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miércoles, 1 de febrero de 2017

LOS MISTERIOSOS PETROGLIFOS DE PUSHARO

En medio de la selva peruana existe una pared rocosa con diferentes imágenes grabadas que forman parte del Patrimonio Cultural de la Nación. El sitio está ubicado en Madre de Dios, en la cuenca del rio Palotoa, dentro del Parque Nacional del Manu.

Pusharo, vista de la base del acantilado
con los petroglifos.
Los antiquísimos Petroglifos de Pusharo muestran una variedad de imágenes de forma antropomorfa, serpientes, huellas de felinos, representaciones geométricas, motivos zoomorfos y astronómicos. Están grabados sobre paredes de roca, la más grande, mide alrededor de 25 metros de largo y su altura oscila entre los 2 y 4,3 metros, en el lugar donde se encuentra la figura aislada de un sol con rayos.

Una de las caras de Pusharo.
Pusharo, es un lugar sagrado donde se encuentra esta gigantesca pared rocosa llena de petroglifos que contiene grabados diversos signos y figuras totalmente desconocidas, esta se encuentra en la margen derecha del río Palotoa, afluente del río Alto Madre de Dios, en el departamento del mismo nombre.

Las rocas donde fueron grabados estos símbolos están ubicadas en tres sectores distintos a diferentes alturas respecto al nivel del río Palotoa. Pusharo está ubicado a 529 metros sobre el nivel del mar.

Los descubridores y estudiosos
Estos petroglifos fueron observados inicialmente en 1921, por el domínico Vicente de Cenitagoya; acompañado por el fraile de su congregación Jesús Broca y el sacerdote José Rodríguez así como por tres guías de la etnia matsiguenkas o machiguengas. El sacerdote llegó a Pusharo desde la misión ubicada en la boca del río Manu y realizó los primeros dibujos de algunos petroglifos. Registró el lugar bajo el nombre de Río Shinkibenia. Posteriormente, el sacerdote regresó al sitio en 1947.

Fray Vicente de Cenitagoya visita
nuevamente los petroglifos de Pusharo
en 1947.
Los petroglifos fueron visitados posteriormente en julio de 1969 por el médico y explorador peruano Carlos Neuenschwander Landa (1914-2003), quien cree haber identificado entre esos enigmáticos ideogramas un mandala, quizá de origen sánscrito, el cual se encuentra encerrada en un círculo.

Neuenschwander Landa, llegó a Pusharo junto con Santiago Yábar Calvo, empresario turístico del Cusco, los hermanos Corisepa, indígenas huachipaeris de Shintuya, y el taxidermista Celestino Kalinowski, entre otros.

Hacer clic en el mapa para
ampliar la imagen.
El padre dominico Adolfo Torralba llegó hasta el paredón de Pusharo en 1970, y fotografió el panel de petroglifos para el archivo de los Misioneros Dominicos.

En 1975, los aventureros Nicole y Herbert Cartagena (pareja franco-peruana) llegaron a Pusharo y en su libro Sobre la pista de los incas lo describieron como si fuera un nuevo descubrimiento realizado por ellos.

En 1978, el investigador cusqueño Fernando Aparicio Bueno, visitó el sitio. El arqueólogo y antropólogo peruano Federico Kauffmann Doig lo hizo en 1980. Publicando una fotografía y un corto párrafo en su libro Manual de la Arqueología Peruana (edición de 1983), con un primer calco de manera rigurosa de todos los grabados del sitio principal de los petroglifos.

Manual de Arqueología Peruana, de
Federico Kauffmann Doig.
Entre 1980 y 1981, ingresó al lugar la expedición veneciana del Centro Studi Ricerche Ligabue, bajo la dirección del arqueólogo italiano Giancarlo Ligabue (1931-2015).

En el mismo año, 1981, el alemán Hans Ferstl realizó su investigación antropológica sobre los matsiguenkas (nativos de la etnia Arawak), recopilando información sobre sus mitos y su relación con los petroglifos. Ferstl dio con los petroglifos durante una excursión de caza con dos matsiguenkas por el curso medio del río Palotoa, llamado Sinki’benia por los nativos. Escribió que según la creencia de los matsiguenkas, estos petroglifos denominados por ellos sankena’rintsi, fueron hechos por su héroe cultural Chaenka’vane.

Calco de los petroglifos de Pusharo
publicados por Federico Kauffmann Doig.
Los nativos visitaban el lugar a intervalos irregulares, particularmente cuando iban a cazar un tipo especial de mono que habita esta parte de su territorio comunal. Durante sus visitas al lugar, ellos pintaban algunos petroglifos que consideraban importantes (caras, huella de puma, líneas sinuosas indicando ríos), con una pintura vegetal de color azul-negro, empleada también para las pinturas faciales y corporales.

