (1276-1277) murió en un accidente en Viterbo al caerle
encima un tejado, y Celestino V
(1294) renunció.
El papa Gregorio XII (1406-1414) fue el último
pontífice que renunció antes que Benedicto
XVI, pero entre Gregorio y Benedicto hubo tres Papas que no renunciaron
pero murieron en extrañas circunstancias. Está el caso de Alejandro VI (1492-1503), que se dice que murió de malaria, aunque
existen serias razones para pensar que fue víctima
del arsénico que les fue administrado a él y a su hijo César durante un
banquete en el palacio del cardenal Adriano de Corneto. Los enemigos de los
Borgia dijeron que éstos habían caído en su propia trampa, ya que por
equivocación ingirieron el mortal veneno preparado para su anfitrión, de cuyos
ingentes bienes querían apoderarse. No obstante, es de creer que en realidad se
trató de un atentado planeado por aquellos a quienes el creciente poderío del
Valentino, avalado por su padre, aterraba. No hay que olvidar que Cesar Borgia
había limpiado de tiranos los dominios pontificios y se aprestaba a formar un
poderoso estado hereditario en el centro de Italia.
La causa de la
muerte de León X (1513-1521) parece
que debe buscarse en el veneno que le
habría administrado su copero Bernabé Malaspina, el cual fue detenido. El
ceremoniero pontificio Paris de Grassis pidió a los médicos que practicaran la
autopsia al cuerpo del papa Medici, pero no se le hizo caso y se quiso echar
tierra al asunto, aunque no pudo hacerse callar a Pasquino, la estatua parlante
de Roma, que se hizo eco de los rumores de asesinato. Ya en 1517, León X había
sido objeto de un intento de envenenamiento. La conjura, en la que se hallaban
implicados al menos cinco cardenales, fue descubierta al interceptarse una
carta del cardenal Petrucci, el cabecilla, a su secretario Nini. Resultó que se
había corrompido a Pietro Vercelli, médico del Papa, para que emponzoñase el
medicamento con que le trataba de una molesta fístula. Petrucci, después de ser
condenado en juicio y degradado de su dignidad cardenalicia, fue ahorcado en
Sant'Angelo, mientras Vercelli y Nini sufrían la pena de descuartizamiento. Los
otros conjurados huyeron, siendo degradados a su vez. León X vio considerablemente
reducido el Sacro Colegio de cuya lealtad ni siquiera estaba seguro, por lo que
en un solo consistorio creó de golpe treinta y un cardenales, medida que no
evitó que finalmente sucumbiera a manos criminales.
Un caso emblemático
es Juan Pablo I, (26 de agosto de
1978-28 de setiembre de 1978), el primero en la historia en adoptar un nombre
doble. El sucesor del Papa Pablo VI trató
de hacer limpieza en El Vaticano pero, todo indica que su breve reinado de 33
días fue acortado porque murió envenenado. Muchas voces se alzaron pidiendo
una autopsia que fue negada, al igual que la toma de muestras de sangre del
cuerpo y el apresurado embalsamamiento, permiten sospechar que su muerte fue deliberadamente anticipada
para impedir la depuración de la Iglesia Católica.
El primero que obligaron a renunciar
El primero en
renunciar, según las crónicas, fue San Ponciano. Las fuentes históricas
no son abundantes sobre la vida de este Papa. Sucedió a Urbano I el 21 de julio
del año 230. En el año 235, accedió a la jefatura del imperio romano Maximino el Tracio, quien desató una de
las tantas persecuciones romanas contra los cristianos. El Papa fue desterrado
a la isla de Cerdeña. Tras dos años de muchas penalidades, murió en el año 235
(quizás el 28 de noviembre) ó 236, en unos textos se dice de penuria y
sufrimiento o, según una tradición, a garrotazos. Poco antes de su muerte,
aunque no se sabe cuánto tiempo exactamente (acaso el 27 ó 28 de septiembre del
235), renunció al pontificado con la intención de despejar el camino para la
elección de otro papa. No obstante, no hay consenso en aceptar esta renuncia
como un hecho seguro.
Llega Constantino
Setenta
años después, Flavio Valerio Aurelio
Constantino (c. 272 – 337) es proclamado Emperador de los romanos por sus
tropas el 25 de julio de 306, y lo fue hasta su muerte. Su gobierno puso orden
en un Imperio devastado por guerras civiles, de las que él emergió triunfante.
Ese orden incluyó establecer la monarquía absoluta, hereditaria y por derecho
divino; imponer legislación que ataba a los campesinos a la tierra y a los
artesanos a sus oficios – rasgos que vendrían a ser dominantes en la economía
feudal Constantino legaliza el culto cristiano, asociando la
organización eclesial a la burocracia imperial, y abriendo paso a la
declaración del cristianismo como religión oficial del Imperio por su sucesor
Teodosio, en 380.
En
el año 313, Constantino decretó en Milán, en conjunto con su cuñado y aliado Licinio, el fin de las persecuciones y las restricciones a la práctica del
cristianismo en el Imperio. Con ello culminaban tres siglos de una relación
conflictiva que entre 303 y 311, durante el reinado de Diocleciano, predecesor de Constantino, había dado lugar a severas
medidas represivas contra las organizaciones cristianas y sus creyentes. Pero,
y sobre todo, de esa manera se sentaron las bases de una alianza entre
Constantino y las iglesias cristianas, que contribuyó de manera decisiva no
sólo a su lucha por el poder, sino a su programa de reordenamiento y
consolidación del Imperio.
El Decreto de Milán, en efecto,
abrió paso a la derogación de las restricciones al culto cristiano, a la
devolución a la Iglesia de las propiedades que le habían sido confiscadas, y a
la incorporación de los cristianos a las altas magistraturas del gobierno.
Constantino
tuvo este cambio luego de una visión que tuvo antes de una gran batalla. Observó en el cielo una cruz sobrepuesta al
sol cuando marchaba con sus soldados a la batalla, seguida de un sueño en el
que se le ordenaba incorporar la cruz a su estandarte, con la inscripción «In
hoc signo vinces» (“Con este signo vencerás”).
Aun
así, Constantino no patrocinó únicamente al cristianismo. El Arco de Constantino, erigido tras su victoria en la Batalla del
Puente Milvio, está decorado con imágenes de dioses como Apolo, Diana, y
Hércules, y no contiene ningún simbolismo cristiano. En 321, decretó que
los cristianos y los no cristianos debían observar juntos el “día del sol” – el
Día del Dóminus de los latinos, Sun Day de los anglosajones -, que hacía
referencia al culto al Sol Invictus, como expresión de la dignidad imperial,
representada en el halo solar que rodeaba las representaciones de la cabeza del
Emperador.
En
ese marco, Constantino convocó en el año 325 el Primer Concilio de Nicea, movido por la preocupación de que las
disputas religiosas que caracterizaron al cristianismo primitivo afectaran la
unidad del Imperio. Allí se formaron la
veneración a María, las imágenes, la Trinidad, la naturaleza de Cristo, y otras
creencias que serían dogmáticas luego, naciendo la Iglesia Católica.
El
de Nicea fue el primer Concilio Ecuménico (universal), con la participación de
alrededor de 300 obispos, del millar
por entonces existente en todo el Imperio, cuyo transporte, alojamiento y
alimentación corrieron a cuenta del Estado. El encuentro permitió formalizar la relación estado-iglesia que
permitiría la expansión del cristianismo con una vitalidad inédita.
Constantino, que supo retener el título de pontifex maximus – que los
emperadores romanos llevaban como cabezas visibles del sacerdocio pagano –
inauguró el concilio con un discurso inicial, ataviado con telas y accesorios
de oro, para demostrar el poderío del Imperio por un lado, y su especial
interés en el concilio, por el otro.
A
este apoyo correspondió la Iglesia con un indeclinable respaldo al Emperador,
que se prolonga en las leyendas creadas para justificarlo. Así, por ejemplo, la
que, en el siglo VIII, atribuyó al Emperador una “Donación de Constantino”, que ponía en manos del Papa el gobierno
temporal sobre Roma, Italia y el occidente al Papa.
Con
todo, Constantino, hombre pragmático, mantuvo
vínculos políticos con la aristocracia imperial pagana hasta el final de su
vida, y sólo fue bautizado en su lecho de muerte, en el año 337. Y ese
pragmatismo se expresa también, sin duda, en las violencias inherentes a la
conquista y preservación de su cargo por el Emperador. Así, por ejemplo, en 325
ordenó la ejecución de su cuñado el Emperador romano de Oriente Licinio, y en
326 las de su hijo mayor, Crispo, y su segunda esposa, Fausta. De todo esto
resultó, a fin de cuentas, una Iglesia imperial, por un lado, y un Emperador
eclesial, por el otro. Y ese resultado mueve a pensar que si el Emperador Diocleciano no pudo someter a los cristianos mediante
la persecución, Constantino tuvo sin duda mayor éxito mediante la corrupción
característica de un poder político así obtenido y ejercido.