Los machiguengas antiguamente tenían la
costumbre de pintar algunos petroglifos de
Pusharo que consideraban importantes.
Los aborígenes preparaban la pintura antes de partir de caza y la llevaban luego en una bolsa pequeña. Procuraban terminar con el pintado de los petroglifos antes de que oscureciese, ya que temían al lugar, pues, según ellos, es buscado en la noche por las almas de los muertos causando sueños malos en quienes duermen allí.

La costumbre se perdió hace un par de décadas, puesto que los matsiguenkas actuales que habitan en Palotoa-Teparo ya no recuerdan esta práctica.

Uno de los soles grabados en Pusharo,
con rayos.
En 1996, la entonces estudiante de antropología de la UNSAAC, Patricia M. Vega Centeno, recibe apoyo económico de la ONG peruana Pro-Naturaleza para realizar una documentación pormenorizada de los petroglifos de Pusharo y Queros en el marco de sus prácticas pre profesionales. A pesar de presentar algunos errores de descripción y análisis, tiene el mérito de constituir el primer trabajo conocido que aporta calcos a escala de los petroglifos de la parte visible del panel principal de Pusharo, ejecutados mediante la técnica de frottage.

El estadounidense Gregory Deyermenjian
en 1991 visitó el sitio de Pusharo.
En ellos, sin embargo, no aparecen los dos grandes soles de la parte superior del panel ni los grabados erosionados existentes en la base de la pared rocosa.

El misionero español Joaquín Barriales, investigador aficionado del arte rupestre (quien en 1982 publicara el trabajo del alemán Christian Bües sobre los Petroglifos de la cuenca del Alto y Bajo Urubamba, en la región amazónica del Cusco), hizo dibujos a partir de las fotografías de Torralba y los incluyó en la publicación referida.

Thierry Jamín en Pusharo, año 2005.
El explorador de origen estadounidense Gregory Deyermenjian, junto con gente local, un guarda parque, tres matsiguenkas de Palotoa-Teparo y guiado por Santiago Yábar Calvo, visitó Pusharo en octubre de 1991 durante su expedición en búsqueda de la ciudad perdida de Paititi, patrocinada por el Instituto Nacional de Cultura del Cusco.

En 2005, el buscador de tesoros francés Thierry Jamin y Herbert Cartagena estudiaron los petroglifos de Pusharo. Aseguraron que se trataba de un mapa que conducía a la legendaria ciudad de Paititi. Jamin hizo nuevas expediciones en los años siguientes a diferentes lugares de la selva.

Posible origen de los petroglifos
Desde el punto de vista arqueológico, no hay al presente explicación satisfactoria acerca de los diseños de Pusharo, ni correlaciones con otras culturas, se ignora así mismo la edad de estos petroglifos.

Gregory Deyermenjian y el famoso
explorador peruano Carlos
Nuenschwander Landa.
No existe consenso sobre la época probable de su realización. La mayoría de las opiniones se basan en la observación de las figuras, pues no existen materias asociadas a los Petroglifos que permitan realizar fechados radio carbónico. Sin embargo, considerando algunos íconos representativos, este sitio parece corresponder a una larga secuencia de ocupación que, probablemente, iría desde el periodo formativo (2000 a.C. a 200 a.C.), hasta el periodo inca imperial (1430 d. C. a 1532 d.C.).

Ni siquiera los investigadores se ponen de acuerdo, mientras unos afirman que los Petroglifos de Pusharo son grabados posiblemente de origen amazónico, otros afirman que tienen un origen incaico y otros afirman que pertenecen a una cultura totalmente desconocida.

El investigador Yuri Leveratto en el año 2008
en Pusharo, con sus dos guías indígenas.
Respecto a Pusharo y su supuesta relación con los Incas, según indican los investigadores Rainer Hosting y Raúl Carreño Collatupa, «...no existe indicio alguno para sospechar una afiliación cultural inca de los grabados».

En 2008, el investigador ítalo brasileño Yuri Leveratto visitó el lugar y sostiene que los petroglifos de Pusharo fueron realizados por grupos étnicos de la Amazonia que visitaron el área en tiempos que se remontan al Mesolítico, en el 6.000 a.C.

Hasta el presente no hay una explicación
satisfactoria sobre el significado de los
símbolos de Pusharo y sobre su edad.
Respecto a la llamada "Cara de Pusharo" o cabeza en forma de figura tipo "máscara" (repetida por lo menos seis veces) dice que representa a la tribu a la que pertenecían los autores del magistral registro pétreo.

Los grabados se pueden encontrar en tres zonas las cuales han sido categorizadas en “A”, “B” y “C”. Los Petroglifos del sector A de Pusharo se caracterizan por su estilo eminentemente geométrico y abstracto; los pocos motivos clasificables como figurativos son principalmente antropomorfos, en formas de cabeza o mascaras humanas, serpientes, huellas de felinos y representaciones del astro sol a la vez se puede observar algunos motivos peculiares compuestos de dos elementos una figura en forma de T, contorneada o simple, con un apéndice complejo o sencillo que desprende de la parte superior, se podría interpretar de manera especulativa como abstracciones de cabeza antropomorfa o zoomorfas (jaguar) adornados con penachos de pluma. En los grabados del sector B están ausentes los relieves pronunciados o dobles bordes, predominando las rectilíneas sobre las curvilíneas; se presenta depresiones rectangulares y en cuanto a los surcos de los grabados prevalece el perfil en V. En el sector “C” se pueden encontrar pocos petroglifos los cuales han resistido a la arremetida del río, por encontrarse a mayor altura los cuales son de surcos delgados y poco profundos diferentes a los de los sectores “A” y “B”.

Ubicación de Pusharo en el Parque Nacional
Manu. Hacer clic en el mapa para ampliarlo.
Las paredes “A” y “B” se encuentran en buen estado de Conservación, en tanto que la Pared “C” se encuentra en regular estado debido a la erosión de la piedra provocada por la corriente de agua del río Palotoa.

Estas figuras grabadas cubren una pared rocosa orientada este-oeste. Varios Soles por otra parte están representados sobre la roca. Uno de ellos domina todo el sitio, a cuatro metros de altura. Un sol en espiral. Hay otro sol, aún más enigmático, que no es observable salvo en un momento bien preciso del día. Parece representar un "sol poniente".

Algunos de los símbolos que
contiene la pared de Pusharo.
Curiosas caras pueblan también estos petroglifos y desafían la imaginación de los visitantes. Podría ser una designación de una raza o etnia, aquélla que pobló antes la región.

A menudo también, se observan algunos largos trazados sinuosos que parecen figurar el curso de ríos amazónicos o la silueta de montañas. Sin duda es un mapa para el que supiera interpretarlo. Se trata quizá del río Madre de Dios (qué se llamaba, en quechua, Amarumayu, es decir el Río Serpiente). Se sitúa a la extrema derecha de la pared. Arriba del cual parece nacer un tercero sol. El de la mañana posiblemente, decorado con cuatro rayos.

Líneas rectas en un sector del
mural de Pusharo.
También resulta difícil para los investigadores clasificar todos los símbolos. Existen grandes diferencias en el cómputo de los íconos, por ejemplo, 210 registrados por Patricia Vega Centeno (1996) y "275 símbolos enigmáticos" identificados por el arqueólogo Julinho Zapata (2000), esto demuestra que son muy poco útiles los intentos "cuantificatorios", que más bien contribuyen a confundir o distorsionar la percepción del conjunto.

Se tiene que profundizar mucho más el aspecto del análisis morfológico y de las asociaciones de elementos, lo que pueda ayudar quizás en la descodificación de algunos de los signos ahora ininteligibles.

Hay quienes creen que los petroglifos de Pusharo
señalan el camino al lugar de los tesoros incas.
Mucho se ha especulado sobre el posible significado de los grabados que por su emplazamiento en medio de la selva han inspirado la fantasía de los visitantes. Luego de haber sido interpretados como "letras góticas" por un cauchero en 1909 (según escribió Cenitagoya en su libro) o escenificaciones de pasajes bíblicos por su descubridor el sacerdote Cenitagoya en 1921, otros dicen que es de una cultura amazónica, y hay quienes consideran los petroglifos como hitos que señalan el camino al lugar de los tesoros incas.

Los tres emplazamientos arqueológicos
a orillas del río Palotoa.
Algunos vieron en los grabados un mapa del firmamento, mientras que para otros es un mapa terrestre indicando ríos, montañas y otros accidentes geográficos, a manera de un recordatorio de quienes se movilizaban entre la selva baja y la zona altoandina.

Para Neuenschwander, son el mensaje de epopeya de una larga migración de un pueblo, desde los llanos hacia las montañas, siendo los autores representantes de la cultura amazónica del Paititi, y no faltan quienes ven en los petroglifos la evidencia de contactos transatlánticos precolombinos.

El contactado peruano Sixto Paz Wells
durante su visita de 2010 a Pusharo.
Y no faltan quienes han identificado al Perú como un país privilegiado en cuanto a la existencia de lugares mágicos y cargados de energía. Los petroglifos de Pusharo se han convertido en un destino obligatorio para algunos de estos grupos. Desde hace varios años, existen grupos que han visitado en distintas ocasiones a Pusharo para realizar allí ciertos rituales y lograr, según ellos, el contacto con seres extraterrestres. 