Hasta
hoy, en efecto, todos los signos externos del poder en el Vaticano – desde el
ropaje color púrpura de los cardenales hasta el título de Pontífice que se
otorga al Papa, pasando por el solio, el palio, el lábaro y la pompa – son de
origen imperial, y han sido preservados con un cuidado notable. Pero la forma
concreta, como sabemos, es siempre la de un contenido puntual y, por lo que se
va sabiendo de la política interna del Vaticano a raíz de la renuncia de Benedicto XVI, se descubre que junto a los
signos imperiales persistieron, también, muchos de los vicios del Imperio.
Obligan a abdicar a
San Silverio
Las intrigas palaciegas no fueron ajenas entre los Papas y el siguiente
que fue obligado a dejar su cargo, fue San Silverio.
Silverio fue
elegido Papa probablemente el 1 o el 8 de junio del año 536 y murió en el 537,
quizá el 2 de diciembre. Los territorios del antiguo Imperio Romano de
Occidente estaban entonces divididos en diversos reinos resultantes de su
ocupación por los pueblos «bárbaros». El Imperio Bizantino (antiguo Imperio
Romano de Oriente) permanecía en pie y con la pretensión de recuperar parte de
aquellos territorios. Los ostrogodos intentaron tomar Roma, y aunque no lo
consiguieron, destruyeron los suburbios. El
Papa y los senadores pidieron auxilio al Imperio Bizantino, encabezado por el
emperador Justiniano, quien había enviado a su general Belisario a arrebatar
Italia a los ostrogodos.
Teodora, la esposa
de Justiniano, resentía del Papa que no aprobaba su política religiosa
heterodoxa (apoyaba al monofisitismo, una herejía según la cual en Cristo no
hay dos naturalezas –la humana y la divina–, sino solamente la divina).
Aprovechando la presencia de sus soldados en Roma, la emperatriz, acusándolo
falsamente de traidor al Imperio, mandó
secuestrar a San Silverio y conducirlo hasta Patara de Licia, en el Asia
Menor. Belisario proclamó Papa a Vigilio, diácono que aspiraba al pontificado y
era favorecido por la emperatriz (29 de marzo del 537). El obispo de Patara
demostró la inocencia de Silverio ante el emperador Justiniano, por lo que éste
lo liberó y lo envió a Roma de vuelta. De camino fue capturado por los
partidarios de Vigilio, quienes, con el respaldo de Belisario, leal a Teodora, lo desterraron a la isla de Palmarola, en
el Mar Tirreno, frente a Nápoles. No se sabe si murió en esa isla o en la
de Ponza, ni si fue por malos tratos y hambre o por asesinato.
Una tendencia historiográfica
sostiene que Silverio se vio forzado a renunciar el año 537, quizá el 11 de
noviembre, a unas pocas semanas de su muerte. El Annuario Pontificio de 2002
acepta la abdicación de Silverio al considerar que el pontificado de Vigilio se legitimó tras la renuncia de
aquel, con el reconocimiento de parte del clero romano, sanándose de ese
modo los vicios de la elección. Otros autores consideran a Vigilio como
antipapa hasta la muerte de Silverio. Según esta línea, Vigilio abdicó cuando
murió Silverio, y es cuando el clero romano, movido quizá por la búsqueda de la
paz y por temor a Belisario, lo eligió como Papa.
San Martín I, el
último Papa declarado mártir
Elegido el 5 de
julio del 649, a Martín I le tocó
hacerle frente a la herejía del monotelismo, según la cual en el Verbo hecho carne
hay solamente una voluntad y una energía (la divina), y no dos (una humana y
otra divina). Martín convocó un concilio en Letrán que condenó los postulados
monotelitas, a la vez que censuró dos edictos imperiales que los favorecían. El emperador Constante II mandó apresar al
Papa. El 17 de junio del 653 fue llevado a Constantinopla, adonde llegó en
el otoño del mismo año. El Senado lo acusó de traición y lo condenó a muerte,
aunque esta pena se le conmutó por el destierro al Quersoneso, en Crimea
(península de la actual Ucrania). Partió a este exilio en abril del año 654. No sólo fue despojado de sus vestiduras
episcopales, sino que se le maltrató en sumo grado. No se puede afirmar con
exactitud la fecha de su muerte en el destierro, quizá fue el 16 de septiembre
del 655, o el año siguiente. Es el último Papa declarado mártir. Se dice que renunció al pontificado, quizá
un año antes de su muerte. En todo caso, podemos hacernos eco de lo
sostenido por el Annuario Pontificio per l’anno 2002: que parece que no
puso objeciones para la elección de su sucesor, San Eugenio I (10 de agosto del
654). El nuevo Papa divulgó en las diferentes naciones lo que el emperador
bizantino había hecho con Martín. El 2 de junio del 657 murió Eugenio en
extrañas circunstancias.