Algunos de los rostros que aparecen
grabados en Pusharo.
Según ellos, por ejemplo, las cabezas que aparecen grabadas en diferentes formas y tamaños en el panel del sector A, muy probablemente representen a seres extrahumanos que llegaron a la Tierra hace miles de años.

Para los indígenas matsiguenkas y otras etnias amazónicas los lugares donde existen formaciones rocosas, particularmente los bloques grabados en las orillas de los ríos, son concebidos como residencias de los espíritus o seres míticos, que vivieron anteriormente en el territorio y que, al final de su vida terrestre, fueron encerrados en las piedras.

Como llegar al lugar
El acceso desde el Cusco es por la carretera de penetración a la selva. Pasando por el pueblo andino de Paucartambo y los centros poblados amazónicos de Pillcopata y Salvación, se llega, tras un recorrido de unas 7 horas en vehículo particular, al km. 250, en el que se encuentran el embarcadero de Santa Cruz y un Puesto de Vigilancia del Parque Nacional Manu (PNM), en el que deben registrarse los visitantes, autorizados por la Jefatura del PNM en el Cusco para visitar a Pusharo.

Foto satelital de Pusharo, en la
selva amazónica peruana.
El que quiere llegar hasta Pusharo pasa de los 4.200 metros de altitud en las cumbres andinas, hasta los 400 metros sobre el nivel del mar por el que discurre el río Alto Madre de Dios. Y al llegar a la pared rocosa se encuentra a 529 metros sobre el nivel del mar.

Cuando el viajero llega al pueblo de Pillcopata, tiene que continuar hasta el embarcadero de Santa Cruz, prosigue en un bote de madera con motor de dos tiempos, siguiendo primero, río abajo, el Alto Madre de Dios, hasta cerca del poblado y misión dominica de Shintuya; ahí aguardan los Amarakaeri, nativos abundantes en la región. Los ancianos de la comunidad guardan en el recuerdo un lugar cercano a Pusharo, donde antaño encontraron unas ruinas y una entrada a un túnel, algunos incluso, llegaron a describir que la entrada era la boca de una serpiente. Para continuar desde Shintuya se surca el río Palotoa hasta el Tambo Palotoa, en la margen izquierda, donde se puede pernoctar, previa coordinación y pago al representante de la comunidad encargado del albergue.

No es fácil el acceso hasta el sitio arqueológico
de Pusharo. El río Palotoa corre al borde
mismo de los petroglifos.
Si el caudal lo permite, se puede llegar el mismo día hasta el refugio Pusharo, ya en el PNM, y surcar o caminar al día siguiente hasta el sitio donde se encuentran los petroglifos. En este viaje en bote se termina en el Tambo o, río arriba, en la desembocadura del tributario llamado Avaroa (lugar también conocido como Rinconadero), donde existe un conjunto de casas pertenecientes a un grupo familiar matsiguenka llamado "Japón".

La pared de petroglifos de Pusharo. Debajo de
los sedimentos del suelo hay grabados que
están cubiertos y no se pueden apreciar.
Desde aquí el trayecto por tierra demanda más de tres horas de camino a pie hasta Pusharo, siguiendo el lecho del río Palotoa que pasa por la misma pared de los dibujos.

Son tres paredes separadas por unos metros de vegetación. Los indígenas adultos afirman que cuando ellos visitaban los petroglifos con sus padres, veían dibujos que todavía están más abajo, inundados por el río. No les gusta estar de noche en el lugar, afirman que “ahí por la noche se escuchan voces”.  Otro testimonio de los matsiguenkas es que “al otro lado de los dibujos hay ruidos y gritos, nos da miedo”.

Foto de la pared de piedra de Pusharo
correspondiente al año 2012, realizada
por una expedición brasileña.
Todavía más extraño es el relato que pasa de boca en boca entre los machiguenkas, desde hace décadas “una mano salió de la roca de Pusharo y se llevó a un matsiguenka hacia adentro, mientras su compañero escuchaba los gritos dentro de la roca cuando se lo llevaban”. Todo esto hace sospechar que podría existir en Pusharo una puerta dimensional. 

Una moneda peruana del 2015 con
grabados de Pusharo.
A pesar de que el sitio de Pusharo es conocido oficialmente desde 1921, recién fue reconocido en el 2003 como patrimonio arqueológico por el Instituto Nacional de Cultura del Perú. El BCR lanzó en el año 2015 una moneda de colección alusiva a los petroglifos.

Una cosa es segura; los petroglifos de Pusharo no fueron grabados allí por casualidad. Una cultura desconocida los dejó allí con alguna finalidad que desconocemos.

Por Alberto Seoane

A continuación, tres documentales sobre Pusharo:







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