Juan XII, León VIII
y Benedicto V
El Papa León III,
en el año 800, consagró al rey de los Francos, Carlomagno, como el nuevo «Emperador de los Romanos». El nuevo
imperio, en manos primero de los francos y después de diversas dinastías
alemanas, sería llamado más adelante «Sacro Romano Imperio» y «Sacro Imperio
Romano Germánico». El germano Otón I
ocupó el trono imperial el año 962, coronado como tal por el Papa Juan XII. Este Papa (elegido el 16 de
diciembre de 955) políticamente llegó a chocar con Otón I, quien se presentó en
Roma con su ejército en el año 963. El Papa escapó, pero el Emperador promovió un sínodo de obispos en la Basílica de San Pedro
que depuso, el 4 de diciembre del 963, a Juan XII, a la vez que eligió al
papa León VIII, entronizado dos días
después. El último es catalogado por diversos historiadores como un antipapa.
Otón I reivindicó el derecho de los antiguos emperadores de Oriente de dar su
aprobación tras la elección del Papa, a lo que añadió la obligación de que éste
le jurara fidelidad. Juan XII volvió a Roma, donde convocó a sínodo que depuso
a León VIII, el cual había huido de Roma. Juan XII murió el 14 de mayo del año
964.
En Roma, al margen
de Otón I, los electores del pontífice eligieron a Benedicto V (en mayo, quizá
el día 22, del año 964), lo que provocó que el Emperador acudiera a Roma a
imponer nuevamente a León VIII. Así
lo hizo en un sínodo que convocó en Letrán, en el que se tuvo que hacer presente
Benedicto V, quien fue declarado
usurpador y degradado a diácono (24 de junio del 964). Lo común es que se hable
en este caso de deposición, aunque también abdicó. Sin duda, se trata de una
abdicación forzada. Otón I lo desterró a Hamburgo, donde vivió hasta su
muerte.
Determinar si Juan
XII dejó de ser papa depende de si se considera válida o inválida su
deposición. De ahí que diversos canonistas hayan negado la legitimidad del
pontificado de León VIII hasta la muerte de Juan XII, el 14 de mayo del 965.
Consideran que fue válido su pontificado desde esta última fecha hasta el 1º de
marzo del 965. Otros autores consideran totalmente ilegítimo su pontificado,
catalogándolo como un antipapa. El
Anuario Pontificio en su última edición sigue sin pronunciarse al respecto.
Se limita a decir que si la deposición
de Juan XII fue válida, entonces debe considerarse legítimo el pontificado de
León VIII. En cuanto a Benedicto V, incluirlo en la lista de los papas que
renunciaron depende de si se considera un papa legítimo. Diversos autores se
inclinan por la legitimidad de su pontificado, pero el Anuario Pontificio sigue sin definir la cuestión, señalando que si
se considera a León VIII como un papa legítimo, Benedicto V es un antipapa.
Benedicto IX,
Silvestre III y Gregorio VI, tres papas simultáneos
El caso de Benedicto IX es complejo: en tres
oportunidades ocupó el solio pontificio. Su primer período como Papa corre
entre 1032 (el Anuario Pontificio oscila entre los meses de agosto y
septiembre, sin precisar la fecha; otra fuente da el 21 de octubre) y
septiembre del 1044, cuando tiene que
huir debido a una sublevación en Roma contra los Tusculanos, poderosa
familia romana de la que él provenía. Los Crescencio, familia rival, lograron
que fuera nombrado, el 20 de enero del 1045, un nuevo papa: Juan, Obispo de
Sabina, quien adoptó el nombre de Silvestre
III y que algunos canonistas consideran antipapa, aunque otros le reconocen
el derecho de figurar en la lista de los papas legítimos y como tal consta en
la lista de pontífices del Annuario
Pontificio. Éste considera que el primer pontificado de Benedicto fue
interrumpido por la intrusión de Silvestre III. El segundo período se da entre
su llegada a Roma, el 10 de marzo de 1045, cuando depone y excomulga como
antipapa a Silvestre III, y su renuncia bajo presión, el 1º de mayo del mismo
año. Benedicto IX abdicó en la persona
de Juan Graciano, su padrino, quién tomó el nombre de Gregorio VI (5 de
mayo del 1045 al 20 de diciembre de del 1046), con la aceptación del clero y
del pueblo romanos.
Los autores se
dividen en la calificación de Gregorio VI como papa o antipapa. El Anuario Pontificio lo incluye en la
lista de los papas legítimos. A los dos
años de gobierno de Gregorio VI, tanto Silvestre como Benedicto seguían
pretendiendo derechos como pontífices. Por influencia del emperador Enrique III se reunió un sínodo en
Sutri (1046), al que fueron convocados Silvestre, Benedicto y Gregorio. En el
sínodo fue depuesto y abdicó Gregorio VI, y se anularon los derechos de
Silvestre y Benedicto (20 de diciembre de 1046). Benedicto no se presentó, pero
fue depuesto en un sínodo en Roma.
Gregorio VI ingresó como monje en el famoso monasterio
de Cluny, hasta su muerte, donde gozó de la compañía espiritual del celebérrimo
monje Hildebrando de Soano, el futuro papa Gregorio
VII, gran reformador de la Iglesia.
Al poco tiempo fue
elegido nuevo papa: Clemente II (24
de diciembre del 1046 al 9 de octubre del 1047). El tercer período de Benedicto IX transcurre octubre del
1047, según el Anuario Pontificio
(otros autores precisan el 8 de noviembre del 1047), cuando, con el apoyo de su
familia, los condes de Túsculo, violentamente
tomó el solio papal, y su nueva renuncia, en agosto de 1048 según el Anuario Pontificio (otros la datan el 16
ó 17 de julio del mismo año), cuando se ve arrojado de Roma por el conde
Bonifacio de Toscana por directriz del emperador Enrique III. Hay quienes sostienen que vivió el resto de su vida
aferrado al deseo de retornar al papado, pero es muy probable la versión según
la cual desistió de sus intentos bajo el consejo de Bartolomé, un santo monje,
abad de Grottaferrata (Roma).
Celestino V, murió
cautivo
Pedro di Morone era
un monje de origen campesino. Fue elegido papa el 5 de julio de 1294, cuando
contaba con ochenta y cuatro años de edad, después de dos años de estar vacante la silla apostólica, tras la muerte de Nicolás IV. Fue entronizado el 29 de
julio del mismo año y el quinto Papa que se llamó Celestino. Gozaba de fama de
santidad, y su elección fue celebrada multitudinariamente. Pero pronto se dio
cuenta de que no contaba con las cualidades para el gobierno eclesiástico. Le
faltó autoridad, seguridad, capacidad directiva y fuerza para no ser manipulado
por los grupos políticos. Fue necesario debatir sobre la licitud y la
conveniencia de la abdicación. Finalmente, el 13 de diciembre de 1294, alegando
ignorancia, incapacidad y ser un hombre de maneras y lenguaje incultos, cambió sus vestiduras papales por las
monacales que vestía antes, todo ello en un consistorio (reunión de los
cardenales con el Papa). Entonces, se postró y pidió perdón por sus errores,
los que solicitaba a la asamblea cardenalicia que reparara eligiendo un digno
sucesor de San Pedro. Regresó a su convento. Bonifacio VIII, su sucesor, quiso llevar al papa dimisionario a
Roma tanto para que le ayudara a apaciguar la oposición que su elección había
provocado, como para evitar que sus adversarios restablecieran al último en el
trono papal. Celestino huyó, pero fue capturado. Murió cautivo de Bonifacio
VIII en una pequeña habitación del castillo de Fumone, el 19 de mayo de 1296.
El caso de Celestino V reviste especial
significación por tres razones. La primera es que, mientras que en los
anteriores casos existe algún grado de incertidumbre en cuanto a si la renuncia
o la deposición se efectuaron o no, o a si fueron válidas, o a si hubo voluntad
de abdicación, o a si el papa lo era realmente, en el caso de Celestino no cabe
ninguna duda. La segunda es que se trata de una renuncia absolutamente voluntaria. La tercera es que con esta
renuncia, Celestino formalizó en el derecho canónico la renuncia de los
pontífices. En efecto, mediante un decreto, estableció la legitimidad de la
renuncia papal. Su sucesor, Bonifacio VIII (1294-1303), fue quien profundizó en
la regulación de la abdicación del Papa, mediante una decretal (carta
pontificia con fuerza de ley referente a dudas sobre cuestiones canónicas), a
la que pertenece el siguiente párrafo: “Nuestro
antecesor, el Papa Celestino V, mientras gobernaba la Iglesia, constituyó y
decretó que el Pontífice Romano podía renunciar libremente. Por lo tanto,
no sea que ocurra que este estatuto en el transcurso del tiempo caiga en el
olvido, o que debido al tema, esto se preste para futuras disputas. Hemos
determinado con el cónsul de nuestros hermanos que debe ser colocado entre las
otras constituciones para que quede perpetuamente en el mismo.”
Gregorio XII y el
Cisma de Occidente con los tres papas
El angustiante
período del Cisma de Occidente fue ocasión para una nueva renuncia papal. El 9
de abril de 1378 fue elegido papa Urbano
VI en un cónclave agitado y con la presión externa del pueblo romano que
exigía que el nuevo papa fuera romano o italiano. El nuevo papa actuó con rigor
para corregir costumbres insanas entre los eclesiásticos, por lo que chocó con
los cardenales. Éstos, en su mayoría franceses, en Fondi declaran nula la
elección de Urbano VI, y eligen a un
nuevo pontífice: Clemente VII. Los
reinos europeos se hacen partidarios de uno u otro papa (lo que se conoce como
el problema de las “obediencias”). El 30 de noviembre de 1406 fue elegido papa
legítimo, el veneciano Ángelo Correr, que tomó el nombre de Gregorio XII, en la línea sucesoria de
la obediencia romana. Contaba con 80 años. Fue entronizado el 9 de diciembre
del mismo año. En 1409, reinando Gregorio XII y prosiguiendo Benedicto XIII la
sucesión de Clemente VI, ciertos cardenales de uno y otro bando convocaron un
sínodo en Pisa. Éste depuso a ambos papas, declarándolos herejes y cismáticos,
a la vez que eligió a un nuevo Papa: Alejandro
V. Dado que ni Gregorio ni Benedicto renunciaron, la crisis se agravó:
ahora la cristiandad contaba con tres
papas. Al morir Alejandro V, le sucedió Juan XXIII (sic), que se cuenta en
la lista de los antipapas. Éste, después de convocar el Concilio de Constanza
en 1415, fue apresado y obligado a renunciar. Por su parte, Gregorio XII, papa legítimo, también
renunció el 4 de julio de 1415. Falleció el 18 de octubre de 1417, a los
noventa años. Benedicto fue depuesto por el Concilio. En 1417 fue elegido Martín V como legítimo papa. Terminó
así la más grave crisis de la Iglesia, que duró treinta y nueve años.
Pío VII: una
renuncia firmada... pero no realizada
A Pío VII le tocó
gobernar la Iglesia en los convulsos años de 1800 a 1823. Durante quince años
tuvo que hacerle frente a Napoleón Bonaparte, cuya política eclesiástica era de
la subordinación de la Iglesia a su gobierno, así como la extinción de los
Estados Pontificios para incorporarlos a su imperio. Cuando por deseo de
Napoleón y para negociar con éste, Pío VII fue a París a coronarlo como
emperador en 1804, el Papa firmó su
abdicación en previsión de una captura por parte de Napoleón. La detención
no se realizó en ese momento, por lo que el Papa pudo volver a Roma y la
renuncia no se llevó a efecto.
La legislación
actual
El actual Código de Derecho Canónico, promulgado por la autoridad de Juan Pablo II en 1983, en el capítulo
«Del Romano Pontífice y del Colegio Episcopal» (Parte II, Sección I), canon
332, párrafo 2 establece: «Si el Romano Pontífice
renunciase a su oficio, se requiere para la validez que la renuncia sea libre y
se manifieste formalmente, pero no que sea aceptada por nadie.» A
diferencia de la renuncia a los demás oficios dentro de la Iglesia (canon 189,
párrafo 1), no se requiere que sea aceptada por nadie por cuanto el Papa
«tiene, en virtud de su función, potestad ordinaria, que es suprema, plena,
inmediata y universal en la Iglesia, y que puede siempre ejercer libremente»
(canon 331).
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